El Magazín Cultural

"En Honduras el sistema está infectado de pus”

Mlthon Robles abandonó su país tras sufrir un secuestro y varios intentos de asesinato. Aunque las críticas que ha hecho contra el Gobierno de Honduras son la causa de su exilio, no ha dejado de denunciar el crimen organizado que opera en su país.

Sorayda Peguero
08 de diciembre de 2018 - 02:00 a. m.
Milthon Robles, periodista hondureño, salió de su país por amenazas de muerte. / Cortesía
Milthon Robles, periodista hondureño, salió de su país por amenazas de muerte. / Cortesía

La libertad de expresión es un derecho sobre el que a veces gravita la amenaza de un silencio forzado. La defensa de los escritores amenazados por ejercer este derecho es el objetivo principal de Pen Internacional. Una organización con sede central en Londres que fue creada en 1921 por la escritora Catherine Amy Dawson Scott. Un año más tarde, Josep M. López-Picó y Carles Riba fundaron Pen Català. Los escritores barceloneses fueron los primeros en adherirse a una red que se ha extendido por más de cien países. Desde 2006, y contando con el apoyo del International Cities of Refuge Network (ICORN), Pen Català trabaja en la coordinación de Escritor Acogido, un programa que ofrece refugio a escritoras y escritores amenazados por expresar sus ideas.

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Milthon Robles es el octavo escritor acogido por Pen Català. El periodista hondureño cumple con todos los requisitos para beneficiarse del programa: ha sido amenazado, perseguido y corre el riesgo de ser encarcelado en su país. Por un período de dos años contará con el apoyo de la organización para vivir en Barcelona y trabajar en la difusión de la obra que lo empujó al exilio. Centrando sus esfuerzos en la defensa de los derechos humanos, Robles ha realizado varios trabajos de investigación en los que denuncia actos de corrupción que atribuye al Gobierno de su país. El periodista hondureño ha hablado con El Espectador sobre las consecuencias de sus investigaciones.

¿Cuál es la razón por la que tuvo que refugiarse en España?

Tuve que salir de mi país porque comencé a trabajar en la investigación de la explotación minera y algo que en Honduras se conoce como el impuesto de guerra, un tipo de extorsión que les cobran a los pequeños negocios y a los conductores de transporte público y de taxis.

¿Quién cobra ese impuesto?

Para el resto de países, quienes cobran este impuesto son las maras; pero hay más gente detrás. Yo nunca he defendido a las maras. No las defiendo porque son pandillas criminales, pero ellos son marionetas entrenadas para eso. Hay captadores que van a las escuelas a reclutar jóvenes entre 11 y 18 años. Muchas veces esos jóvenes tienen problemas familiares. Entonces vienen estas organizaciones y los convencen. Siempre hay un jefe que al principio les ofrece un cariño paternal. Después empiezan los problemas. Matar a alguien de una banda contraria y cruzar a territorio enemigo es la primera prueba de fuego.

¿Quiénes están al mando de las maras?

Arriba hay ministros, hay diputados, dueños de bancos, altos mandos de la Policía, del Ejército, incluso hay gente de las iglesias. Al final las ganancias van a parar a pocos bolsillos, mientras que los de abajo se matan entre ellos por el control del territorio y por obtener la mayor recaudación de dinero posible. En San Pedro Sula hay alrededor de 139 pandillas; los de chaqueta y corbata las coordinan a todas.

Usted dice que “hay gente de las iglesias” involucradas en las pandillas. ¿A cuáles iglesias se refiere?

Hay gente de la Iglesia católica y de la Iglesia evangélica. Los sacerdotes católicos están más involucrados en el tema de la explotación minera y en el asesinato de los defensores de los recursos naturales.

Las acusaciones que usted ha hecho, y que sigue haciendo desde el exilio, son graves. ¿Tiene pruebas que respalden sus denuncias?

Tenía copias de cheques, de depósitos bancarios y testimonios de taxistas y de mensajeros que se encargan de entregar el dinero de las extorsiones.

¿Cómo funcionan las extorsiones?

Supongamos que tú tienes un negocio. Un día recibes una llamada de teléfono de un desconocido. Te dicen: “Mira, nosotros ya sabemos de cuánto es tu ganancia diaria. Tienes que pagarnos tanto cada semana. Lo vas a ir a entregar a tal sitio”. Estas personas a las que se les entrega el dinero suelen ser religiosos. Reciben el dinero en un sobre, y se despiden: “Dios le bendiga, hermano”. Esa es la única persona que el pequeño comerciante conoce, un mediador que cobra una comisión por hacer ese trabajo para las maras.

¿Usted llegó a difundir la información que obtuvo en sus investigaciones?

Yo tenía un programa de radio llamado Centro Informativo. Ahí difundí algunos audios distorsionados de testimonios de taxistas, ayudantes de autobuses y comerciantes que mencionaron nombres. Y conseguí que gente que estaba dentro de las organizaciones me diera documentos donde se comprobaban depósitos de dinero a nombre de políticos, religiosos y empresarios. Mi idea era hacer un libro y un documental sobre esta situación. En la medida en que fui avanzando en la investigación empezaron a perseguirme.

¿En qué consistía la persecución?

En noviembre de 2015 empezaron a intervenir mis líneas telefónicas, mis correos electrónicos, mis redes sociales. También llegaron a ofrecerme dinero.

¿Quién le ofreció dinero?

Las propuestas me llegaban por teléfono. Siempre eran llamadas anónimas, desde números privados. Yo me negaba a aceptar las ofertas, seguía adelante con las investigaciones y con la emisión del programa. Hasta que los anunciantes empezaron a cancelar la publicidad y, en mayo de 2016, me cerraron el espacio sin previo aviso. A esas alturas ya me seguían a todas partes y merodeaban por mi casa. En agosto las cosas se salieron de control. Intentaron atropellarme tres veces y en una ocasión me dispararon. Denuncié la situación en mis redes sociales y también en un chat de periodistas. Presenté una denuncia en el Comisionado Nacional de los Derechos Humanos, pero no me la aceptaron. El Comisionado está bastante ligado al Gobierno. Le pedí ayuda a la Dirección de Mecanismo de Protección, pero tampoco conseguí que hicieran nada.

Milthon Robles le contó a El Espectador que fue secuestrado en septiembre de 2016 a la salida de un centro comercial de San Pedro Sula. Dice que le cubrieron la cabeza con una bolsa, que lo subieron a una camioneta y lo golpearon. Sus secuestradores —probablemente tres hombres— le quitaron una cámara de video y una fotográfica, dos teléfonos y un ordenador.

Robles les advirtió que de nada les serviría “darle para abajo”, porque existían varias copias de los documentos de su investigación. Finalmente, después de siete horas dando vueltas en el vehículo, lo dejaron tirado en la puerta de su casa. Robles se sintió obligado a abandonar San Pedro Sula. Como medida de seguridad, se hospedó durante dos meses en un hotel de Tegucigalpa. Llegaría a España tres meses más tarde. Actualmente trabaja en la escritura de un libro autobiográfico que narra su recorrido como periodista y las razones de su exilio en Barcelona.

Por Sorayda Peguero

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