El Magazín Cultural

El oficio del librero, entre estantes y libros

La Asociación Colombiana de Libreros Independientes (ACLI) agrupa a 30 librerías de 10 ciudades, aunque en realidad más de la mitad se encuentra en Bogotá.

Carmen Millán
04 de febrero de 2018 - 02:00 a. m.
Cortesía
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La Asociación Colombiana de Libreros Independientes (ACLI) “es una entidad dedicada a llevar adelante proyectos que ayuden a las librerías independientes a mejorar su influencia cultural y comercial, reivindicando el oficio del librero”, dice su página electrónica. ACLI agrupa a 30 librerías de 10 ciudades, aunque en realidad más de la mitad se encuentra en Bogotá. No es difícil imaginar que hay más librerías independientes tanto en Bogotá como en el resto del país, pero quizá estoy pensando con el deseo y por eso, por precaución, evito escribir “muchas más”.

¿De qué son independientes las librerías independientes? Claramente, no del ánimo de existir y de contar con el sello que, para mí, tienen, estén o no afiliadas a la ACLI: cuentan con libreros(as). Es más, casi todas esas librerías se han originado en la voluntad de alguien que tiene una vocación: desarrollar el oficio sutil de encaminar por entre los estantes, las pilas de libros, las habitaciones, los rincones, los pisos de sus locales, a quienes visitamos sus librerías.

Encaminar con sutileza, con tacto. Conocernos, saber que deambulamos y que, a veces, no nos gusta que nos acompañen porque queremos tener un eureka que nos permita conversar sobre el tesoro el sábado o nos redima del domingo en la tarde. Saber reconocer la necesidad de espacio para la búsqueda y el hallazgo como victoria personal es una virtud que apreciamos muchos. Encaminar con gentileza, con empatía y hasta con inteligencia emocional para detectar al que busca, pero no quiere recibir conferencias sino sugerencias. Quien no desea el lucimiento de quien recomienda, sino el entusiasmo informado —y breve— que permite ojear y hojear.

¿De qué son independientes las librerías independientes? Claramente, no del mercado editorial —si es que eso realmente existe—, porque sus propietarios(as) sabrán de nichos, de géneros, de PVP, de políticas del libro —si es que eso existe—. Las librerías independientes son independientes porque no son franquicias. No responden a identidad de imagen, localización estándar de “productos” en estantes, secciones similares, esa especie de topografía que facilita la vida de los compradores en los supermercados. En algunas librerías independientes parece haber caos, pero, como dijo Saramago, “el caos es un orden aún por descifrar”, y ese reto nos hace ir una y otra vez a intentar lo que parece imposible. Cada librería independiente tiene personalidad. Su espacio se configura de acuerdo con la idiosincrasia y el saber de su dueño y de los saberes acumulados en el oficio y compartidos entre los del oficio. O no se configura, más bien se acomoda a lo que unos cuantos metros cuadrados puedan albergar. Y aun así, en escasez, podemos decirle librería y sentirla como tal, si tiene librero.

Jen Campbell compiló en Cosas raras que se oyen en las librerías, preguntas que desafían la sutileza, gentileza y empatía de quien yo considero un librero ideal. Aquí algunos ejemplos: “Hola, tengo una pregunta: ¿Sabe si Ana Frank escribió una secuela de su Diario?; “¿Dónde está la sección de novelas ficticias?”; “¿Sabe usted si los hermanos Grimm escribieron algún cuento sobre dinosaurios?”; “Busco un regalo para mi nieto. Quiere el cuarto libro de la serie que siempre lee”; “Si mi hija fuera a comprar libros para adolescentes, ¿tendría que mostrarles algún carné? Cumplió trece años este fin de semana: mire, aquí se ve con la torta, cuente las velitas…”.

Cualquiera de los anteriores interrogantes podría desafiar la paciencia de alguien que no sea librero. Porque las librerías independientes tienen tiempo y tempo, a veces sillones y otras, sólo rincones; las creo y considero espacios abiertos a cualquier pregunta, a cualquier lector.

Un librero en una librería independiente no respondería: “No manejamos ese producto” o “No lo tenemos como tal”, expresión que he escuchado con sorpresa frente a la filosofía que oculta. Un librero nos orienta quizá con títulos del mismo autor, busca en qué otra librería puede estar el libro que buscamos, indaga por la distribuidora, nos ofrece traer el ejemplar desde donde esté y lo trae, a veces mientras nos tomamos un café. Lo sé, porque entre librerías independientes pasan esas cosas.

 

Por Carmen Millán

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