El Magazín Cultural

Juan Cárdenas o cómo desentrañar con la literatura (Textos cardinales)

Juan Cárdenas narra a su aldea. Su escritura reafirma esa literatura que atrinchera las memorias de la infancia, las que están contenidas en las conversaciones de los abuelos, en las creencias populares que deambulan en las pequeñas calles del barrio y se van a las periferias de la ciudad en la que crecimos.

Andrés Osorio Guillot
06 de enero de 2020 - 01:00 a. m.
Juan Cárdenas, autor de libros como “Los estratos”, “El diablo de las provincias” y “Elástico de sombra”. / Cortesía
Juan Cárdenas, autor de libros como “Los estratos”, “El diablo de las provincias” y “Elástico de sombra”. / Cortesía

El diablo de las provincias, Ornamento, Los estratos y su novela más reciente, Elástico de sombra, dan cuenta de los paisajes que se construyen a partir de recuerdos y de pasos dados en el interior de las selvas que han sido sembradas con cuerpos desmembrados y con rastros de balas que no han desaparecido de las cortezas de los árboles.

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Cárdenas nació en Popayán. Allí creció soñando con ser un hombre de ciencia. Sin embargo, por los libros que le regalaban sus padres empezó a elegir ese camino en solitario que exige la lectura y la escritura, ese camino que implica viajes al interior y que va convirtiendo la vida de los escritores en un peregrinaje destinado a las preguntas y los secretos que rodean la condición del ser humano.

Con Elástico de sombra, novela editada por Sexto piso, Juan Cárdenas arroja una pesquisa de su investigación sobre la esgrima de machete con el Instituto Caro y Cuervo, lugar en el que trabaja como profesor de la maestría en escritura creativa.

Hay varios temas que atraviesan la novela. Uno de ellos es el resguardo de las costumbres, la posibilidad latente de que se extinga una tradición. ¿Cómo se involucró el arte en la preservación de una comunidad y cómo logró conectar las tradiciones de los macheteros con los pueblos indígenas que habitan el territorio del Cauca?

No se trata de resguardar “costumbres”. La categoría de costumbre pertenece a la etnografía del siglo XIX y es, por lo tanto, una noción conservadora y folclórica. No se trata de costumbres. Se trata de prácticas, de experiencias estéticas y políticas que arrojan luz sobre una manera popular de producir pensamiento. Tampoco se trata de mantener viva una tradición por puro gusto de conservar cualquier cosa. Se trata de hacer memoria desde abajo, a pesar de la maquinaria de olvido impuesta sobre el pueblo colombiano desde los albores de la nación, a pesar de los mecanismos de opresión y falseamiento de la historia como el que están intentando montar con Darío Acevedo en el Centro de Memoria Histórica. La novela, por otro lado, cuenta cómo se producen los vínculos entre negros e indígenas, pero lo hace en el espacio acotado de la minga y basándose siempre en los relatos orales recogidos por aquella zona del departamento.

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Otro tema de la novela es el olvido. ¿Qué le angustia del olvido? ¿Qué opina usted de un país que, como bien menciona en el libro, ha instaurado un olvido sistemático?

Creo que hay una idea de olvido deseable y que forma parte de la salud de los pueblos, un olvido natural, producto de las sedimentaciones del tiempo, de un proceso orgánico de descomposición de aquello que una sociedad decide recordar y que, a la postre, sirve de abono a las mejores energías futuras. En definitiva, esta idea de olvido es el resultado de un ejercicio de memoria colectiva. En cambio hay otra idea de olvido, que es el olvido impuesto, el olvido obligatorio, el que se cierne sobre lo que determinados poderes quieren que olvidemos, que no veamos. Ahora mismo en Colombia hay claramente una disputa sobre qué forma de olvido queremos asumir: si un olvido valiente, producto de la memoria y la verdad o, por el contrario, un olvido hipócrita, cobarde, basado en la mentira y en la negación de hechos que salen a la luz cada día. El pronunciamiento de Juan Fernando Quintero es, en ese sentido, muy importante. Que un futbolista reclame públicamente que tiene derecho a saber qué sucedió con su padre, visto por última vez en manos de los militares, es algo digno de aplaudir en una sociedad acobardada y desmoralizada por la guerra.

