El Magazín Cultural

Christian Boltanski: “No existe el arte contemporáneo”

El artista francés inauguró en Buenos Aires las exposiciones: “Take Me (I’m Yours)”, en el Museo Nacional de Arte Decorativo, y “Misterios”, en el Museo Nacional de Bellas Artes.

Karen Rodríguez Rojas/ @KarenRRodriguez
15 de septiembre de 2017 - 02:00 a. m.
Christian Boltanski viajó a la bahía Bustamante en Chubut (Patagonia argentina) para instalar dispositivos sonoros y captar el sonido de las ballenas.  / Cortesía
Christian Boltanski viajó a la bahía Bustamante en Chubut (Patagonia argentina) para instalar dispositivos sonoros y captar el sonido de las ballenas. / Cortesía

Christian Boltanski está buscando la verdad todo el tiempo, esa que aún no cree haber encontrado y que lo mantiene pensando en si la vida está relacionada con el destino o si es el azar el que la determina. Han pasado 59 años desde que comenzó a pintar de forma autodidacta y 49 desde que se convirtió en el representante del conceptualismo que floreció en Europa después de la cadena de protestas de mayo de 1968 en Francia. La vida, la muerte, el tiempo y el olvido han sido una inquietud constante.

En los días en los que transcurría la Segunda Guerra Mundial nació Boltanski, un 6 de septiembre de 1944. En su memoria quedarían los recuerdos del fin de una guerra vista a través de los ojos de sus padres —madre cristiana y padre judío—, de una infancia que transcurrió con el temor a salir de casa y encontrar la humareda, de ese miedo incansable a la persecución. Viviría por entonces la reconstrucción social, política y material de las zonas devastadas. Años más tarde, en su trabajo se vería una estrecha relación entre la memoria, la trascendencia y la identidad de todos los que murieron durante el holocausto nazi.

Sus obras desarrollan parte de su vida a través de mitos, en un intento por plantear preguntas, no a través de las palabras, sino con asociaciones visuales. Su mundo creativo parece ser un duelo en el que la muerte y el olvido siempre están presentes.

“A veces, para divertirme, digo que mi obra es un fracaso porque siempre traté de luchar contra el olvido y la muerte. Siempre perdí”, dice de forma pausada a más de cien personas que se encuentran en el Museo Nacional de Arte Decorativo, en Buenos Aires, por la inauguración de la exposición curada por él y Hans Ulrich Obrist, Take Me (I’m Yours). Todos lo miran y escuchan bajo un silencio solemne, él se mantiene en el frente sin ningún tipo de pretensión; se ve a sí mismo como un espectador más y no como el foco de atención.

En su adolescencia casi no asistió a centros de estudio por sus dificultades de integración y, según ha dicho, apenas se atrevió a salir de su casa a los 18 años. Fueron el arte y sus hermanos los que lo salvaron de “terminar en un asilo”. Aprendió a pintar a los 14 años de forma autodidacta, y a leer, y jugó a los soldaditos hasta los 35 años. La vida de Boltanski es un mito contado por él mil veces.

“Creo que los mitos duran más que las obras. Por ejemplo, en la isla Teshima, en Japón, se instaló la obra Les Archives du coeur, en la que conservo latidos de corazón. Hay más de 100.000. Las personas van allá a escuchar el sonido del corazón de su abuela o un familiar. No tiene ninguna importancia que yo sea el artista”.

Hace cuatro décadas comenzó su carrera artística con la elaboración de cuadros clásicos de gran tamaño, serie que tituló Pinturas de historia y de acontecimientos dramáticos. Una década después se interesó en la producción de videos cortos y de esta época quedarían hitos como La imposible vida de Christian Boltanski, El hombre que tose, El hombre que chupa o Todo lo que recuerdo.

Los pasos que lo llevaron a convertirse en uno de los artistas franceses más importantes de la segunda mitad del siglo XX serían el desarrollo de instalaciones con materiales como bolas de tierra, cuchillos o cajas de galletas, que servían para evocar momentos de su existencia, y el uso de fotografías de personas desconocidas a las que intenta reivindicar.

Misterios, una intervención del espacio en bahía Bustamante en Chubut (Patagonia argentina), se puede ver en el Museo Nacional de Bellas Artes, en Buenos Aires. Es esa necesidad por establecer una comunicación con las ballenas, por querer preguntarles sobre el inicio del mundo, y para verla sólo se requiere volver a la infancia, dejarse llevar.

“Para los indios, las ballenas son las que conocen el inicio. Cuando me invitaron a Bienalsur decidí ir allá e instalar unas bocinas que cuando sopla el viento se escucha el sonido que producen las ballenas de forma natural. Puede que en algún momento la instalación se caiga —debo decir que el 80 % de las obras que en los últimos años he construido son destruidas después de la exposición, pero todas es posible rehacerlas— y nadie recuerde mi nombre, pero eso no tiene importancia para mí. Lo importante es lo que la obra pueda dejar”.

Así como la memoria es un elemento esencial en la trayectoria de Boltanski, en sus historias contadas en pintura, video, fotografía, sonidos o escultura ha introducido elementos extraídos de recuerdos, pesadillas infantiles y liturgias religiosas. Su desarrollo artístico es el resultado de los movimientos de vanguardia a los que perteneció en los años setenta y ochenta: pop art, nuevo realismo, arte minimal, arte conceptual, art brut, arte povera, etc. Pero él prefiere no ser etiquetado en ninguno. Su trayectoria ha sido construida a pulso y en solitario.

“No creo que haya arte contemporáneo porque las preguntas que hacen los artistas dese hace mucho tiempo son las mismas. Todas casi siempre giran alrededor del sexo y de dios, por ejemplo. Sólo que se plantean de formas diferentes y las respuestas no se hablan de la misma manera. El arte siempre es hacer preguntas y dar emociones. A menudo, el problema son las etiquetas, porque si uno dice que es artista conceptual le dicen. no sé, no entiendo, pero si uno no se hace esa pregunta ese arte puede llegarles a muchos. Uno dice que es poesía y puede llegarles a todos”.

Boltanski es un pintor que no cree en el progreso del arte. Para él, su trabajo es el mismo que el de los que en el pasado pintaban un mural al fresco en una iglesia o tallaban mármol. Intenta encontrar nuevas maneras para dialogar con el espectador, intenta ser reflexivo y contestatario ante la histeria del consumo o la manera como vemos y conocemos el mundo.

Por Karen Rodríguez Rojas/ @KarenRRodriguez

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