El Magazín Cultural

El puro voltaje del FICCI 58

En un mundo que se polariza y que más que crisis humanitarias parecería sufrir una profunda ausencia de humanidad, el cine más periférico, el nuestro, irrumpió desde otro lugar, o más que desde otro, desde el primero de los lugares, desde nuestra primera criatura: el cuerpo.

Diana Bustamante*
26 de febrero de 2018 - 02:00 a. m.
El presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, durante la inauguración del Festival de cine de Cartagena el año pasado.  / Cortesía FICCI
El presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, durante la inauguración del Festival de cine de Cartagena el año pasado. / Cortesía FICCI

Tejer un programa es siempre un hecho misterioso, en eso me suelo repetir. No sólo es misterioso, sino revelador. La edición 58 del Festival Internacional de Cine de Cartagena de Indias (trataré de usar todas sus palabras y sus letras, porque aunque la sigla suena bonita, me parece importante recordarnos el valor propio de las palabras que nos componen), se mostraba esquiva y por momentos inasible. Nunca había demorado tanto en ir tomando forma, quizá por nuestra propia resistencia a aceptar lo que la tendencia marcaba, por esta tozuda reacción a la normalidad. En medio de un panorama que parecía aplanado, una imagen fue emergiendo, casi como una necesidad: era Glauber Rocha. Lo que incomodaba en esta normalidad requería un Antonio Das Mortes: algo, alguien, que nos ayudara a imaginar otro discurso, a subvertir y despedazar, incluso violentamente, para engendrar allí un lugar o una fisura.

En un año donde el estándar, lo plenamente ratificado en todos los circuitos, nos abrumaba, una espesura oscura empezó a abrirse campo. A la par que la imagen del afiche de este año tomaba forma, ella misma pedía cada vez más oscuridad, sin ninguna otra finalidad que permitir la claridad y la luz. Un monstruo empezó a arañar las puertas y le permitimos entrar. Pero el monstruo, más allá de pelos y verrugas, lo que albergaba era la diferencia, todo lo proscrito, lo periférico, lo inestable. En un mundo que se polariza y que más que crisis humanitarias parecería sufrir una profunda ausencia de humanidad, el cine más periférico, el nuestro, irrumpió desde otro lugar, o más que desde otro, desde el primero de los lugares, desde nuestra primera criatura: el cuerpo; un cuerpo en tránsito, que es sujeto político, colectivo y de lucha (Bixa Travesty, Estamos todos aquí, Vando Vulgo Vedita), sujeto de deseo que cuestiona y es cuestionado por ello (Caniba). Es un monstruo que transgrede su propia tradición, que se renueva desde la fantasía y las formas más imaginativas como una manera de resistencia.

La programación de esta edición no sólo en sus competencias, sino en sus programas especiales, tributos y retrospectivas, alberga una suerte de “mutación”. Ese algo inestable que nos permite remover estructuras, hacernos preguntas y tocar lugares que no hemos tocado. Desde la diferencia y con una clara intención de recuperar la idea de belleza como algo inherente a la condición humana y, por ende, a la creación, el Festival Internacional de Cine de Cartagena de Indias decidió abrir este año nuevamente con una película documental, The Smiling Lombana, para recordamos que el cine es cine y las fronteras, al menos en este terreno, tienden a disolverse, y nos encanta ser parte de ello. Con esta aparece nuestra segunda Criatura, los anfibios: nos enorgullece nuestra Competencia Colombiana, diversa, sí, anfibia y casi inesperada, y nos complace molestar con ella, porque sin molestia no hay preguntas y sin ellas no hay crecimiento.

Ya entrados en el tema y con la piel, no de oveja sino del lobo a cuestas, nos adentramos, pues en un año, donde con “orilla” como decía Jaime El Mono Osorio, decidimos dar continuidad (con ganas de permanencia) a “La Guerra y la Paz”, un programa que sintetiza esa necesidad de reflejarnos en nosotros y en otros para reelaborar una narrativa nacional, que requerimos con urgencia revisar y construir. Un permanente ejercicio de reflexión, donde la imagen, lejos de su uso cosmético, nos enfrenta a la representación, ejercicio nublado y distorsionado por los medios de comunicación, el ejercicio corrupto de la política y otros vicios que nos acechan, y ante los cuales el cine y el festival deben ser espacio de encuentro y avance crítico. Una monstruosidad más, alzar la voz. Que curiosamente se une con otra de mis criaturas favoritas, La Muerte, el gran tabú cultural de Occidente, pero que este cine recupera con dulzura y belleza, desde la vejez, el final de una cultura, el declive, el fracaso. Los finales y lo inefable a lo que nos enfrentan y que películas como Piripkura, El Hombre que siempre hizo su parte, Zama, 120 [Beats per Minute], entre otras, dibujan bellamente, ante todo desde el amor, lejos de cualquier cursilería y abrazando la idea del final como una meta.

Y, por último, mi criatura más favorita, el mugre, ¿la mugre? Lo Mugroso mejor. Eso horrible, mustio, “cochino”, que es una palabra sin duda adorable, pero que ha alejado a hombres y mujeres de la vivencia reveladora del sexo, nos ha distanciado del trabajo y del campo, del sentido furioso y devastador, pero a la vez dador de vida de la naturaleza, esa misma que es nuestra imagen en la edición 58, con un 8 que –quisiéramos– tendiese al infinito como un círculo. Esta mugre del Sertón de las películas de Rocha, de la imperfección intencionada en nuestras producciones, de la habitación-presidio donde Diego de Zama espera, y en la que el tiempo ya es delirio, esa misma mugre que evitamos todos los días y a toda costa porque nos recuerda nuestra fragilidad. Esa criatura sucia llamada deseo, y la pestilencia que emana de los cadáveres. Ninfas y faunos, ramas y flores, cavernas y senderos nos llevan por la programación de este #PuroVoltajeFICCI58, augurando una estimulación intensa de los sentidos con muchas preguntas y pocas respuestas. Después de ver más de 1.600 películas para esta programación, esperamos que en las 140 que forman parte de la edición, encuentren, además de mugre –o dentro de ella–, un pedacito de ustedes.

* Directora artística del FICCI.

 

Por Diana Bustamante*

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