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Chao, no soporto la música ambiental

Ayer murió en Chile, con 103 años, Nicanor Parra uno de los poetas más importantes de nuestra lengua, un hombre que rompió la ilusión estética de la poesía y creó una forma de dominar el lenguaje. ¿Qué es la antipoesía? ¿Cómo nació?

CAMILA bUILES
24 de enero de 2018 - 02:00 a. m.
Ilustración Eder Leandro Rodriguez
Ilustración Eder Leandro Rodriguez

Tenía poco menos de 40 años cuando empezó a escribir poemas con un lenguaje simple pero no ordinario. Un lenguaje donde no había ninfas, ni princesas ni atardeceres anaranjados. No había grandilocuencia ni pudor. Parra, Nicanor Parra: De estatura mediana, / Con una voz ni delgada ni gruesa / Hijo mayor de un profesor primario / Y de una modista de trastienda; / Flaco de nacimiento / Aunque devoto de la buena mesa;De mejillas escuálidas / Y de más bien abundantes orejas; / Con un rostro cuadrado / En que los ojos se abren apenas / Y una nariz de boxeador mulato / Baja a la boca del ídolo azteca / –Todo esto bañado /Por una luz entre irónica y pérfi-da– / Ni muy listo detonto de remate / Fui lo que fui: una mezcla / De vinagre y aceite de comer / ¡Un embutido de ángel y bestia!

Pero lo que podríamos llamar antecedentes de la antipoesía se remonta a una época incluso anterior a la publicación del primer libro de Nicanor Parra, Cancionero sin nombre, que apareció en 1937. Se trata de un documento casi desconocido, un cuento que deja ver entre líneas la visión que tenía del mundo Nicanor Parra: Gato en el camino , que se incluyó en el primer número de la Revista Nueva, una publicación trimestral de poemas y ensayos, editada en el invierno de 1935 por Jorge Millas, Carlos Pedraza y Nicanor Parra.

Gato en el camino reveló la postura audaz en los años juveniles de Parra. Una mirada distinta frente a la materia literaria y que respondía a la más decidida voluntad de ruptura con la tradición inmediata. El absurdo, la inconexión y el humor son las notas claves de ese cuento. La historia y las rápidas aventuras de ese gato extraviado, requerido a veces, rechazado en otra ocasiones —casi siempre rechazado— y finalmente solo y libre por los caminos, muestran en más de un sentido la orientación futura del antipoeta.

Cuando publicó Cancionero sin nombre, que todavía se enmarcaba en poesía de romance, dejó entrever una actitud de repudio frente al lenguaje sentimental y decorativo. Se lanzaba, con vértigo y elegancia, hacia al absurdo humorístico y empezó a saltar entre figuras coloquiales del Chile de esa época. En Cancionero sin nombre se anticipó cierto tono de agresividad frente al clima lírico habitual, que se concretaba en el empleo de formas coloquiales atrevidas y desconcertantes. En varios poemas de ese libro se podía ver la intención de imponer a la poesía lírica, no una poesía satírica sino, simplemente, una burlesca en pugna con la tradición

La antipoesía, entonces, se presentó como un proceso en desarrollo y de enriquecimiento, y no como una ruptura violenta en su propio sistema de hace treinta años.

“Tanto Óscar Castro como yo mostrábamos una influencia innegable del poeta mártir de la revolución española: Federico García Lorca. Representábamos un tipo de poetas espontáneos, naturales, al alcance del grueso público. Claro que no traíamos nada nuevo a la poesía chilena. Significábamos, en general, un paso atrás”, dijo Parra en una entrevista para la revista Atenea.

Luego llegó Poemas y antipoemas, en 1954, diecisiete años después de su primera obra, el resultado de un largo proceso de búsqueda e investigación literaria. En él confluyeron sus experiencias, reflexiones y lecturas adquiridas tras sus primeros viajes al extranjero: Estados Unidos e Inglaterra. Lo que primero iba a llamarse Oxford 1950 se convirtió en un recogido de pensamientos simples pero con un tratamiento sofisticado: la revolución de la poesía hispanoamericana.

Si bien es a partir de la generación de Vallejo y Neruda que la literatura hispanoamericana asume las preocupaciones del concepto “empezar de nuevo”, la poesía de Parra, la que surgió en Poemas y antipoemas, representa mejor que ninguna otra la radicalidad de ese impulso de romper, de hacer algo nuevo, hermoso. “Como los fenicios, pretendo formarme mi propio alfabeto”, dice en Advertencia al lector.

Nicanor Parra, como escribió Leila Guerriero, vivía dentro de un método. El principal era atacar la ilusión de la estética, también quebrar la serenidad del espacio del poema, llamar la atención del lector y pedirle por un instante que vuelva la cabeza “hacia este lado de la república”, hacia el espacio del poema que ya no lo pueblan más las imágenes y ocurrencias depuradas, porque se ha transformado en un relato donde se exhiben las falsas maravillas de una civilización. La antipoesía expresa las vivencias del hombre de clase media en un sistema capitalista. La antipoesía es un enfrentamiento con el mundo complaciente y sintético, es la evidencia del ser humano sumergido en una moral que no funciona y el alejamiento tajante a cualquier creencia política o religiosa.

Durante medio siglo / la poesía fue / el paraíso del tonto solemne. / Hasta que vine yo / y me instalé con mi montaña rusa. / Suban si les parece. / Claro que yo no respondo si bajan / echando sangre por boca y narices.

Lo de Parra fue inmenso. Vivió 103 años y fue testigo de los momentos más convulsos de nuestra época. De algún modo dijo: miren hacia acá, vean como el poema ya no es más una isla encantada, una maravilla ofrecida para la contemplación; entren en él, colaboren conmigo en la muerte de la ilusión estética. Empecemos de nuevo.

@CamilaLaBuiles

Por CAMILA bUILES

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