El Magazín Cultural

Héctor Abad y el porqué de sus Diarios: “Me liberé de mí mismo”

El escritor colombiano presentará el próximo 27 de noviembre “Lo que fue presente”, libro editado por el sello Alfaguara. Entrevista.

Nelson Fredy Padilla / npadilla@elespectador.com
24 de noviembre de 2019 - 02:00 a. m.
“Aspiro a un lector que me lea más por placer que por morbo”, dice Héctor Abad Faciolince sobre “Lo que fue presente”, sus Diarios entre 1985 y 2006. / Fotografía de Lisbeth Salas
“Aspiro a un lector que me lea más por placer que por morbo”, dice Héctor Abad Faciolince sobre “Lo que fue presente”, sus Diarios entre 1985 y 2006. / Fotografía de Lisbeth Salas

No muchos escritores colombianos se han atrevido a publicar sus diarios, Vargas Vila y Gaitán Durán, entre ellos. ¿Por qué se arriesgó a desnudar su vida privada de más de 20 años, “la impudicia de exponer, desnuda y en carne viva, mi intimidad”, como adelantó en su columna de El Espectador, incluso su “vida secreta”, desde la masturbación hasta la traición, como dice en el libro?

No sé si no se han atrevido a publicarlos o si más sencillamente no llevaban diarios. No es posible, en la vejez, escribir el diario que no se escribió en la juventud; pocos recuerdan exactamente qué hicieron el 30 de diciembre de 1985 por la mañana. Un diario es un ejercicio de muchos años e incluso, en algunos casos, de toda una vida. No creo que la masturbación o la infidelidad sean secretos muy graves: me parece que la paja y la traición en el matrimonio son más comunes de lo que la gente admite. Grave sería tener que confesar que apuñalé a un vecino, y por suerte no he caído nunca tan bajo. Cuando desnudo mi intimidad me refiero a asuntos mucho más complejos, como sentir una tarde, de repente, que no quiero a mi hija.

Son 610 páginas, pero la lectura fluye gracias a las intimidades que usted revela y el morbo del lector. En la medida en que avanzaba en la lectura crecía mi interés porque me preguntaba si es un acto de valentía o irresponsabilidad. Ya convertido en libro, ¿cómo lo evalúa?

Sinceramente, aspiro a un lector que me lea más por placer que por morbo. Si lo piensa bien, la valentía tiene mucho que ver con la irresponsabilidad e incluso con la falta de imaginación. Los ejércitos están compuestos por muchachos muy jóvenes, porque la mayoría de estos tienen la sensación (irreflexiva e irresponsable) de ser inmortales. No me considero una persona valiente ni tampoco irresponsable. Lo que sí soy es más bien indolente: no me duele ni me alegra, ni me afecta mucho lo que piensen de mí. Y tengo imaginación: todo lo malo que puedan decir de mí, ya lo he pensado, e incluso mucho peor. Cuando me insultan, no me dicen nada nuevo, me he pasado la vida insultándome: ya tengo callo.

Tuvo un año para pensarlo entre la fecha del prólogo y la versión final. ¿Qué fue lo que más dudó en publicar o no publicar y qué temas suprimió (400 páginas) de la primera versión?

En realidad cortamos más de 500 páginas, casi 600. Y hablo en plural, porque no lo hice solo, lo hice con varios editores, con mi mujer y con un amigo. No hay temas suprimidos porque en 20 años, y en una persona obsesiva como yo, los temas regresan. Y fue eso precisamente lo que más suprimimos: las repeticiones. No se omitieron temas sensibles o más personales. Tratamos de quitar lo que podía volverse aburrido por repetitivo.

Usted contó que lo fue escribiendo para no enloquecer. ¿Mentalmente de qué se liberó en esta larga terapia?

Creo que en últimas me liberé de mí mismo. Ya no me interesa tanto mi propia vida, mi éxito o mi fracaso, mi alegría o mi tristeza. Ahora me interesan mucho más los otros; ahora prefiero escribir sobre otros y no sobre mí.

Y a nivel creativo, ¿qué le deja un ensimismamiento o autorretrato tan descarnado que incluye lo que llama “mis miserias”, sus miedos como hijo, hermano, esposo, padre, amante, exiliado, colombiano, suicida potencial?

Me deja el testimonio de una larga búsqueda. Es posible que haya logrado escribir otros libros, novelas, poemas, ensayos, crónicas y testimonios gracias al desahogo que estos diarios representaron. Fueron una válvula por la que se escapaban mis peores neurosis, mis temores, mis ansias. Además, si uno intenta conocerse íntimamente a sí mismo, es posible que esté aprendiendo a conocer también lo que sienten muchas otras personas, pues al fin y al cabo todos tenemos aparatos neurológicos bastante parecidos. La introspección, el ensimismamiento y el intento por comprenderse a sí mismo son fundamentales para poder escribir con hondura de uno y de los demás.

