El Magazín Cultural

El espacio en Bogotá para las otras músicas colombianas

Benjamin Calais llegó hace diez años con la idea de dirigir un bar de música experimental en Bogotá. Tras un largo proceso de formación convirtió Matik-Matik en una de las principales ventanas de los otros artistas de la región.

Mónica Rivera Rueda / mrivera@elespectador.com - @Yomonriver
22 de marzo de 2018 - 05:00 p. m.
 Benjamín Calais llegó hace 10 años al país.    / Archivo Particular
Benjamín Calais llegó hace 10 años al país. / Archivo Particular

Renovarse o cerrar, fueron las ideas que cruzaron el año pasado por la cabeza de Benjamín Calais, un músico parisino que llegó hace 10 años a Bogotá con el fin de dirigir uno de los más queridos proyectos de su hermano: Matik-Matik, un bar en Chapinero en el que la música experimental, el jazz y hasta los ritmos noventeros del país sonaban en lo que para entonces era un nuevo espacio en la ciudad para aquella música que no tenía cabida en la radio o que por mucho tiempo se ha denominado underground.

El lugar siempre ha sido místico. No está en la zona de bares de Chapinero, sino en la calle 67 con 11, en medio de una cigarrería y una tienda de libros de segunda. Al frente, en el día por lo general hay un pichirilo rojo, por lo que quien pase y no sepa de su existencia seguramente ni mirará y seguirá inadvertido.

En cambio, quien lo conoce, sabe lo que allí adentro se ha formado. Marimbas de chonta, cununos, bajos, gaitas, contrabajos, baterías, tornamesas, sintetizadores, ukeleles, voces de orquesta, de cámara, de conservatorio, empíricas y guturales han retumbado, han bailado y han deleitado. En fin han sido 1.800 conciertos que han marcado un inicio, un fin o simplemente un paso por la vida musical capitalina.

El experimento fue idea de la pareja Diana Gómez y Julien Calais, quienes en medio de un año sabático llegaron a Bogotá a investigar su sonido, lo que les faltaba para complementarlo y resaltarlo y así, el 6 de marzo de 2008, abrieron este espacio en el que tocaron por primera vez Roberto García Piedrahita, un profesor del conservatorio de la U. Nacional que hace música experimental, y Juan Reyes, un compositor cuyo trabajo esa noche fue descubrir e improvisar.

Luego de esto, el lugar se llenó de jazz, música experimental y músicas del interior colombiano. Bandas que nacieron en salones de música y trabajos paralelos de artistas consolidados desfilaron los primeros meses por el lugar. Hasta que llegó Benjamín Calais.

“En temas de gustos musicales estábamos muy sincronizados con mi hermano. Para ese entonces yo estaba trabajando en París, luchándola un poco como músico, por lo que no dudé venirme para Bogotá. Llegué de frente a toparme con la escena, a empalmar un poco la dirección del lugar y a conocer a la gente, ya después de eso no se requiere de mucha más investigación. Con cada banda que uno conoce, descubre otras que nacen que suenan en otros lados”, dice Calais.

En Europa, Calais conoció las músicas tradicionales. A Totó la Momposina y a Petrona Martínez, pero aquí aprendió a escuchar esas otras bandas del Pacífico y el Caribe, así como a las que no quisieron hacer folclor y decidieron experimentar con sus propios sonidos, aunque no dejó de lado el jazz, un fuerte componente que hoy sigue caracterizando a Matik-Matik.

“Estoy abierto a cualquier nuevo sonido. Aunque tengo un gusto superabierto y a la vez muy exigente. Esto no es como la política, no hay estrategia y es superorgánico porque la música es única y subjetiva, gusta o no”.

Los últimos nueves años han sido tema de supervivencia y consistencia. “Lo económico no es lo difícil porque siempre gana lo musical”. Por ello Matik-Matik se ha consolidado como uno de los bares por donde, por antonomasia, pasan las nacientes bandas que llegan a la capital. Velandia y la Tigra, La Revuelta, Kike Menoza Trio, Los Pirañas y Mula son algunas de las que repiten, de las que traen sus proyectos, de las que han hecho de Matik un espacio de música en vivo y de creación.

Para celebrar los diez años se adelanta una serie de conciertos que está llegando a su fin. Con varios de los artistas que han pasado por la pequeña tarima del bar. Seis semanas fueron sufientes para “hacer un corrientazo y ver todo lo bueno que hay en Bogotá. Que la gente reviva la curiosidad y tenga distintos viajes sonoros distintos. Jugar un contrapeso a esa homogeneidad de la radio, de los festivales y las fronteras de las músicas”

Esa es una labor de todos los días para Calais, por lo que sus metas van más allá, a la experimentación. “Me gustaría armar residencias, tener una casa llena de instrumentos, micrófonos y parlantes, para echar cuatro músicos adentro y ver qué pasa. Darles todas las herramientas para que se sienten cómodos , que inventen la música, que se sientan más libres en el escenario y hagan lo que se les de la gana”.

Por Mónica Rivera Rueda / mrivera@elespectador.com - @Yomonriver

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