El Magazín Cultural

La casa olvidada de Gaitán

Los habitantes de este municipio, ubicado a dos horas de Bogotá, creen que viven sobre una mina de oro cultural que no ha sido reconocida. Los clamores por incentivar el turismo han sido ignorados.

Laura Camila Arévalo Domínguez
10 de julio de 2018 - 02:00 a. m.
Imagen de la casa de la familia Gaitán Ayala. Actualmente es un almacén de ruanas. / Fotos: Gustavo Torrijos
Imagen de la casa de la familia Gaitán Ayala. Actualmente es un almacén de ruanas. / Fotos: Gustavo Torrijos

Las montañas se adornaron con un prendedor. Una leyenda dice C U C U N U B A, en letras grandes y blancas. El aviso funge como accesorio de los cerros y se convirtió en una extensión más del pueblo, en una marca, un sello. El sereno color de esas letras se impone con fuerza y roba el protagonismo al entrar al casco urbano. Se ven las casas color nieve con marcos y puertas verdes. La de Jorge Eliécer Gaitán no es la excepción. Uniformada con las demás viviendas del sector, rodea la plaza y se camufla. Despista con las ruanas que se asoman por la puerta y que ofrecen ahí los actuales dueños. Intenta pasar desapercibida, como un almacén más.

Foto aérea del casco urbano de Cucunubá: Daniel Aldana.

A comienzos del siglo XX, Eliécer Gaitán y Manuela Ayala vivían en Cucunubá. Él trabajaba como librero; ella, como maestra en una vereda. Tuvieron un hijo que llamaron Jorge Eliécer. Lo que no se ha podido determinar es si ese niño fue el prócer que tanto lloraron los bogotanos el 9 de abril de 1948, o su hermano, que murió de meses. Según relatos de habitantes del sector y el propio testimonio de la hija de Gaitán, Gloria Gaitán, el primer hijo que nació falleció a los pocos días en Cucunubá. Un par de meses más tarde los Gaitán Ayala se mudaron al barrio Las Cruces de Bogotá, lugar en el que nació el segundo bebé, al que bautizaron con el mismo nombre. Según esto, el hombre que iba ser presidente de la república y representaba las ilusiones y esperanzas de los liberales, fue el segundo de los hermanos Gaitán Ayala.

La segunda versión, también defendida por varios cucunubenses, entre ellos el periodista Luis Castillo, es que efectivamente el niño que nació en la casa ubicada en la plaza del pueblo fue Gaitán, el líder liberal que fue asesinado y por el que la gente salió enardecida a las calles a destruir Bogotá. Según esto, el hombre que con su muerte causó el Bogotazo fue el primer hijo de los Gaitán, nacido en Cucunubá y a los pocos días, radicado en Bogotá.

Según Gloria Gaitán, el hecho que la llevó a corroborar que su padre había nacido en la capital del país fue la frase que dijo en uno de sus tantos discursos:

Bogotá, la ciudad donde yo nací…”.

No recuerda cuál de todos fue, ni de qué tema específico hablaba, pero lleva grabada en la memoria esa afirmación que confirmó el origen de su padre.

Antes de llegar a concluir que fue en la capital, Gloria Gaitán iba con regularidad a Cucunubá todos los 23 de enero a celebrar el onomástico de su papá. Llevaba rosas e iba acompañada por los fieles seguidores de Gaitán. Se paraba en el balcón de la casa y lo homenajeaba con discursos que contenían las emociones que le producía saber que pisaba el suelo donde también había comenzado su historia. Recordaba los ideales por los que el líder había luchado hasta el último segundo. Rememoraba al padre que le arrebataron cuando tenía 10 años. Las demás versiones ya conocidas, en las que se dice que nació en el barrio Egipto o en Las cruces, se suman a una lista de hipótesis que le impregnan una incógnita mágica a los inicios de un hombre que le partió en dos la historia a Colombia.

Eso también es Cucunubá. Un enigma. Una tierra llena de relatos como el que explica la procedencia de su nombre. Según algunos historiadores y debido a la geografía del pueblo que lo sitúa frente a un cerro con forma de rostro, por herencia de los muiscas, la zona se bautizó en lengua indígena como Cucunubá, cuyo significado es: “semejanza de cara”. Un terreno que anhela ser explorado y que se valdrá de su encanto para ser atendido.

