El Magazín Cultural

Flavita Banana y el arte de dibujar lo absurdo

Flavia Álvarez es Flavita Banana, la humorista gráfica de líneas negras sobre blanco, frases mordaces, coleccionista de libros y, muy a su pesar, experta en mal de amores.

SORAYDA PEGUERO ISAAC
16 de julio de 2018 - 02:00 a. m.
La caricaturista Flavia Banana, quien dice que el humor es el lenguaje en su obra, no el mensaje. / Cortesía
La caricaturista Flavia Banana, quien dice que el humor es el lenguaje en su obra, no el mensaje. / Cortesía

Flavia Álvarez quería ganarse la vida dibujando. A los 28 años, después de haber trabajado como camarera, teleoperadora y guía turística, abandonó su empleo en una empresa de informática para dedicarse a dibujar. Desde que estudiaba Artes y Diseño en la escuela Massana, de Barcelona, supo que los puestos de trabajo para dibujantes no abundan, pero llegó a la conclusión de que “solo se puede hacer un cambio si se tienen más ganas de lo que viene después que quedarse en el mismo lugar”.

“A todo el mundo lo hacen dibujar en la escuela. Hay gente que para. Algunos no podemos parar y seguimos dibujando paralelamente a lo que se considera obligatorio. Yo sabía que quería vivir de mis dibujos, pero no sabía cómo. Lo intenté muchas veces y probé todos los estilos. Llegué a pensar que no iba a funcionar, porque no me veía representada en los dibujos que hacía. Entonces empecé a dibujar para mí y para mis amigos, sin la presión de tener que gustar. Y resultó”.

Creó una página en Facebook para dar a conocer su trabajo. El espacio virtual que le servía de galería y portafolio, dejó de ser una pequeña aldea de amigos y conocidos. Su lista de seguidores –más de 500.000 en la actualidad– aumentaba con rapidez. En este punto de la historia, año 2013, Flavia Álvarez se convirtió en Flavita Banana, la chica de las gruesas líneas negras sobre blanco, trazo despreocupado y frases que son fogonazos de cinismo, humor y sentido común. Para crear sus viñetas, Flavia Álvarez se inspira en la poesía de lo cotidiano, en sus fracasos amorosos, sus amigos y la gente con la que se cruza en la parada del metro, un paso de peatones o un bar.

¿Cómo se dio cuenta de que el humor era la clave?

Lo primero que tuve que entender es que el humor es el lenguaje, no el mensaje. Pensaba que con un toque de humor mi trabajo parecería menos profesional. Pero con humor se pueden tocar temas muy duros. El humor hace que puedas asimilarlos más fácilmente y, en medio de la dura realidad, hasta te permites reír. También dejé de cuidar tanto mi manera de dibujar, de obsesionarme con la técnica. Quería evadirme de las penurias de mi vida usando un lenguaje igual al que uso cuando hablo con mis amigos.

Qué llega primero, ¿la idea o el dibujo?

Las ideas suelen llegar primero, en cualquier lugar. Lo que hago es tomar nota en el momento que se me ocurre algo, busco una frase adecuada, y después dibujo.

El rostro de Flavia Álvarez, con esos ojos tan expresivos, contorno muy definido y largas pestañas, recuerda al personaje principal de Patty's World, las historietas de la española Purita Campos. Nació en Oviedo, en 1987. Apenas tenía un año cuando sus padres emigraron a Catalunya. Ahora vive en Barcelona, donde comparte apartamento con tres amigos. Su hermana mayor vive en Londres; su padre, en China.

“La única que está cerca es mi madre, que es francesa”. Álvarez, que publica sus viñetas en Internet y en la revista S Moda (El País), ha publicado los libros Curvy (Lumen, 2016), junto con Covadonga D’lom, Las cosas del querer (Lumen, 2017), que ya cuenta con cuatro ediciones, y Archivos estelares (Astiberri, 2017), una selección de sus mejores viñetas.

¿Cuánto hay de Flavia Álvarez en las desventuras amorosas de Flavita Banana?

