El Magazín Cultural

De memorias y epifanías

La palabra como arma de resistencia y refugio de la memoria es el motivo de la exposición que está presentando la Universidad de La Salle (Bogotá) hasta el 31 de agosto. Su objetivo se remonta a Marguerite Porrette y su libro “El espejo de las almas simples”.

Maria Paula Lizarazo Cañón
29 de agosto de 2018 - 02:01 a. m.
“El espejo de las almas simples. Resistencia, palabra y memoria” busca ser una experiencia en la que se reflexione sobre el papel femenino en la historia colombiana.  / Cortesía Juliana Ríos y Diana Valbuena
“El espejo de las almas simples. Resistencia, palabra y memoria” busca ser una experiencia en la que se reflexione sobre el papel femenino en la historia colombiana. / Cortesía Juliana Ríos y Diana Valbuena

El “error” de hablar de Dios en tanto hablaba de sí misma, de hacerlo en la escritura con la eternidad que está representaba no solo al romper los tabúes establecidos, también porque desafiaba las verdades que habían hecho pasar por ctónicas, infinitas, eternas. La posibilidad de la escritura emanaba una transgresión poética de la lengua y, así, de los dictámenes que con esta se establecían y, así, de la realidad.

En 1306, el obispo Gui de Colmieu le prohibió a Marguerite Porrette, bajo pena de excomunión, escribir y predicar sus ideas, luego de haber quemado un libro suyo delante de ella en la plaza de la ciudad de Valenciennes (Francia). Después de aquella tarde, se vinieron tiempos de lucha. Porrette siguió divulgando entre la gente sus escritos. Y mientras que algunos obispos adelantaban procesos judiciales en su contra, otras opiniones a su favor (incluso provenientes de la Iglesia y de los teólogos catedráticos de La Sorbona) fueron creciendo y comentando de voz a voz y de letra en letra sus ideas. En 1308 el sucesor de de Colmieu, Philippe de Marigny, la detuvo y pasó su caso al inquisidor general de Francia, quien revisó junto con algunos teólogos ciertos artículos del libro que había quemado su antecesor. Lo juzgaron de herético, ignorando los análisis ortodoxos que habían apuntado sus otros colegas. En el juicio, Porrette no dijo el juramento obligado previo a este, por lo que la regresaron a la celda; duró un año sin retractarse.

Por hereje reincidente —al no acatar la orden primera de de Colmieu—, Marguerite Porrette fue llevada a la hoguera el 1 de junio de 1310.

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En tanto creó y se pensó a sí misma mediante la palabra, la experiencia mística de Porrette fue su resistencia y su salvación. No se retractó nunca ni abandonó la lucha que en su tiempo concernía.

“Corazón violento” es la obra que abre la exposición. Está hecha con pulpa de papel y entrelaza palabras del testimonio de una exguerrillera que vio en el conflicto la única posibilidad de cambiar su vida.

Se trata de un texto (tejido, en griego) en el que el papel no juega su rol de soporte, sino que es parte del contenido. Es un entramado de trazos y palabras que cargan una historia, que va construyendo memoria a medida que se lee.

Está la “Serie las matronas” de Juliana Ríos; unos retratos de matronas guajiras —inspirados en experiencias de la artista—, que reflexionan sobre la contradicción del empoderamiento que estas mujeres tienen en sus familias y del machismo que reproducen de una generación a otra. Junto a los retratos, hay una mecedora en la que reposa una matrona hecha con papel y a su lado hay una silla vacía, para que el espectador pueda sentarse junto a ella: así, la exposición permite, dentro de un lugar que encarna la institucionalidad del saber y del arte, repensar esa noción del arte como objeto sacro, eterno e intocable, que es ajeno a una mundanidad y a procesos de recepción en los que el espectador juega un papel y lo determina.

En la obra de Daniela Castellanos se recobra un uso básico del papel: la gráfica y su distribución entre los transeúntes. Aquí, la gráfica expone los distintos procesos que acarrean al cuerpo con relación a la muerte: los orgánicos —la enfermedad y la medicina— y los burocráticos —la funeraria y la cremación. También, hay una torre hecha con unos papeles cuyo borde forma una figura; la idea es que cada persona que pase se lleve uno de los papeles, de modo que la figura se transforme hasta quedar en nada como un proceso que termina con la muerte: el arte como un ciclo.

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La obra de Louise Groes usó dibujos de unas flores muertas que emanan figuras femeninas, hechos con aguafuerte y aguatinta sobre metal. Vanessa Nieto hizo con un papel amarillento los resortes de una cama que pareciera vieja, a lo que llamó: “Eutanasia”. Claudia Bernal fusionó en unos retratos su rostro y el de sus hijos, planteando así preguntas sobre la herencia y la memoria que la acompaña. Cecilia Traslaviña apuntó hacia el trabajo del hogar y los dolores que allí se recrean: vemos entonces unas manos sangrando con la fluidez de un río y de un rito, como lo es el vino en el cristianismo. Paola Rodríguez representó con tinta retratos entre agua de distintas expresiones del cuerpo, desligadas de lo establecido: lo femenino inherente al cuerpo biológico de la mujer y lo masculino al del hombre.

“El espejo de las almas simples. Resistencia, palabra y memoria” busca ser una experiencia en la que el espectador reflexione sobre el lugar de las mujeres en las historias del país, sobre su posibilidad de dar nuevas miradas del conflicto desde sus memorias y sus fuerzas. Una experiencia en la que el espectador reflexione y al hablar de ello suscite nuevos sentidos al respecto entre quienes lo escuchen. La exposición es también una indirecta a los medios de comunicación, en donde a veces olvidamos, como decía García Márquez, que el drama no son los tranvías que se llevan los cadáveres al anochecer, sino los vivos que desde las azoteas les lanzan flores.

Por Maria Paula Lizarazo Cañón

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