El Magazín Cultural

Joseph Haydn y la conquista de Inglaterra

Los triunfos en Londres le mostraron a Haydn un modelo de vida independiente al que no estaba acostumbrado. A finales del siglo XVIII los músicos aún vivían en la era de los patronazgos que los vinculaban laboralmente a la Iglesia o al servicio de la aristocracia.

Luis Carlos Aljure
06 de enero de 2018 - 02:00 a. m.
Ilustración: William Botía Suárez
Ilustración: William Botía Suárez

Joseph Haydn (1732–1809) siempre recordó sus temporadas en Londres como las más felices de su vida. Los tres años de admiración ininterrumpida de los que gozó en la capital inglesa estimularon su genio creativo, lo convirtieron en celebridad y le permitieron ganar una suma de dinero que en Austria le habría costado veinte años de trabajo. Allá estrenó sus últimas sinfonías y sonatas para piano, y enriqueció su repertorio con más de tres mil páginas de música.

El hombre de 58 años que se embarcó en el puerto de Calais, y llegó a Inglaterra el 1° de enero de 1791, ya era reconocido en el mundo musical como un gran compositor de sinfonías, cuartetos de cuerdas, sonatas y otras obras, pero el ámbito geográfico de su existencia se había restringido a Viena y sus alrededores, en donde había trabajado por treinta años al servicio de la familia Esterházy, especialmente en los palacios de Eisenstadt y Esterháza. Sus ingresos eran modestos, conocía muy precariamente el inglés, no estaba acostumbrado a aventurarse en viajes al extranjero y, además, le decían que a su edad -avanzada para ese tiempo- no le convenía someterse a una travesía por las aguas agitadas del canal de la Mancha. Su amigo Mozart, veinticuatro años menor, se lo advirtió y temió por su vida, pero el que murió repentinamente en Viena fue Mozart, un dolor que Haydn probablemente expresó en el movimiento lento de su Sinfonía 98, que compuso en Londres bajo el efecto de esa noticia trágica.

Según Philip G. Downs, “Londres era la ciudad más grande y floreciente del mundo, con una clase media mercantil y profesional amplia y vital, y una aristocracia cultivada. Su vida musical era más rica y quizá más variada que la de ningún otro lugar, pues los artistas se congregaban allí para hacer fortuna. En el momento de la llegada de Haydn, Londres se enorgullecía de tener dos teatros de ópera rivales y varios ciclos de conciertos, incluidos los Conciertos de Salomón y su principal rival, los Professional Concerts”. Haydn llegó a Londres como estrella invitada de los conciertos organizados por el empresario y violinista alemán Johann Peter Salomon. El viaje fue posible por la muerte del príncipe Nikolaus Esterházy, patrón de Haydn y gran admirador de su música, que fue sucedido por su hijo Anton, quien clausuró los servicios musicales de la corte, aunque conservó nominalmente a Haydn como empleado por consideración a sus años de trabajo al lado de la familia, y no tuvo inconveniente en permitirle ausentarse de Austria. Georg August Griesinger, amigo y biógrafo del compositor, recuerda que “hacia el atardecer alguien llamó a la puerta del cuarto de Haydn; Salomón entró y sus primeras palabras fueron: ‘Preparaos para viajar, porque dentro de catorce días nos pondremos camino de Londres’”.

Además de las obras que debía componer in situ durante la temporada, Haydn llevaba en su equipaje varias partituras recientes que aún no se conocían en Londres, y que eran expresión de su maestría. Se instaló inicialmente en una calle concurrida en la que los vendedores hacían “un bullicio espantoso”, y desde su ruidoso entorno entendió la verdadera dimensión de su visita, insospechada para él. “Mi llegada ha causado una gran sensación en toda la ciudad”, le escribió a una amiga. “Durante tres días he sido la primicia en todos los periódicos. Todos quieren conocerme…”.

La prensa local anunció la serie de conciertos que se avecinaba, y afirmaba que “Haydn escribirá una pieza musical nueva para cada velada y dirigirá la ejecución de la misma al clave”. En las dos primeras temporadas los estrenos más notables fueron los de sus Sinfonías 93 a 98, recibidas clamorosamente por el público y la crítica. Después del estreno de la Sinfonía 96, por ejemplo, un diario reportó: “No es extraño que Haydn sea objeto de homenajes e incluso de idolatría por parte de las almas sensibles a la música; puesto que, como nuestro Shakespeare, emociona y gobierna las pasiones a su voluntad”. Y el historiador de la música Charles Burney escribió que la obra de Haydn suscitó “una atención y un placer que hasta entonces jamás había provocado, que se sepa, ninguna música instrumental en Inglaterra”. Esto último, como prueba del poder sin precedentes que estaba adquiriendo ese tipo de música en aquel momento de la historia. Además, en esas temporadas se dio el estreno de la famosa Sinfonía 94, conocida con el sobrenombre de Sorpresa, porque en el segundo movimiento, luego de un pasaje que se debe interpretar suavemente, irrumpe de repente un poderoso tutti de la orquesta, que muy pronto el humor popular atribuyó al deseo de Haydn de despertar al público que se dormía en sus conciertos.

En ese tiempo, la Universidad de Oxford le otorgó el doctorado honoris causa a Haydn, quien además tuvo oportunidad de asistir a un gran festival de música de Händel en la Abadía de Westminster, en el que se interpretaron obras como El Mesías e Israel en Egipto, una experiencia que conmovió a Haydn y que le servirá como fuente de inspiración para componer en Viena los dos grandes oratorios del final de su vida: La creación y Las estaciones. Los triunfos en Inglaterra le mostraron a Haydn un modelo de vida independiente al que no estaba acostumbrado. A finales del siglo XVIII los músicos aún vivían en la era de los patronazgos que los vinculaban laboralmente a la Iglesia, a una corte o al servicio de alguna familia aristocrática, una condición que no le disgustaba a Haydn, porque ante la opción de convertirse en un artista libre en Inglaterra empezó a experimentar las nostalgias de su vida anterior. “A menudo he suspirado ante la libertad y ahora, en cierta medida, disfruto de ella… Por querida que me sea esta libertad, a mi regreso me gustaría volver al servicio del príncipe Esterházy”. Y así se lo hizo saber en una carta que firmó: “De vuestra serena alteza, el muy humilde Joseph Haydn, maestro de capilla”.

El 24 de julio de 1792 Haydn llegó a Viena con la idea de regresar a Londres en 1793, pero el proyecto debió postergarse porque los ánimos estaban caldeados en Europa luego de la ejecución en Francia de Luis XVI y de la reina María Antonieta, que además era miembro de la familia gobernante de Austria: los Habsburgo. Entre tanto, con las ganancias obtenidas en Londres pudo comprar una casa propia en Viena. También le dictó algunas clases al joven Beethoven, y empezó a trabajar en varias obras nuevas siempre con la idea de volver a Inglaterra, lo que hará finalmente en enero de 1794. Durante su segunda estancia en Londres presentará otro grupo de seis sinfonías, de la 99 (la primera de su catálogo que empleó clarinetes) a la 104; sus últimas tres sonatas para piano, y nuevos ciclos de cuartetos de cuerdas y tríos para piano, violín y violonchelo. En Londres, Haydn tuvo bajo su dirección una orquesta que superaba los cincuenta músicos; muchos más de los que tenía su agrupación en la corte de los Esterházy que, de acuerdo con las investigaciones de H. C. Robbins Landon, solía constar de catorce instrumentos (tres primeros violines, tres segundos violines, viola, violonchelo, contrabajo, fagot, dos oboes y dos trompas). Y también pudo conocer los famosos pianos del fabricante Broadwood, con su gran sonoridad y una extensión que superaba las cinco octavas, como lo testimonia Haydn en su Sonata 50.

La creatividad del maestro seguía funcionando a tope y el público de Londres respondió con entusiasmo creciente, como lo muestran las noticias publicadas por el Morning Chronicle. Después del estreno de la Sinfonía 99 ese diario afirmó que “es uno de los más grandes logros artísticos que se nos haya dado a escuchar…”. Tras sonar la Sinfonía 100 (Militar), llamada así por los efectos de percusión y los ritmos marciales del segundo movimiento, acordes con los tiempos bélicos que se vivían, el público se desbordó: “En medio del segundo movimiento se suscitaron… ovaciones frenéticas. ¡Bis! ¡Bis! ¡Bis! Gritaban de todas partes, y las damas no podían impedir mezclar sus gritos con los de los señores. Era... todo el infernal rugido de la guerra llevado a la cima del sublime horror”. Y la Sinfonía 101 (El reloj) -denominada de esa manera por el acompañamiento del segundo movimiento que se asemeja al tictac de un reloj- simplemente era “su obra maestra”.

Al terminar la temporada musical de 1795, Haydn tenía todo a su favor para permanecer en Londres y aumentar su fama y su fortuna. El rey Jorge III y su esposa, la reina Carlota, estaban entre quienes le pidieron quedarse, pero el compositor austriaco decidió abandonar Londres con destino a Viena, el 15 de agosto de 1795, para seguir vinculado a la corte de los Esterházy. Y nunca regresó. Según Griesinger, “Haydn adujo que le unía un vínculo de gratitud con la casa de su príncipe y que tampoco podía separarse para siempre ni de su patria ni de su esposa”. Inglaterra fue un punto culminante en la carrera de Haydn, pero el genio estaba lejos de extinguirse, porque en sus años finales en Austria aún hará extraordinarios aportes al rico legado de la música clásica.

 

Por Luis Carlos Aljure

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