Aquel arte que trata de temas universales, que escenifica el amor, la muerte, el dolor y la esperanza. Aquel arte es conmemorado un día del año, el 27 de marzo. Día en el que se busca recordar lo extraordinario que aquel arte puede llegar a ser. Hace 56 años, en 1962, se celebró en Viena por primera vez el Día Internacional del Teatro. Eso sólo podría ocurrir después de que en el año anterior el Instituto Internacional de Teatro, una de las organizaciones artísticas más grandes a nivel mundial, buscó establecer esta fecha en el calendario global como un día destinado a aquella expresión artística. Con el pasar de los años esta conmemoración se fue expandiendo por muchos países; ahora, son más de cien los que se unen a festejar este lenguaje tan peculiar al que se llega por medio del teatro.
Y aunque un día nunca será suficiente para conmemorar lo sublime que es el teatro, es un día para parar un poco la rutina y acercarse a las representaciones, obras y montajes que se hacen por todo el mundo.
Es un día para volver a hacer catarsis con aquellas tragedias griegas que aún tocan temas que nos conmueven; es volver a reír con Molière y sus personajes avaros, enfermos por conveniencia; es volver al inigualable Shakespeare, a su Romeo y Julieta, a su Macbeth, en fin, todos sus personajes que trascienden el tiempo y el espacio.
Es volver a lo clásico y poder apreciarlo.
Pero sobre todo, es un día para dejarse sentir y emocionarse de la manera en que solo el teatro puede hacer; o, como diría Neruda en uno de los mensajes que acompañan este Día Internacional del Teatro, es volver a “vernos en el teatro como fuimos y como seremos”. Es sentirnos representados y ver en el escenario una parte de nuestro propio ser.