Elástico de sombra pertenece al tipo de ejercicio de memoria que propone Juan Fernando Quintero. Una memoria colectiva, que se hace cargo de las malas noticias de la historia y de las luchas que la gente sigue dando cada día, con imaginación, con inventiva, con arte.

¿Incluir un personaje como Francia Márquez es una especie de homenaje a líderes sociales como ella que arriesgan su vida para proteger los derechos de nuestros pueblos? ¿También lo sería mencionar a la minga indígena?

Puede leerse como un homenaje, sin duda, a la minga, a los líderes, a la Guardia Indígena. Sobra decir que admiro mucho a Francia Márquez y sé de buena fuente que ella tiene alma de machetera.

Los relatos populares. Ellos en sí muchas veces son literatura. Los mitos, las creencias, ¿cómo llegó usted a construir ese tipo de historias basadas en lo que muchas veces se cuenta en las comunidades?

Este libro se inscribe en una tradición muy antigua de la literatura universal, deudora de las tradiciones orales, donde la figura del autor queda un tanto desdibujada en una actividad un tanto más humilde cercana a la del recopilador o a la del DJ, alguien que se limita a encontrar una línea de continuidad para hacer sonar la música ajena.

Usted habla de los macheteros y su presencia en la guerra con Perú. También menciona una relación de este grupo con los liberales, e incluso hace mención al 9 de abril de 1948. ¿Por qué cree que este tipo de grupos no son mencionados en los relatos de la historia? ¿Es una manera de reivindicar a los macheteros?

No podría resumir aquí por qué los negros caucanos cayeron en un olvido vergonzoso después de haber sido actores políticos muy importantes en distintas fases de la historia republicana. Es un largo relato de exclusiones, traiciones, engaños y explotaciones varias del que los macheteros son muy conscientes. Me limité a transmitir lo que ellos cuentan al respecto.

Se habla también de la normalización de la violencia, incluso los personajes la reafirman al no sorprenderse con los cadáveres que encuentran en la carretera. ¿Qué factores se ven afectados cuando normalizamos la muerte violenta como un acto cotidiano?

Esa pregunta se la dejo a los sociólogos y demás expertos en estos temas. Pero supongo que es una cuestión crucial que debemos plantearnos como sociedad, como pueblo, como sujetos políticos, en este momento tan peligroso donde asesinan a líderes sociales todas las semanas y el presidente se hace el güevón. Cada tuit donde Duque repite eso de “Lamentamos la muerte de” y “he dado órdenes de investigar” colabora con esa normalización del horror. Quieren que nos acostumbremos, que la repetición de crímenes nos anestesie y que nos dé miedo protestar. Lo que no tengo muy claro es que esa estrategia vaya a darles resultado por mucho más tiempo. La gente ya salió a la calle y ya nadie traga entero. Sabemos quiénes matan, quiénes dan las órdenes, a quién le conviene que Colombia sea un matadero. Y ese no es el país que queremos. Por eso estamos protestando.

El colonialismo es otro tema que aborda al final de la novela. Le pregunto por él por medio de una afirmación de uno de los personajes cuando dice que los indígenas libran dos guerras: la del siglo XIX y la del siglo XXI. ¿Cuáles son las diferencias?

No soy historiador y no creo estar en condiciones de responder a esta pregunta. Lo que sí puedo decir es que para los negros y los indios existe algo así como una superposición de muchos tiempos históricos en simultáneo. Ellos vienen de muy atrás y a la vez son el futuro de nuestro país.

Por Andrés Osorio Guillot

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