El Magazín Cultural

La eterna palabra de Osvaldo Bayer

Periodista, historiador, escritor, fallecido el pasado 24 de diciembre, Bayer fue homenajeado en el Encuentro Internacional: Derechos Lingüísticos como Derechos Humanos, que se realiza a la par y como respuesta al Congreso Internacional de la Lengua Española, en la ciudad de Córdoba.

FERNANDO ARAÚJO VÉLEZ
31 de marzo de 2019 - 03:00 a. m.
Osvaldo Bayer, autor de “Los vengadores de la Patagonia trágica”.  / AFP
Osvaldo Bayer, autor de “Los vengadores de la Patagonia trágica”. / AFP

Era apenas un niño cuando oyó a su padre hablar de los huelguistas de Río Negro, de que los militares los llevaban a prisión y allá, lejos del mundo, los molían a patadas y sablazos. Él preguntaba y preguntaba, sin entender muy bien por qué, pero luego, pasados muchos años, empezó a comprender que en Río Gallegos y sus alrededores, en plena Patagonia, donde sus padres habían vivido cuatro años desde 1920, el regimiento número 10, al mando del coronel Héctor Benigno Varela, enviado por el entonces presidente, Hipólito Irigoyen, había fusilado a más de mil huelguistas de las centrales obreras de la región, que habían pedido mejores condiciones laborales.

El conflicto se había iniciado en 1920. Pasó por varias etapas de violencia y aparente diálogo, hasta que Irigoyen le dijo a Varela: “Vaya usted y cumpla con su deber”. Con el tiempo, Varela fue asesinado en Buenos Aires por un anarquista alemán, Kurt Wilkens, y el anarquista también fue muerto, y la historia de la Patagonia fue enterrada y olvidada. Osvaldo Bayer la rescató, en parte porque deseaba saber lo que había ocurrido en realidad, ponerles nombres y fechas a los relatos de su padre, y en parte porque ya había decidido que el sentido de su vida como historiador y periodista, como escritor, era contar la historia que no contaban en los libros de texto de las escuelas.

Bayer había estudiado anatomía, para conocer el cuerpo del hombre, sus conexiones y posibles desconexiones, y luego, historia, para saber lo que había hecho, pero en el fondo, quería ser filósofo para comprender “su alma”, como solía decir. Terminó siendo todo eso y periodista, sin títulos ni diplomas. Comenzó a contar historias en el diario de Esquel, historias de los oprimidos y los desarraigados, pero al director y a los dueños de las estancias de la Patagonia no les agradó lo que contaba. Lo acusaron de doble homicidio y la Policía plantó pruebas contra él. Se fue. Fundó su propio periódico, La Chispa, y la historia con las autoridades se repitió.

“Una tarde —le contó al periodista Felipe Pigna, de Radio Nacional— se me presentaron dos agentes con una orden para que abandonara mi puesto de trabajo y la ciudad en 24 horas”. “¿Por qué?”, preguntó. “Por dar falsas informaciones”, le contestaron. Pocas horas después de su ida, los medios de Buenos Aires y del país empezaron a contar su historia. Le ofrecieron trabajo en Clarín. Se afilió al gremio sindicalista de los periodistas. Lo invitaron a Cuba meses después de la revolución. Habló con el Che Guevara, quien le contó que la revolución en Argentina iba a iniciarse en las sierras de Córdoba con cincuenta hombres, que después serían mil, cinco mil, el pueblo.

Él le preguntó si no le temía a la represión, sobre todo a los agentes de la Infantería de Marina, “los gorilas”. “Son todos mercenarios”, le contestó Guevara. De vuelta en la Argentina, uno de aquellos días de comienzos de 1963 dio una charla en el pueblo del coronel Rauch y relató quién había sido en realidad el coronel Rauch, a quien el presidente Rivadavia había mandado en 1826 a exterminar a los indígenas ranqueles. Uno de sus comunicados decía que para ahorrar balas había degollado a 27 ranqueles; otro aseguraba que los ranqueles no tenían sentido de la propiedad. Cuando Bayer terminó su carpa, propuso que cambiaran el nombre. Solo dos señores asintieron. El restó huyó.

Su propuesta llegó en minutos a la casa de Gobierno, y en horas, el ministro del Interior, que era bisnieto de aquel Rauch, lo mandó a apresar. Osvaldo Bayer iba de prisión en prisión, de pelea en pelea. Igual, seguía escribiendo, denunciando, rescatando, desenterrando. En ese camino se encontró con Rodolfo Walsh, a quien llamó como “el más grande de todos”, y le sugirió que no tomara las armas, cuando en los años 70 la dictadura de Videla arrasaba con todo aquel que fuera o pareciera comunista. “El pueblo no los va a acompañar, Rodolfo”, le dijo. Walsh le respondió: “Ya veremos”. Días más tarde, Walsh acabó tiroteado en plena calle de Buenos Aires.

Bayer empezaba a escribir La Patagonia rebelde, después de más de ocho años de viajes e investigaciones, de entrevistas con los sobrevivientes de los hechos, de polémicas absurdas en los medios, como cuando el coronel Anaya, uno de los genocidas, le respondió en un periódico que el viento era tan fuerte en la Patagonia, que había hecho que las balas se desviaran. La Patagonia rebelde primero fue libro, y fue censura, y fue prohibición, y fue amenaza, y luego fue película, y significó el destierro para Osvaldo Bayer, la persecución, y después, en el 83, cuando regresó la democracia con Raúl Alfonsín, empezó a convertirse en su legado.

Por FERNANDO ARAÚJO VÉLEZ

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