La primera víctima de mis viñetas soy yo. El amor no es como me lo vendieron la televisión y algunos libros. Comparando mis experiencias con eso, me va fatal. Creo que la mayoría de la gente podría decir lo mismo, incluso gente que está en pareja. En mi caso, no sé gestionarlo. No se me dan bien las relaciones estables. El concepto de amor romántico no ha evolucionado nada: dos personas, exclusivas, de sexo opuesto y, sobre todo, para siempre. ¿Todavía creemos que estar bien en una pareja es solo eso? Es la misma fórmula desde hace siglos. Yo, que estoy todo el tiempo replanteándomelo todo y que he estado enamorada muchas veces, pienso que eso es lo que manda todo al carajo. Intentar cumplir con esas reglas se convierte en una fuente de presión y malestar. No es la forma que me interesa a mí, y trato de poner eso en mis viñetas.

Flavia Álvarez prepara sus cigarrillos a mano. Sentada en la terraza de un bar, con el pelo recogido en una coleta, el flequillo cubriéndole la frente y las uñas pintadas de color granate, va poniendo hebras de tabaco rubio sobre un pliegue de papel. Mientras tanto, habla del club de lectura en el que participa: Gente sexy que lee a Stephen King. “No es elegante ser un lector de Stephen King en estos días, pero a mí me da igual. Yo leo por el placer de leer.” El libro de este mes se llama Bellas durmientes (Plaza & Janes, 2018), una historia escrita a cuatro manos por Stephen King y su hijo Owen, que plantea lo que pasaría si las mujeres, tras despertar de un profundo sueño, desaparecieran de la sociedad para emigrar a un ultramundo, dejando a los hombres abandonados a su suerte.

¿Se imagina viviendo en un mundo así?

Si mañana nos levantáramos y solo hubiera mujeres, yo lo pasaría fatal. Me gustan más los hombres que comer con las manos. Un tiempito estaría bien, porque me centraría mogollón en el trabajo, pero creo que tendría que volver a los antidepresivos.

¿Ha tomado antidepresivos?

El año pasado estuve mal cuatro meses. Que te agarre una depresión es como si te agarrara un resfriado, es más común de lo que parece. No podía salir de casa, tenía ataques de pánico, no podía coger el metro ni ir a sitios con gente. Como no sabes qué te pasa, te deprimes más. Después te das cuenta de que no es un estado, sino que estás claramente enferma. Aunque lo pasé muy mal, agradezco que me ocurriera. Ir a terapia me obligó a mirar dentro de mí, a darme cuenta de lo equivocada que estaba sobre mí misma. Me había creado la falsa idea de que era fuerte. Me costaba mostrarme vulnerable, y ser vulnerable no es ningún defecto.

¿Si comparáramos los elementos de sus viñetas con los ingredientes de una receta, podríamos decir que el desamor es la pimienta y el humor absurdo la sal?

El desamor es mucho más productivo que el amor, los que están enamorados no necesitan nada. El humor absurdo es genial, mi favorito, sin duda. No hay un mensaje de fondo, ni una utilidad, ni un antes y un después de esa escena. Cuando consigo colocar una de esas viñetas en un periódico, soy la más feliz del mundo.

¿El feminismo podría ser otro ingrediente?

Sí, pero no me gusta encasillarme como feminista. Los medios usan mucho las etiquetas; yo no las necesito. Evidentemente, soy feminista. En mis viñetas intento mostrar que lo opuesto al feminismo es extraño, arcaico.

Sin embargo, uno de sus libros, Las cosas del querer, es toda una declaración feminista.

Las cosas del querer muestra el feminismo encarnado en una chica que tiene mucho de mí misma. Es una guía sencilla de situaciones en las que se ha impuesto el machismo muy discretamente, un ejercicio que empecé con una lista en la que escribí cosas como: caminar por la calle, ir a la piscina, comer, dormir, parejas, dejar a alguien, que me dejen a mí. Me propuse exponer situaciones cotidianas en las que se presentan machismos que hemos normalizado.

Una de sus viñetas dice: “Quiero beber como una mujer, pegar como una chica y llorar como un hombre”. ¿Eso quiere decir que querría llorar menos?

¡Ah, no! Lo que quiero decir es que me gustaría que todas esas acciones no tuvieran género.

sorayda.peguero@gmail.com

 

Por SORAYDA PEGUERO ISAAC

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