Otro valor de la obra es que no se trata de un acto de narcisismo sobre lo que usted llama “partes luminosas” de su vida, sino de un acto de autocrítica, “el diario de un escritor que no escribe”, que le puede servir a otros que se enfrentan a vicisitudes similares. ¿Pensó en eso?

Nunca pensé en eso mientras lo escribía. Al publicarlos sí creo que algunas personas que se sienten mediocres o anormales o incapaces podrán pensar, con la compañía de estos diarios, que quizás algunos abismos a los que nos asomamos no sean nada raros. Que vivir no es fácil y que uno se la pasa saltando entre una duda y otra, o de crisis en crisis.

Este acto reflexivo resulta una invitación a cualquier persona para que escriba sobre su vida. ¿No cree que si los colombianos nos desahogáramos escribiendo un diario, se publique o no, podríamos ser mejores seres humanos?

Es difícil saberlo, pero por mí puedo decir que escribir es muy útil, porque me ayuda a pensar, a pasar en limpio (poniéndolos en claro) la marea de las vivencias y de los pensamientos. Y en últimas si uno se entiende mejor, si uno hurga en sus motivos, puede conocer y entender mejor también los resortes afectivos de los otros.

¿Qué opina de otros grandes autores, por ejemplo el sudafricano Coetzee, que publican versiones ambiguas de su propia vida como “Verano”, donde juega con supuestos fragmentos autobiográficos para proteger su vida privada?

Los juegos aparentemente autobiográficos de Coetzee me fascinan. Hay algo de falsas memorias en eso, de esconder y mostrar al mismo tiempo, revelando mucho sobre la condición humana. Creo que un diario íntimo -no sé si Coetzee los tenga, supongo que no- puede dar indicaciones muy claras sobre cómo en la mente de un escritor las experiencias de la vida se transmutan en algún tipo de ficción. En mis diarios se muestra cómo una experiencia vital de enamoramiento fracasado y de impotencia sexual se traslada a la ficción de mi primera novela, Asuntos de un hidalgo disoluto, bajo una forma muy lejana a la vivencia original, pero que de algún modo la contiene y la refleja.

En uno de los epígrafes cita al nobel turco Pamuk: “Yo te daré honestidad; tú muéstrame compasión”. ¿No cree que en Colombia más que compasión le darán palo; a nivel familiar por exponer la intimidad de otras personas, y a nivel público, por mostrar sus debilidades?

Hay muchos tipos de lectores, de personas, de familias… incluso de entrevistas. Las hay agresivas y las hay amigables. Alguien que muestra sus debilidades no es débil; creo que es más débil quien las esconde. En todo caso no imploro ni busco compasión, y el epígrafe de Pamuk es una muestra de mi admiración por su escritura honesta, no una invitación a que me tengan lástima.

Admite el fracaso en dos novelas, tituladas “Antepasados futuros”, la primera, y “Tal vez el centro”, la segunda. ¿Puede explicar qué temas abordan y por qué decidió no publicarlas?

El fracaso de algunos libros ha sido una constante en mi vida. Un escritor no se hace solamente con la imprenta; se hace sobre todo con la papelera. Mi novela Basura está compuesta, precisamente, con un montón de desperdicios que había escrito a lo largo de muchos años. El problema de Antepasados futuros no fue literario, sino extraliterario: sus protagonistas no querían que se contara esa historia, que nacía de una experiencia privada. Y en Tal vez el centro el problema quizá se revela en el mismo título: en un momento dado perdí el centro de la historia y me fui por las ramas.

¿Qué tanto lo angustia no superar un éxito de ventas y crítica nacional e internacional como “El olvido que seremos”?

Hay escritores a quienes se les conoce por varias obras distintas, escritores de un solo libro y escritores de los que uno no recuerda ni un solo título. Me parece que tener un solo libro es mucho mejor que no tener ninguno. El éxito perjudica mucho a quienes no lo tienen. Que El olvido haya tenido y tenga todavía tantos lectores no me angustia, me pone muy feliz. Quería que mucha gente conociera la bondad de mi padre, y lo he logrado.

Reescribió en la entrada del 1° de enero de 1988 y por eso lo resaltó en rojo: “Me duele no poder ser el escritor que quise ser”. ¿Qué escritor quería ser y cuál es?

No reescribí nada, solo lo copié, lo pasé en limpio. Tenga en cuenta que en 1988 no había publicado ningún libro todavía. De alguna manera mis ambiciones como escritor se truncaron durante años por el asesinato de mi papá y mi huida de Colombia. En 1988 pensaba que estaba derrotado como ciudadano y como persona; había tenido que irme de Colombia, estaba solo y pobre, y no me sentía capaz de retomar el rumbo de mi sueño más constante, que era ser escritor. En ese momento estaba jodido, deprimido, y creía que no podría ser escritor, sin adjetivos, ningún tipo de escritor, ni bueno ni malo, ni comercial ni de culto.

