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Howard Phillips Lovecraft: el terror como mito

Octubre se ha convertido en un mes de brujas, hechizos, sortilegios, fantasmas y criaturas del más allá. Por tal motivo, decidimos organizar un especial con algunos de los escritores más representativos del género del terror, con ilustraciones de Tania Bernal: Edgar Allan Poe, Mary Shelley, H.P. Lovecraft, Thomas Ligotti y Stephen King.

Juliana Vargas
15 de octubre de 2018 - 01:00 a. m.
Ilustración: Tania Bernal
Ilustración: Tania Bernal

“El miedo es la emoción humana más antigua y fuerte. Y el tipo de miedo más antiguo y fuerte es el miedo a lo desconocido”.

Esta cita resume la vida de uno de los escritores de terror más icónicos: un hombre solitario, socialmente inhábil, racista y de baja autoestima que, sin embargo, llegó a elevarse y crear lo que algunos definen como su “propio género literario”.

Howard Phillips Lovecraft nació el 20 de agosto de 1890 en Providence, Estados Unidos. Poco tiempo después murió su padre, así que fue criado únicamente por su madre, quien, irónicamente, no fue una figura materna. Por un lado, no soltaba su mano por miedo a perderlo también a él; pero su relación siempre estuvo salpicada de vetas de odio. “Tiene un rostro horrendo”, solía decir a los vecinos, y su afirmación se veía confirmada por la falta de amor físico que sufría Lovecraft. La educación puritana fue el primer demonio de Lovecraft.

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Pero aquella infantil soledad también fue el comienzo de algo horrendo y glorioso. Si no encontraba amor en su madre, lo encontraría en los libros. Lovecraft solía subir a la biblioteca de su abuelo con vela en mano y leer cuanto libro se encontraba en sus estanterías, y allí se enamoró del siglo XVIII. “Quiero ser como Alexander Pope, que escribió poesía solo por el amor a ella”, comentó alguna vez un Lovecraft niño y ensoñador. Luego descubrió la astronomía, gracias a la cual comprendió la vastedad del universo y nuestra insignificancia.

Por consiguiente, sentirse insignificante por el trato de su madre tal vez no estuviera del todo mal. Quizás ese era el orden de las cosas: la insignificancia y la indiferencia. Y, muy cordialmente, hubo quienes llenaron la soledad de Lovecraft y confirmaron sus sospechas:

“Entonces me dejaban caer… y mientras adquiría velocidad en mi caída digna de Ícaro, empezaba a despertar en tal estado de pánico. Los ‘noctívagos demacrados’ eran unas criaturas negras, flacas, viscosas, con cuernos, rabos de púas, alas de murciélago y sin ningún tipo de rostro”.

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Cada noche, a Lovecraft lo visitaban estas criaturas. Su dantesca apariencia lo hacía pasar noches enteras en vela y, aun así, los veía detrás de sus pupilas, acechando detrás de sus más oscuros sueños. Hasta que un día, cansado de intentar escapar de lo inevitable, Lovecraft decidió enfrentarse a sus miedos. Con más de un centenar de cuentos y dos novelas, este escritor emprendió un auténtico periplo interior, rompiendo todos los tabúes.

Su primera obra publicada fue Dagón, la cual, coincidencialmente, sería la primera en construir la mitología lovecraftiana que vendría muchos años después. Ya en este relato, Lovecraft hablaba de culturas milenarias, de híbridos semihumanos, de criaturas venidas del mar y de un culto a lo oscuro, más profundo que el mismo océano.

No obstante, Lovecraft no empezó a escribir todo un universo y mitología conscientemente. Todo se fue dando poco a poco y, por supuesto, primero debían llegar los altibajos. Primero, publicó su propia revista amateur, en la que se vio una profunda xenofobia. Tenía una idea arcaica consistente en que la sociedad debía ser homogénea para evolucionar y esto se vio reflejado en algunas de sus obras. Por ejemplo, el autor del Necronomicón, un libro de hechizos y magia oscura, es un árabe “misterioso y tenebroso”. Asimismo, el vocabulario de sus primeros años es barroco y enrevesado. Es toda una fraseología de términos escondidos en algún rincón oscuro del diccionario. “Eldritch”, “horror menguante”; en efecto, hay fragmentos risibles en los que la trama no avanza y, por el contrario, está lleno de adjetivos o párrafos ambiguos, llenos de “horrores indecibles” y “criaturas de otro mundo”. También, la costumbre de escribir en primera persona daba como resultado finales en los que el narrador se volvía loco mientras terminaba de escribir sus terroríficas experiencias. “Viene por mí, viene por mí…”. Este podría ser el final de los primeros cuentos de Lovecraft.

Fracasó en la revista, así como también, a su parecer, fracasaba en la literatura. Era excéntrico, nunca tenía algo bueno que decir de su propio trabajo y acostumbraba caminar por horas sin establecer contacto visual con nadie. Estaba destinado a crecer en solitario, vivir en solitario. Estaba destinado a morir falto de amor, hasta que conoció a Sonia Greene, en 1921, en una convención de prensa amateur.

De forma irónica, Lovecraft se enamoró de una judía, y una judía fue quien lo impulsó a dejar el pequeño Providence y lanzarse al mundo. Sonia fue quien también lo inició en el amor una tarde tormentosa en la que, caminando a lo largo de una playa, Lovecraft la instó a escribir “El horror en la Playa Martín” y ella lo besó en respuesta.

Lovecraft se casó y ambos viajaron a Nueva York. Entre la grandeza de la ciudad, la población heterógenea de sus calles y el aire cargado de futuro, Lovecraft al fin empezó a darse a conocer, al menos en el reducido círculo de la literatura de terror. Relato tras relato, fue consolidando una larga relación con la revista Weird Tales y fue gracias a ella que, poco a poco, Lovecraft fue creando su mitología. Su horror ya no radicaba en los monstruos góticos del siglo XIX; ahora eran demonios draconianos, con tentáculos, piel viscosa y alas que nos miraban con indiferencia y crueldad desde otros planetas. ¿Que Dios nos observa y cuida? No, lo único que existe es el desprecio cósmico, según Lovecraft.

En esta época fue cuando la literatura tuvo hijos como la Universidad de Miskatonic, la ciudad de Arkham y Cthulhu. Fue en esta época cuando sus horrores ya no eran “indecibles” sino seres de carne y hueso, adorados en cultos horrendos que se escondían en las sombras. Fue en esta época cuando Lovecraft perfeccionó su estilo, haciendo del sonido una extraña y lírica melodía que anunciaba la aparición de sus monstruos; acordes, vibraciones y arrebatos armónicos que resonaban por todas partes mientras frente a nuestros ojos irrumpía un prodigio.

Del “Dagón” de los inicios de su camino literario, Lovecraft llegó a Hastur, Nyarlathotep, Azathoth, Yog-Sothoth, entre otros monstruos adorados como dioses. El color que cayó del cielo, La ciudad sin nombre, Polaris y La sombra sobre Innsmouth, entre otros centenares de cuentos, terminaron conformando el trabajo de uno de los escritores de terror más prolíficos de la historia, lleno de seres cósmicos y humanos semiacuáticos cuyos padres no tienen nombre. Lovecraft hizo del terror un mito.

Así fue que este hombre, tan incomprensible en el ámbito personal, encontró consuelo bajo las alas del terror cósmico y nos llevó a todos consigo aquel año de 1937, cuando murió en el pico de su oficio.

 

Por Juliana Vargas

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