El Magazín Cultural

El día que dios se equivocó (Puro cuento)

Las diminutas letras del cable fechado en Zagreb lo asaltaron, como si cada una de ellas hubiera llevado un puñal envenenado que lo devoraba, desangraba, reventaba.

Fernando Araújo Vélez
20 de julio de 2019 - 01:00 a. m.
Cortesía
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La noticia hablaba de un anónimo jugador de fútbol en Croacia, Goran Tunjic, que había perecido en plena cancha y de un árbitro, el árbitro de aquel partido fatal, Marko Maruncek, que le había sacado una tarjeta amarilla por simulación. “Simuló su muerte”, pensó el viejo con una mueca de ironía que le cruzó la cara. Luego se detuvo en el juez, un hombre como cualquiera, con cuentas a medio pagar como cualquiera, hastiado de la vida tal vez, como cualquiera, cansado de que siempre quisieran engañarlo.

Si está interesado en leer otro cuento de este especial, ingrese acá: Luto (Puro cuento)

“Es que el fútbol es engaño”, le habrán dicho una y mil veces. Le habrán recordado la Mano de Dios de Maradona y tantas y tantas otras jugadas. Trampas, engaños, simulaciones… El fútbol, sí. Quizás ese día, en la mañana, antes de salir de su casa en un bus hacia la cancha del club Mladost de Vocinci se juró no dejar pasar nunca más una simulación. Le dio vueltas al asunto, pensó el viejo. No, no era sólo cuestión de que lo engañaran, era que detrás del engaño había una cultura del engaño, una educación para la mentira, y él, árbitro al fin, juez, era irremediablemente el idiota de la película porque no se percataba de la trampa.

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El viejo hubiera pagado por verle la cara a ese hombre. Cara de tonto engañado, de alumno juicioso, de enamorado al que la novia se la jugó con su mejor amigo. Lo imaginó blanco, algo pecoso, ni flaco ni pasado de kilos, tal vez más alto de lo normal, lento, taciturno, casi rígido. Lo más probable era que de niño, y luego de adolescente, hubiera sido el centro de las bromas, primero de sus compañeros, luego de las niñas de la clase, y más tarde, de las universitarias. Por eso, dedujo el viejo, se decidió por impartir justicia, una especie de Dios a escala definiendo lo que era, lo que debía ser y lo que no. La tarde de aquell miércoles actuó de Dios y se equivocó.

Por Fernando Araújo Vélez

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