Admite que no asumió las banderas políticas de su asesinado padre, Héctor Abad Gómez, se culpa por haberlo dejado solo en su lucha, pero prometió honrar su memoria como escritor. ¿Cree que le cumplió como quería?

Mi padre no nos educó para que siguiéramos sus huellas o nos dedicáramos a sus mismas luchas, sino que nos educó en la libertad. Mi padre no nos hizo prometerle nada para que le cumpliéramos o para que honráramos su memoria. El suyo era un amor incondicional, sin juramentos ni advertencias. Así que no he tenido que “cumplirle” nada. Años antes de que lo mataran, él me dijo, me escribió, que yo ya había cumplido todos sus sueños como padre. Lo que viene después, lo de si yo he honrado o no su memoria con mi propia vida, sabrán juzgarlo mis hijos y mis lectores.

Usted ha dicho: “Mis editores han sido muy pacientes con mis fracasos”. Pero usted ya es un escritor comercial. ¿Cómo enfrenta la presión de su editorial para que publique algo cada año?

No creo ser un escritor comercial (tal vez sea un escritor leído, que es otra cosa) y mis editores no me han presionado nunca. Si se fija en mis títulos, nunca he publicado un libro cada año. En este siglo he publicado novelas o cuentos cada tres o cuatro años. Mi última novela, La oculta, es de 2014, de hace 5 años. He sido muchas cosas, menos un escritor precipitado. No hay nada de presión; es al revés: ojalá me presionaran un poco más.

Y también está la presión de los lectores que le preguntan “¿cuándo vas a escribir, al fin, otra novela? Y les responde: “No tengo nada, tal vez ya me sequé”. ¿Intentará otra novela u otro libro de no ficción como “El olvido”?

Otra novela ya la escribí. Se llama La oculta y fue la novela más leída en Colombia durante año y medio. Y nunca he dejado ni dejaré de intentar. El mismo día que Lo que fue presente se fue a la imprenta empecé una novela nueva. El hecho de que no publique mucho no quiere decir que no escriba casi todos los días. No concibo mi vida sin escribir, me paso la vida escribiendo, y quizá por eso mismo tengo o tuve diarios. A mí no hay que presionarme para escribir, el problema sería al contrario, que me presionaran para que no escriba. Esa sí que sería la peor condena: mi infierno sería un sitio donde esté prohibido escribir.

¿Cree que un editor tan riguroso y un amigo tan cercano como Alberto Aguirre, citado en sus diarios, le hubiera publicado este libro o qué le hubiera dicho?

Aguirre, que fue mi mejor amigo, ya no era editor cuando nos volvimos íntimos. Si hago el experimento mental que me propone, creo que nunca hubiera apelado a mi mejor amigo para que me publicara nada. No me gusta mezclar la amistad con el trabajo. Por suerte tengo editores rigurosos y profesionales como Gabriel Iriarte y Pilar Reyes, dos de los mejores de la lengua española, que desde que les mostré una parte de los diarios me animaron a publicarlos. Aguirre, mientras estuvo vivo, fue siempre el primer lector de mis libros y nunca me dijo de ninguno: “No lo publiques”.

Cuando usted habla de “sus primeros 20 años de diarios”, ¿significa que sigue escribiéndolos y que piensa publicar más?

En rigor, ya no llevo diarios. Como le dije antes, mi vida personal ya me importa mucho menos que antes. Para llevar diarios hay que tener cierta obsesión por la propia vida, y ya carezco de eso. Apunto cosas de un modo ocasional, si mucho. En todo caso los diarios como tales sí llegaron hasta algunos años después de 2006. No sé si me anime a publicar más páginas de diario. Por ahora estoy en estos, en los que ya salieron, y en la novela que empecé.

Como persona, defina al Héctor Abad que un día de 1985, a la edad de 27 años, se compró un cuaderno y empezó a escribir un diario y al que presentará esta semana sus “Diarios”.

Ese joven de 1985 no se había graduado en la universidad, estaba esperando su primer hijo y no había publicado ningún libro. Quería ser un buen profesional, un buen padre y escribir buenos libros. El viejo que presenta los Diarios esta semana ha sembrado árboles, ha publicado libros y tiene hijos. El joven que fui no se esperaba, ni en sus mejores sueños, el futuro que tuvo: mis hijos y mis libros son mucho mejores que yo. El que fui tenía miedo de no poder lograr nada en la vida. El que soy, se puede morir mañana tranquilo y sin pensar que desperdició su vida.

Por Nelson Fredy Padilla / npadilla@elespectador.com

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