Foto: Gustavo Torrijos

Los cucunubenses se dividen entre la resignación y la frustración. Las indicaciones para llegar al pueblo desde Bogotá coinciden en que hay que tomar la vía hacia Ubaté. Efectivamente, antes de llegar hay dos letreros enormes que indican que para Cucunubá, se debe girar a la derecha. El aviso que le corresponde al presunto municipio de Gaitán está abandonado. Además de la desidia que visibiliza este primer encuentro con el pueblo, está escrito debajo de su nombre una gran paradoja:

“Cucunubá, pueblo colonial, turístico y arquitectónico”

El municipio es una joya. Sus calles empedradas sostienen las viviendas que las adornan. El prístino diseño de las estructuras mantiene armonioso y coordinado un recorrido que invita a quedarse. A recorrerlo. Las personas mantienen las tradiciones de sus ancestros, de quienes heredaron la tejeduría con lana, pero no se impulsan. Ni las calles, ni las ruanas, ni su gente, ni su paisaje. La plaza se conserva limpia y ordenada, pero concurrida solamente los fines de semana y en ciertos horarios. No hay movimiento que indique que el pueblo sí es turístico, y mucho menos, que haya una política que formalice una economía que pueda darle una alternativa distinta a la del carbón.

Pedro Gómez, reconocido en el municipio por sus constantes inversiones y esfuerzos en estimular el turismo, junto con la fundación Compartir, la Gobernación de Cundinamarca y la Alcaldía de Cucunubá, celebraban anualmente Festilana, un evento que atraía a personas de todo el departamento a ser testigos de la fabricación de las ruanas. La comida, la música, pero, sobre todo, los campesinos hilando en las calles del pueblo, eran un atractivo que las personas no querían perderse. El pueblo se llenaba y se hacía más visible.

Actualmente, en Cucunubá no se celebra Festilana, ni hay mercados campesinos, ni se ha puesto en marcha la prometida casa que estimularía el turismo para guiar a las personas que lleguen sobre los sitios, comidas, paisajes, historia y tradiciones de la región. “No hay información de ninguna índole. La gente no sabe para dónde coger”, dice una de las habitantes del sector.  

Según la alcaldesa actual, Sandra Jara, Festilana es una marca registrada por la Fundación Compartir y son ellos quienes estaban apoyando a los artesanos. “Yo como municipio no puedo hacer nada porque si la fundación no avala la marca, no puedo plagiarlos”. También añade que el costo aproximado del festival es de 200 millones de pesos, monto que el municipio no puede costear solo.

El Espectador también cuestionó a Jara sobre qué otras expresiones culturales se estaban incentivando en el municipio, a lo que respondió que en el pueblo hay casa de la cultura y que entre la biblioteca pública, las escuelas de danza y festivales como el de música andina, se evidencia que la administración no ha descuidado este aspecto.

¿Por qué cree que el turismo en Cucunubá se ha reducido?

Este es un municipio de un turismo no tan alto. El 90% de la economía del pueblo está basado en la minería del carbón. El 10% en la agricultura y el material de arrastre como la ganadería y en menor proporción está el turismo.

La alcaldesa también mencionó que el éxito de los sitios comerciales del pueblo, como los dedicados a las ruanas o los restaurantes, se debe al esfuerzo con que estos se administren. “Si montas un negocio, debes encargarte tú mismo de abrir y organizar bien las cosas”.

Lo que cree la comunidad cucunubense es que no hay una política que estimule el turismo en el pueblo. Están convencidos de que en el lugar en el que habitan hay un potencial que se está desperdiciando. Los recursos artesanales, históricos y geográficos están escondidos y no hay un plan de acción que busque exponerlos. La intención de querer compartir los saberes ancestrales, tradicionales y arquitectónicos, no solo puede recaer en las manos de los habitantes y su margen de maniobra, que es mínimo en comparación con el de la administración.

Foto: Gustavo Torrijos 

Los 45 pesos por los que fue vendida la casa de la familia Gaitán a don Misael Pérez, padre de los actuales dueños, debe ser uno de los datos disponibles para el pueblo y sus visitantes cuando coincidan con el lugar. Cucunubá podría lucir esta historia con, por ejemplo, una placa en la casa que narre lo que pasó y el tesoro histórico que alberga. El municipio brillaría con una norma que regule a los restaurantes, almacenes de ruanas y artesanías a que se organicen para atraer al viajero. Tienen oro y lo están reemplazando por carbón, mineral que al ser extraído destruye cada vez más su tesoro. A Cucunubá hay que reconocerlo. Hay que incentivarlo. El letrero de Cucunubá merece color.

Por Laura Camila Arévalo Domínguez

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar