El Magazín Cultural

George Steiner, el cartero que el mundo llora

El pasado 3 de febrero, uno de los más grandes pensadores del siglo XX murió. George Steiner fue un escritor, crítico y ensayista que se preguntó sobre el pensamiento, la literatura, el amor, lo infinito, lo abisal, el bien, el mal y, en definitiva, sobre nuestra humanidad en centenares de ensayos, entrevistas, columnas, novelas y cuentos. Hoy el mundo llora a uno de los más grandes personajes de los últimos tiempos.

Juliana Vargas @jvargasleal
05 de febrero de 2020 - 01:00 a. m.
 George Steiner, quien nació en París en el seno de una familia judía el 23 de abril de 1929. / AFP
George Steiner, quien nació en París en el seno de una familia judía el 23 de abril de 1929. / AFP

Si quisiéramos hablar de George Steiner, tendríamos que sentarnos por horas, tal vez días, a la luz de una fogata y bajo el manto de la paciencia. Si quisiéramos hablar de George Steiner, tendríamos que pensar, repensar, olvidar lo pensado, buscar y descubrir porque, en unas cuantas palabras, no se puede reducir a un profesor, escritor, crítico, ensayista, filósofo, teórico de la literatura y especialista en literatura comparada y teoría de la traducción.

Pero vamos a intentarlo, pues ya no hay cómo sentarse con Steiner junto al fuego y, para empezar, podríamos decir que él fue precisamente eso: fuego. Fuego como el de Heráclito que Steiner cita en sus obras, que es continuo devenir, como las palabras de Steiner, que pasan de un filósofo a otro para explicar la existencia humana y su lenguaje.

Tal vez por esto es que dijo que era un superviviente. No de otra forma podría haberse definido un eterno migrante y coleccionista de pasaportes de la Europa perdida de Goethe, Dante, Freud y Sartre. Quizá por eso es que defendió que Babel no fue una condena de Dios; todo lo contrario, fue una bendición que trajo consigo riquezas e infinitas experiencias materializadas a través de las más de 20.000 lenguas que esconden una cosmogonía propia, una cultura propia, un pasado propio. De esta manera, este pensador concluyó que aprender nuevas lenguas es entrar en otros tantos mundos nuevos.

Aunque también, gracias a esta condena y bendición que es Babel, nadie sabe lo que comprende el otro, ni siquiera el más íntimo. Existen matices infinitos en el recuerdo y en el contexto carnal de una enunciación. Y entonces se descifra para tratar de comprender. Y esa interpretación que realizamos para comprender también es juzgar. Y es por esto que Steiner pensaba que interpretar era juzgar y viceversa y, con frecuencia, esto no funciona.

Tal como lo expresa en Fragmentos, la expresión no garantiza significado. Toda forma y todo código pueden comunicar información y producir emoción. Nuestra misma existencia es una lectura constante del mundo; un ejercicio de desciframiento, de interpretación dentro de una cámara de eco que tiene infinidad de mensajes semióticos. Pero esto no necesariamente implica claridad; no necesariamente asegura significado con su potencial y su rendición de paráfrasis y traducibilidad.

Y en esto también está la bendición de Babel. También somos fuego que fluye, que va y viene, que descubre y descubre en esta constante búsqueda de significado que no termina y, si logramos surcar las aguas en las que nadie se baña por segunda vez, Steiner dijo que podremos llegar a usar el lenguaje del amor que, como un poema de Paul Celan, dice que “la habitación es interminable, / sabes, no necesitas volar, / sabes, lo que está escrito en tu ojo / profundizó para nosotros la profundidad”.

Y así como tomó prestado de Paul Celan, Steiner tomó prestado de Aristóteles, Shakespeare, Platón, Heidegger y todo aquel pensador que le pudiera regalar algo de perspectiva y conocimiento. De esta manera, pudo ser un cartero, un recolector de conocimiento. De esta forma, pudo recoger que “todo pensamiento empieza con un poema”, como dijo Alain; pudo deducir que la instauración del pensamiento de primer calibre es tan rara como la composición de un soneto de Shakespeare o una fuga de Bach; de ahí pudo aterrizar a la afirmación de que la pérdida de valor de la palabra era inseparable de la barbarie y he ahí por qué el hombre que en la mañana toca La campanella, de Liszt, en la tarde asesina a su prójimo. Tal como dijo Walter Benjamin, “la base de todas las obras maestras es la barbarie”, y por eso es que nos desconsolamos con el “nunca, nunca, nunca” del rey Lear que sostiene en sus brazos a una Cordelia muerta, mientras somos insensibles ante quienes caminan descorazonados en la acera.

Pero George Steiner no se limitó a ser un cartero, también fue un creador. Sus reflexiones, ensayos y entrevistas son tantas, que es imposible recoger todo su pensamiento en estas páginas. Escribió poemas, cuentos y novelas. Mientras escribió para The New Yorker, deslumbró con su capacidad analítica y se consagró como maestro de la literatura comparada. Y también cometió errores que fueron “derroches de amor”, pues se dice que siempre fueron por pasión.

George Steiner fue como el relámpago que describe en Cuando el rayo habla, dice oscuridad, ese que manifiesta tanto su presencia como la de la oscuridad que lo circunda. Ese que se parece a nosotros, porque la existencia es una bendición ambivalente que ocasiona un trágico rompimiento con la paz de lo inanimado; la humanidad es una desolación y un sufrimiento inconmensurables. Existimos para la oscuridad y por esto, sin temor a exageraciones, podemos decir que el 3 de febrero de 2020 perdimos a un grande, pero en esta desolación, sufrimiento y oscuridad, también podemos decir que aún gozamos de su aporte desarrollado a gotas en miles de páginas y años de estudio.

Por Juliana Vargas @jvargasleal

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar