El Magazín Cultural

La breve inmortalidad de traducir a García Márquez al japonés

Un encuentro con Fumiaki Noya, experto en las obras del nobel colombiano y heredero del primer traductor de “Cien años de soledad”, Tadashi Tsuzumi, recién fallecido.

Gonzalo Robledo * / Especial para El Espectador, Tokio
11 de agosto de 2019 - 02:00 a. m.
Fumiaki Noya en el estudio donde tradujo diez cuentos de García Márquez para una edición que la editorial Kawade Shobo presenta este mes en Japón. / Cortesía: Gonzalo Robledo
Fumiaki Noya en el estudio donde tradujo diez cuentos de García Márquez para una edición que la editorial Kawade Shobo presenta este mes en Japón. / Cortesía: Gonzalo Robledo

Para ironizar sobre la abundancia de traducciones que se han hecho al inglés de la obra cumbre de la literatura española, los ingleses acuñaron la expresión “muchos Cervantes para un solo Quijote”. La frase lleva implícito el mensaje de que los traductores literarios tienen licencia para recrear un texto como les plazca, siempre y cuando convenza a sus lectores de que están leyendo la obra original. (Lea: Las cartas secretas de García Márquez a Guillermo Cano).

El profesor Fumiaki Noya, uno de los principales divulgadores y traductores de la obra de Gabriel García Márquez en Japón, comparte la visión del traductor como autor y considera la traducción “un acto de creación no exento de agonía”. Japón es uno de los pocos países del mundo donde el nombre del traductor suele aparecer destacado en las portadas de los libros y muchos lectores eligen sus lecturas extranjeras según quien las tradujo. El nombre del profesor Noya está asociado a la gran literatura de América Latina. (Recomendado: La biografía de James Rodríguez traducida al japonés).

En estos días Noya termina la traducción de una colección de diez cuentos de García Márquez —“no son peregrinos”, advierte— que lanzará la editorial Kawade Shobo a mediados de agosto. “En julio hace mucho calor y los japoneses no leen”, se justifica.

Es de rigor mencionar de entrada a su recién fallecido maestro, Tadashi Tsuzumi (1930-2019), quien en 1972 tradujo Cien años de soledad. Noya lo recuerda como un hombre con mucho humor y un vasto vocabulario. “Como el de un escritor”, añade.

La editorial Shinchosha publicó Cien años de soledad y durante la primera década las ventas fueron discretas. Para los japoneses de ese entonces, la literatura de habla hispana empezaba con Miguel de Cervantes y terminaba con Federico García Lorca.

Borges era un capricho sofisticado para los europeizados y la producción literaria del resto de América Latina se consideraba, junto a la de África y la de algunos países de Asia, comprometida, politizada y ardua de leer. El profesor Noya asegura que el único libro en español en la biblioteca de su universidad era Huasipungo. El título mismo de la novela indigenista de Jorge Icaza era una palabra quechua (terreno), inexistente en su diccionario.

El Nobel de García Márquez en 1982 fue un revulsivo. El tópico de la literatura exclusivamente militante se vino abajo y el gran público japonés empezó a conocer autores como Cortázar, Vargas Llosa, Fuentes y Onetti. Toda una bonanza literaria para los lectores y una bendición para los traductores.

Noya tradujo Crónica de una muerte anunciada, otro de los libros de García Márquez más vendidos en Japón, además de Borges, Cortázar, Vargas Llosa y Paz. Se hizo especialista en la poesía de Neruda y empezó una larga carrera docente en las principales universidades y como divulgador del idioma español y de la cultura de América Latina en la televisión nacional NHK, en artículos de revistas y periódicos, y en conferencias internacionales.

Su única experiencia directa con Colombia ocurrió cuando en uno de sus viajes se averió un motor del avión en el que volaba y tuvo que pasar la noche en Bogotá. Pero conoce bien Cuba. “Sé bien lo que es sudar con el calor del Caribe”, explica. En sus traducciones le toca bregar con cientos de expresiones y modismos colombianos y puede diferenciar entre cachacos y costeños. Para su versión de El coronel no tiene quien le escriba, se jacta de haber encontrado el equivalente perfecto en japonés de la palabra “mierda” cuando deja de ser interjección.

Dice estar acostumbrado a la forma de narrar de los abuelos, pues el suyo, que tocaba la marimba en una orquesta militar en la época del emperador Hirohito, le contaba historias que adornaba para cautivar a su nieto. “Cuando descubrí a García Márquez reencontré ese placer”, sostiene.

Junto a Noya, otra media docena de traductores, casi todos profesores universitarios, han llevado al japonés numerosas obras de García Márquez. El profesor Noya señala que, además de no haber visitado nunca América Latina, Tsuzumi traducía en la era preinternet. “Hoy, no haber visto nunca una guayaba no es un problema”, sentencia.

El propio profesor Tsuzumi se quejaba del vértigo de los cambios del idioma japonés contemporáneo. “Los viejos no tenemos capacidad para enseñar japonés a los jóvenes”, había dicho en una entrevista. Sin embargo, su traducción de Cien años de soledad ha ostentado durante 47 años el mérito de haber allanado el terreno para la entrada de la literatura latinoamericana en la cultura nipona.

Gracias a la traducción de Tsuzumi, célebres autores japoneses del momento se declararon incondicionales admiradores de García Márquez. Lo alabaron, lo evocaron, ubicaron Macondo en varios sitios de la geografía nipona y, a menudo de forma abierta, lo imitaron.

Natsuki Ikezawa prestó la idea de un pueblo imaginario pero geográficamente familiar para su obra La caída de Matías Guili (Matias Guili no shikkyaku), donde reinventa los mitos de Japón moderno apoyado en lugares y personajes con nombres nada japoneses.

El cineasta vanguardista Shuji Terayama (1935-1983) llevó al cine una adaptación de Cien años de soledad no autorizada por su autor que, con el título Adiós al arca (Saraba hakobune), se estrenó en el festival de Cannes de 1985 como su obra póstuma.

Algunos estudiosos de la obra de Haruki Murakami, el escritor japonés más vendido en todo el mundo hasta hoy, señalan que la verosimilitud intermitente en la que viven sus protagonistas se nutre directamente de las técnicas del realismo mágico.

No se debe olvidar, anota el profesor Noya, que los estudiantes japoneses de bachillerato leen en su clase de lenguaje el cuento de GGM de 1978 La luz es como el agua, traducido por Keisuke Dan, otro conocido académico.

En la Universidad de Tokio, donde se forma la élite burocrática y empresarial del país, enseña actualmente un especialista venezolano de literatura latinoamericana llamado Gregory Zambrano. En sus clases de apreciación literaria el profesor Zambrano procura cerrar la brecha entre las hipérboles de la literatura garciamarquiana y la necesidad nipona de verificar la realidad. “El realismo mágico les desajusta sus códigos”, explica el académico.

Zambrano es además el autor de Hacer el mundo con palabras, un ensayo sobre la relación entre las obras de García Márquez y Kobo Abe (1924-1993), uno de los más influyentes autores japoneses de la segunda mitad del siglo XX. Según Zambrano, su visión de la literatura como “un instrumento que le permite dudar de las aparentes certezas de lo real” lo hermanó con el autor colombiano, a quien admiró desde que conoció su obra.

El ensayo de Zambrano explora también el gran interés de GGM por Yasunari Kawabata (1899-1972), Nobel de Literatura en 1968, y en especial por su obra La casa de las bellas durmientes, centrada en el erotismo casi místico de un anciano que paga por ver dormir adolescentes desnudas.

García Márquez reveló su fascinación con el tema en una crónica de El Espectador publicada el 19 de septiembre de 1982 en la que, tras pasar un largo viaje en avión admirando la belleza de una desconocida que duerme en el asiento de al lado, evoca al anciano de Kawabata y concluye: “Antes de aterrizar, cuando me dieron la ficha de inmigración, la llené con un sentimiento de amargura. Profesión: escritor japonés. Edad 92 años”.

El tema del erotismo senil inspirado en Kawabata dio lugar a su novela más japonesa: Memorias de mis putas tristes, publicada en japonés por la editorial Shinchosha en la traducción de Eichi Kimura.

Con la seguridad de responder a una pregunta escuchada muchas veces, el profesor Noya asegura estar listo para traducir Cien años de soledad. Será un trabajo de años pero, como García Márquez al bajarse del avión de la bella durmiente, le otorgará el derecho a llenar su propia ficha así: Profesión: escritor colombiano. Edad: inmortal, hasta la siguiente traducción.

* Periodista y documentalista colombiano radicado en Japón.

Por Gonzalo Robledo * / Especial para El Espectador, Tokio

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