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Juan Esteban Constaín: “Hay un desprestigio de las ideas y del pensamiento”

En “Álvaro: su vida y su siglo” (Random House), el escritor colombiano cuenta su afinidad con la obra del político conservador que fue asesinado el 2 de noviembre de 1995.

Andrés Osorio Guillott
27 de julio de 2019 - 02:00 a. m.
Juan Esteban Constaín, autor de libros como “El hombre que no fue jueves” o “Ningún tiempo es pasado”.  / Gustavo Torrijos
Juan Esteban Constaín, autor de libros como “El hombre que no fue jueves” o “Ningún tiempo es pasado”. / Gustavo Torrijos

Walter Benjamin afirmó en una de las tesis de la filosofía de la historia que “el cronista que narra los acontecimientos sin distinguir entre los grandes y los pequeños da cuenta de una verdad: que nada de lo que una vez haya acontecido ha de darse por perdido para la historia”. Y esto lo logra Constaín con su relato sobre la vida, la obra, el pensamiento y el destino de Álvaro Gómez Hurtado.

Poder adentrarse en la vida y en los recuerdos más íntimos y cotidianos de quienes se configuran como referentes ideológicos se convierte en un orgullo, en una especie de medalla que se cuelga en el pecho inflado y se luce con hidalguía. Y así, con el respeto de siempre por quienes lograron que su discurso cambiara vidas aun cuando esas palabras surgieran de bandos o ideas contrarias, es que se muestra Juan Esteban Constaín con su libro Álvaro: su vida y su siglo.

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Jamás habló de Álvaro, siempre habló de Álvaro Gómez, con el respeto por la figura, por el distanciamiento que sigue manteniéndose como una forma de honrar ese símbolo que, más que ser de un partido, lo es de una política que ya no es, de una política que carece de un carisma, de una lucha, de una empatía que traspase los colores, las ideas y las barreras impuestas por una bandera. Álvaro Gómez pasa a ser el ícono de una nostalgia, de un siglo en el que la filosofía antecedía la política y en la que el humanismo y la palabra custodiada por la vida y la cultura eran pilares del ejercicio de gobierno, de la existencia ligada a lo público.

“Yo nací en un hogar liberal, tan liberal que me dejaron ser admirador de Álvaro Gómez”, afirma Constaín, quien permite que a su palabra hablada la acompañe la sonrisa que evoca la complicidad con Margarita Escobar de Gómez, la viuda de Álvaro Gómez Hurtado. El autor evoca la memoria intacta de la carrera tercera con calle doce en Cali, escenario en el que hace unos años existía un callejón arropado por libros que costaban entre $200 y $2.000, donde se topó con La revolución en América, ese texto que Constaín describe como “un ensayo prodigioso desde el punto de vista literario, pero desde el punto de vista histórico y filosófico está construido con un rigor y una profundidad poco comunes, además, para un político. Es una explicación histórica sobre el destino de América Latina, que está enfrentada a una contradicción entre la mentalidad, la cultura y las instituciones, y, según dice Álvaro Gómez, porque nuestra cultura es de origen hispánico barroco; somos muy barrocos, una cosa desmesurada. Y las instituciones son de origen liberal francés o inglés, entonces cuando hay una superposición entre la cultura barroca y caótica y unas instituciones que vienen de otro ámbito se produce un choque permanente que hace que todo sea mucho más difícil. Y esa es una explicación que me parece la mejor para entender la sucesión de fracasos políticos de nuestros países. Uno abre la Constitución colombiana y se siente en Suiza, y sale a la calle y es una corraleja”.

¿Y cómo se entiende el símbolo de lo barroco en la comprensión de la política y la historia en Colombia?

Álvaro Gómez era un esteta. Era un artista. Él habría querido ser en la vida pintor o escultor. Y como era hijo de Laureano Gómez tuvo que dedicarse al periodismo y a la política, pero siempre conservó una dimensión estética que lo llevaba a explicarlo todo desde allí. Y el barroco es un concepto de la historia occidental que sirve para explicar un momento en particular de la historia entre el renacimiento y la ilustración cuando la gente se agota del racionalismo. Entonces Álvaro Gómez plantea que hay épocas muy racionales como el renacimiento o la ilustración francesa, pero, a veces, tanta razón agota a la sociedad y a la cultura y la gente busca el caos, y busca una expresión que sea desmesurada, porque el racionalismo del renacimiento es muy armónico. El exceso de perfección agota y también se quiere zafar la camisa; entonces el barroco, así lo decía, es un espíritu que está en la historia cuando se necesita la desmesura para explicar lo inexplicable. Entonces dice que la España que conquista América y se inventa América es la España del barroco. Hay que entender como latinoamericanos el símbolo de lo barroco, porque nuestra cultura nació allí.

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¿Y cree que carecemos de figuras que trasciendan los partidos y la política misma?

Yo creo que la política como oficio ha decaído mucho en todas partes. Esa decadencia de la política como espacio por excelencia de lo público, de las grandes cuestiones públicas, pasa por la ausencia de figuras carismáticas, elocuentes, brillantes. Eso está pasando en todo el mundo. Uno ve en un país con una tradición política tan rica como Francia o como Reino Unido el empobrecimiento o la precariedad de lo que allí ocurre. Y en Colombia pasa lo propio. Aquí hace mucho tiempo no hay grandes oradores, no hay grandes caudillos, o los que sí lo son resultan excepcionales. Y la política se ha vuelto un oficio muy gris y acartonado, de componendas en el que hay un desprestigio muy grande de las ideologías. Yo me acuerdo que hace veinte años se mencionaba como un gran mérito que se hubieran acabado las ideologías y entonces esa ausencia de ideologías va derivando en la ausencia de ideas, y la discusión política se vuelve muy parroquial y escandalosa. Hay una gran decadencia, cuyo resultado y cuya causa es que ya no aparecen grandes personajes. Y puede ser una perspectiva muy mesiánica buscar que la política sea el escenario donde solo los grandes personajes van jalonando el destino de sus pueblos. Eso es desmedido y sí hay un desprestigio muy grande de las ideas y del pensamiento.

Por Andrés Osorio Guillott

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