El Magazín Cultural

Inocente tú

Las fronteras en la literatura son difusas, en especial las que marcan el paso de la literatura infantil a la “adulta”. Escribo entre comillas porque, se sabe, la buena literatura infantil también es para adultos.

JULIANA MUÑOZ TORO
23 de noviembre de 2019 - 01:30 a. m.
Imagen de una de las escenas de la película "James y el durazno gigante", basada en el libro de Roald Dah.  / Cortesía
Imagen de una de las escenas de la película "James y el durazno gigante", basada en el libro de Roald Dah. / Cortesía

Dos palabras que, podría creerse, marcan ese tránsito son la inocencia y la experiencia: la primera como esa etapa, por lo general la niñez, en la que se cree que todo es posible; y la segunda, por lo general la adultez, en la que se sabe qué es posible, pues se supone que hay más desengaños y certezas, menos credulidad.

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Como autora de libros también para niños lo que verdaderamente me preocupa es el cómo abandonar esa supuesta experiencia y volver a la infancia, ese momento vital en el que jugaba, sentía la pulsión de la curiosidad, me sorprendía fácilmente, me valía de la imaginación para sobrevivir al mundo de los adultos, preguntaba sin reparo, encontraba poesía en las situaciones comunes y alimentaba un sentido del humor. Todas esas costumbres, más que un infantilismo, me enseñan a ver distinto. Eso, contar distinto, es uno de los mayores anhelos de ser escritor, independiente de para qué público se escribe.

“¿Y qué pasa si uno nunca tuvo infancia?”, fue lo que una vez me preguntó un joven tras un taller de escritura en el que recomendé que para empezar a escribir una historia bastaba con regresar a un recuerdo de la infancia que haya sido impactante de algún modo. Intuyo que su pregunta tenía que ver más con ¿qué pasa si uno tuvo una infancia triste? La respuesta sería la misma: escríbelo. Crecer no siempre es fácil, la niñez no siempre es un lugar feliz: hay despedidas, muertes, violencia, injusticia, y los niños se dan cuenta de eso, solo que lo miran a su manera. Es por eso que casi cualquier tema también puede ser un tema de la literatura infantil.

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Recuerdo otra de esas preguntas difíciles en una charla sobre las ballenas y los libros. Una niña de ocho años me preguntó: ¿los hombres ballena les pegan a las mujeres ballena? Siento que detrás de esa pregunta se esconde una experiencia difícil. Es ahí, en esa dificultad, en ese viaje al fondo de sí mismo que suponen los cambios, de donde han salido las mejores historias. Pienso por ejemplo en Boy, de Roald Dahl, un relato autobiográfico en el que descubrimos cómo en esa infancia, a veces terrible, el autor encontró inspiración para obras como Matilda, Las brujas o James y el durazno gigante. También está La historia del señor Sommer, de Patrick Suskind, que recorre la vida de su joven protagonista a partir del misterioso caminar del señor Sommer hasta el final de esa niñez, que es el mismo final del caminante. En aquellos libros tan “inocentes” que hablan de esa infancia perdida, los personajes se transforman, encontramos una voz única y respuestas en la ficción a lo injusto de la realidad.

Por JULIANA MUÑOZ TORO

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