El Magazín Cultural

Juan Carlos Zuleta: Desarrollo empresarial, un legado familiar (Historias de Vida)

En la serie Historias de Vida, creada y producida por Isabel López Giraldo, presentamos a Juan Carlos Zuleta. "El espíritu de servicio y la generosidad con el tiempo personal para los demás. La capacidad de ejecución, la de proponerme metas elevadas y cumplirlas; la de convocar personas entorno a un fin".

Isabel López Giraldo
19 de marzo de 2020 - 07:00 p. m.
Juan Carlos Zuleta es un paisa, con muchos valores arraigados, de profundo amor y cercanía a la familia y al trabajo constante y honesto.  Es un emprendedor, amante de la lectura, del ciclismo y de la música. / Diego Alzate
Juan Carlos Zuleta es un paisa, con muchos valores arraigados, de profundo amor y cercanía a la familia y al trabajo constante y honesto.  Es un emprendedor, amante de la lectura, del ciclismo y de la música. / Diego Alzate

Cuando visito a mi abuelo en su casa, me encuentro con cuadros de mi tatarabuelo en el que posa acompañado de presas de caza, pues esta fue una de sus grandes aficiones. Mi bisabuelo, Pastor Acevedo, por su parte, era carpintero de oficio enfocado en construcción.

José María Acevedo Alzate, mi abuelo materno, es una persona muy trabajadora y nos enseñó con su ejemplo que las cosas hay que ganárselas. Estudió hasta quinto de primaria y lo repitió porque en su escuela no había sexto. En la repetición decidió que ya sabía las cuatro cosas básicas que necesitaba para salir adelante: sumar, restar, multiplicar y dividir. Entonces se retiró y empezó a acompañar a mi bisabuelo a las construcciones, recogía naranjas del árbol de la casa y se las vendía a los albañiles de las obras: ese fue su primer trabajo. Vivieron mi bisabuelo, mi bisabuela y cuatro hijos en una casa de 30 metros cuadrados, hipotecada y con seis años de intereses vencidos. José María, es el segundo de la familia y papá de María Helena, mi madre.

Cuando me invitan a dar charlas en universidades, congresos o eventos, hablo de desarrollo empresarial a través de la historia de mi abuelo. El primer ejemplo que ofrezco es que hace ochenta o noventa años las condiciones no eran como las actuales; por lo mismo, los jóvenes de hoy tienen mayores oportunidades de las que él tuvo; cito el trabajo como medio para lograr las metas que uno se ha propuesto, como él me ha enseñado a lo largo de toda mi vida; hablo de su preocupación por los demás, porque gracias al trabajo la gente puede salir adelante, se siente útil, recibe un salario y, si el trabajo es decente y bien remunerado, puede estudiar, comprar casa, comer bien, darle estudio a los hijos, como lo logró mi abuelo para los suyos, y me refiero para su familia y para los empleados de su empresa.

Otra de las lecciones que hemos recibido es que nadie es más ni menos que otro, todos y cada uno de los seres humanos somos uno más en la sociedad, en la familia y en la vida, con derechos, pero también con responsabilidades. Además, nos enseñó a reinvertir las utilidades en el negocio y a no gastárnoslas.

Mi abuelo, por ejemplo, comienza a trabajar a las ocho de la mañana todos los días, y a las 3 o 4 de la tarde termina su jornada, llega a la casa y se desconecta por completo. En su casa recibe visitas, comparte con todos nosotros y, como le gusta la música clásica, especialmente la ópera, entonces la pone a todo volumen y se alcanza a escuchar a unas cuantas cuadras de distancia. Hace poco recibió el título honoris causa como Ingeniero por parte del Politécnico Jaime Isaza Cadavid.

La familia de mi papá, Freddy Zuleta, también es antioqueña pero no numerosa. Mi abuela, Blanca López, nació en Amagá, se casó a los 18, tuvo dos hijos y, dos años más tarde enviudó, pues mi abuelo Francisco murió en un accidente de tránsito. Fue cuando decidió vivir en Medellín donde esperaba encontrar un mejor futuro para ella y para sus dos hijos.

Resulta que la vida la llevó a ser la acompañante de mi bisabuela materna: la llevaba a misa y a visitar a sus parientes, la cuidaba. Como la familia de mi papá era de escasos recursos y a él le gustaba mucho la música, trabajó en una iglesia interpretando el órgano, con estos ingresos pagó su carrera de ingeniería civil en la Escuela de Minas de la Universidad Nacional. Cualquier día lo invitaron a tocar en una misa que se ofició en la casa de mi abuelo José, a la que asistieron mi bisabuela, mi mamá y sus hermanas. Esto lo acercó mucho a la familia, cada vez compartían más y con mayor frecuencia, lo empezaron a invitar a comer, hasta terminar los dos, mi papá y mi mamá, completamente enamorados.

Ya de novios, mi mamá se fue a vivir a Estados Unidos, lo que les significó mucho dolor generado por la distancia. Pero es que mi abuelo quiso mandar a toda su familia a vivir esa experiencia en los años 60 y 70. Recuerdo aquí que la empresa Haceb data de los años 40, por lo mismo, ya contaba mi abuelo con los recursos necesarios que le permitía brindarles esa oportunidad. Una vez casados, mis papás se instalaron en Medellín.

La historia laboral de mi papá gira en torno a mi abuelo, curiosamente. Le empezó a entregar trabajos relacionados con la construcción de las instalaciones de Haceb, y muy rápidamente detectó en él su vena comercial. A mi papá le iba muy bien con las ventas pues estaba bien conectado gracias a sus compañeros de la universidad que se fueron vinculando a grandes empresas constructuras, así que las puertas para los negocios estaban abiertas y él las supo aprovechar. Es así como lleva cuarenta años ejerciendo su actividad desde Electro-Integrales como distribuidor de electrodomésticos, que en los 90 se convirtió en Gas-Integrales, y actualmente Integrales y que hoy hace parte del grupo familiar, con cobertura nacional.

Mis dos hermanas, María Luisa, a la que le llevo un año, Isabel, a la que le llevo siete, y yo, nacimos en Medellín. Tenemos las mejores relaciones, nos queremos profundamente y nos ayudamos mucho en el proceso de formación.

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Agradezco especialmente a mis papás, entre muchas otras cosas, que lo sean, pues es un privilegio único gracias a su inagotable amor y buen ejemplo; también les agradezco el que nos hubieran enseñado a comer de todo porque eso me ha facilitado muchísimo la vida, y el que nos hicieran tomar clases de inglés, con el que he viajado por el mundo. Lo acepto, Isa, mi inglés tiene acento paisa (risas), pero me hago entender, lo hablo sin pena y lo entiendo, hago negocios, participo en ferias, atiendo proveedores internacionales y vivo el turismo sin límites.

Te decía que mis hermanas ayudaron de manera importante en mi formación, porque con ellas aprendí el arte de la negociación. Te cito ejemplos: en la casa solo había un televisor, entonces había que negociar para poder ver el programa preferido, si justo a esa hora había alguien viendo otra cosa; aprendí a hacer favores, pues al ser el mayor, atendí muchos factores, en especial, los referidos a su seguridad y acompañamiento. Muy rápidamente entendí que somos diferentes, que tenemos gustos distintos, formas de ser únicas, y es que considerar al otro es el primer paso para generar sinergias y empatías.

Si bien no tuve hermanos varones sí dos primos, fui muy amiguero, de planes de dormir en sus casas, de hacer guerra de almohadas, de montar bicicleta en el barrio y de jugar fútbol. Mis papás me acolitaron muchas cosas, creo que por ser el único hijo hombre, entonces fueron flexibles en algunos aspectos sin que esto implicara ausencia de normas. Por ejemplo, mi papá me tenía prohibido pedir permisos en público y, si así lo hacía, me los negaba; era condición hablarle en privado para darle espacio de reflexión.

De mi papá aprendí también el valor del dinero. Cuando mercaba con mi mamá el plan de echar cosas al carrito era estupendo, pero hacía que uno se antojara de juegos, a lo que mi papá decía: “hablamos en la casa”. Una vez en ella preguntaba, ¿qué es lo que quieres?, ¿cuánto vale?; acto seguido decía: “entonces vas a trabajar en la empresa y cuando hayas reunido tu dinero, podrás comprártelo”.

Con el trabajo aprendí a cumplir un horario, a entregar una tarea bien hecha y a cobrar. Como responsabilidades teníamos la destrucción de la papelería obsoleta, pero también contábamos inventario, hacíamos tarjetas de navidad, entre otras actividades muy manuales y adecuadas para un niño de diez años. Luego llenábamos una tablita en la que se relacionaban las horas trabajadas y, contabilizando esto, cada semana podíamos pasar donde la persona que atendía caja para cobrarle.

Ya felices con la plata, porque además nos pagaban en efectivo, papá nos decía: ¿cuánto le van a dar a su mamá? Mi mamá recibía los cien pesos que le dábamos, pero los guardaba para nosotros. Esta enseñanza, con los años, se convirtió en el: “recuerda hijo que hay que aportar para la casa”.

Déjame decirte, Isa, que lo más hermoso de esta experiencia, es que después de trabajar para obtener el dinero necesario con el que podíamos comprarnos los juguetes, hacía que ya no quisiéramos gastarnos la plata y el juguete ya no generaba la misma ilusión por el esfuerzo que había significado. Uno termina por preferir ahorrar, ¿cómo iba a gastarme lo que tanto me había costado?

En mi casa adquirí el hábito de la lectura. Mi mayor expectativa al recibir los libros era leer la dedicatoria de mis padres, por lo mismo, leía muy rápido para que me regalaran otro. Actualmente al año leo alrededor de 30 libros algunos sobre temas muy refrescantes que me sirven de pausa para mi actividad y otros de economía, empresa y emprendimiento. Así como libros, también hubo en mi casa mucha música y equipos de reproducción.

Por razones de seguridad nos vimos obligados a dejar Medellín y fue así como, a mediados de los 90, nos instalamos en Bogotá. Todo cambió para nosotros y aquí debo mencionar ese arraigo paisa por la tierra, ese real y profundo sentido de pertenencia, aunque te confieso que yo vivo feliz aquí.

En Medellín estudié en Los Alcázares y en Bogotá en el Gimnasio de los Cerros. Me encontré un nivel académico más elevado que me obligó a tomar clases particulares de inglés y si bien los compañeros me molestaban por mi acento, por ser paisa, esto no logró afectarme. Pese a todo logré ser el mejor bachiller de mi promoción y también logré tejer vínculos de amistad muy estrechos y perdurables.

Aprendí que Medellín no es el ombligo del mundo, te lo dice un paisa, porque definitivamente hay que salir; también que Colombia confluye en Bogotá pues es donde uno conoce gente incluso de otros países, y que hace mucho frío pues recuerdo claramente cuando llegaba a las 8 de la mañana en pantaloneta para jugar fútbol en el pasto mojado en clase de educación física.

Me fue evidente cómo los papás de mis compañeros eran más flexibles con ellos en cuanto a tiempos de salidas, aún para ir a pocas cuadras, como a Unicentro cuando queríamos comer helado. Quizás nosotros estuvimos más cuidados por el tema de riesgo, aunque, ya en Bogotá, nos sentimos realmente más tranquilos al ser esta una ciudad más grande en la que todos pasan desapercibidos más fácilmente.

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Desde pequeño siempre me gustó construir cosas, diseñar, hacer aviones de papel, figuras en Origami (del que tenía treinta mil libros), armar legos, armatodos y disfruté las manualidades en general. Nunca se me dio bien el dibujo y no pasé de los típicos libros para colorear, esto fue así hasta que conocí Paint, entonces me la pasaba dibujando e imprimiendo lo que hacía. Recuerdo que, en la casa en Medellín, que tenía un jardín muy grande, hice trampas para atrapar pajaritos con el único propósito de validar que estas funcionaran, porque luego a ellos los soltaba. Fue así como terminé estudiando ingeniería mecánica.

Resulta que antes de graduarme yo ya sabía qué iba a estudiar, tramité con tiempo y fui admitido en la única Universidad a la que me presenté: los Andes. Eso sí, antes de comenzar hice un intercambio en Inglaterra por seis meses.

Recuerdo que un año antes de mi grado fuimos a Europa en familia, y en Londres mi papá me preguntó si me gustaría estudiar inglés ahí; nunca lo tomé en serio, así que tampoco nunca lo contemplé en mi plan de vida, pero ocurrió. Esta experiencia me enseñó que las cosas no se hacen solas; me permitió aplicar lo aprendido en la casa; supe entonces que no todo depende de mí, sino que también depende de terceros en una proporción importante y de las circunstancias como clima, oportunidad, tiempo y otras tantas. Compartí en residencias universitarias con gente de todo el mundo; tuve que acostumbrarme a planificar, a organizar y a atender imprevistos. Pagué el precio de salir de mi casa, pero contribuyó muchísimo a mi formación. Quise quedarme, también viajar a Australia, pero mi papá me recomendó no hacerlo y me animó a comenzar de inmediato mi carrera.

Al llegar de Inglaterra me enteré de que mis padres planeaban irse a México con mi hermana menor, y lo hicieron. Y yo no terminé en los Andes pues estando en séptimo semestre un tío me presentó la idea de un negocio que sonaba bastante atractiva, estudiamos el proyecto con asesoría de mi papá y concluimos que lo mejor era volver a mi tierra y asumir el riesgo. Cuando Haceb hizo una inversión importante en maquinaria, la que reemplazó quedó disponible entonces la operé y me convertí en proveedor de la empresa de mi abuelo.

Continué mi carrera en Eafit y me tomó otros 9 semestres graduarme (ya había hecho 7 en los Andes) pues solo matriculaba dos o máximo tres materias por semestre; en algún momento me vi tentado a no terminar y, cosa extraña, como no tomé los semestres en bloque resulté haciendo más créditos de los requeridos. Luego comencé el MBA del Inalde hasta graduarme, lo que me obligó a viajar cada mes por varios días a Bogotá durante dos años.

Mi empresa, IPROCOM (Ingeniería – Proyectos – Comercio), es un spin off de Haceb y me dio la oportunidad de enfrentarme a los temas administrativos, a los que precisamente le había sacado el cuerpo al momento de decidir qué estudiar. Contrario a lo que muchos pueden pensar, no la he tenido fácil, pues yo no sabía de contabilidad, ni de administración, ni de temas de liderazgo, mucho menos de gerencia, y proveer a la empresa del abuelo es muy retador y aún más exigente. Ahora estoy retirado de la gerencia, la que ocupé por nueve años, aunque sigo haciendo parte de su Junta Directiva.

Regresé a Bogotá para abrir mercados, diversificar y evitar potenciales conflictos familiares, también para crecer. Participo de las convocatorias públicas que hace el Ministerio de Comercio, Industria y Turismo, de diferentes programas del gobierno en temas de productividad y aseguramiento de la calidad, y también de foros.

Una de mis principales responsabilidades como emprendedor es generar empleo decente para la gente. Actualmente la nómina es de 130 personas, desde el inicio siempre se ha pagado por encima del salario mínimo, se brindan bonificaciones y les reconocemos su trabajo y los motivamos con actividades dirigidas también a sus familias.

Vivo con la satisfacción de un trabajo bien hecho, aunque no siempre me acompañen los resultados. Alguna vez le pregunté a mi abuelo:

— ¿Qué ha sido lo más difícil que has vivido como empresario?

— Vea, mijo, todos los años han sido difíciles, pero por un año no tan bueno, no puede echar a perder su trabajo, no solo el suyo, sino el de toda su gente. Hay que seguir.

En la dirección empresarial se deben tomar decisiones estratégicas que implican costos de oportunidad, algunas renuncias. Uno de los grandes aprendizajes como emprendedor, ha sido la tolerancia al fracaso, pues he hecho malos negocios, así como he ganado también he perdido plata, me he sentido frustrado y no me es fácil prescindir de un trabajador cuando es necesario hacerlo.

Nadie enseña a manejar la frustración, sino que en la medida en que se experimenta, se aprende a superarla. No hay libro de resiliencia que ofrezca herramientas, pero sí diría que lo primero es no quejarse, abandonar la mentalidad perdedora, características muy del colombiano.

Actualmente, también presido la Fundación Corfomento, dedicada a organizar labores formativas y sociales en todo el territorio nacional. Me gusta la labor social, considero importante impactar de forma positiva, desde una institución o en el día a día con acciones simples pero importantes.

Yo me reto con el ciclismo. Desde hace muchos años subo con algún amigo a la Calera o hacemos otros recorridos, y cada vez buscamos avanzar más, pese a las circunstancias adversas como el tráfico, el clima, los perros que nos ladran o la pendiente de la montaña. La meta hay que alcanzarla así en el recorrido se sienta el deseo de renunciar. Esto es equiparable a lo que ocurre en la empresa y en la vida: siempre vendrán nuevos retos y se presentarán dificultades, unas conocidas, otras nuevas, pero hay que seguir, con entusiasmo, con felicidad.

Cada año hago un retiro espiritual, soy católico practicante, me gusta aprovechar la adversidad para crecer, para seguir adelante, y pongo lo que no está a mi alcance en manos de Dios sin perder el sentido del deber ni el de la responsabilidad.

Soy soltero, sin hijos y sin novia, amiguero y muy cercano a mi familia. Pienso que al futuro hay que dejarlo llegar. Vivo el presente, agradezco lo que la vida me ha brindado, la plataforma que mi familia me ha dado, las enseñanzas recibidas y las buenas obras en las que he podido aportar.

Me asusta la incertidumbre, me produce miedo la situación actual del país, la sensación de zozobra. Pero ante el temor, el trabajo. No me da miedo equivocarme, en cambio sí la parálisis, porque es mejor hacer. No soporto la negligencia, ni a los que aplazan, o deciden no hacer; tampoco la burocracia, ni los procesos complicados que ralentizan las cosas.

Me gusta brindar tranquilidad, en muchas ocasiones asumo temas que no son los míos, pero si puedo ayudar, lo hago para ofrecer soluciones. Tengo, por herencia familiar, vocación de servicio.

Soy un convencido de que el objetivo de las personas debe ser la felicidad, quizás, es la razón suprema de la existencia. Por lo mismo, pienso que el tiempo es la oportunidad que tenemos para ser felices.

Ser feliz es descubrir aquello para lo que se está en este mundo y hacerlo como vocación porque nadie está aquí por casualidad.

¿Cuál es su mayor talento?
El espíritu de servicio y la generosidad con el tiempo personal para los demás. La capacidad de ejecución, la de proponerme metas elevadas y cumplirlas; la de convocar personas entorno a un fin.
 

Por Isabel López Giraldo

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