El Magazín Cultural

La forma del agua: Primigenio

Publicamos uno de los capítulos del libro de Guillermo del Toro y Daniel Krauss, del sello Umbriel de ediciones Urano, en el que se basó la película ganadora del Óscar, “La forma del agua”.

Guillermo del Toro y Daniel Kraus
25 de abril de 2018 - 02:29 a. m.
Guillermo del Toro, cuya película La forma del agua surgió del libo del mismo nombre, escrito por él y por Daniel Kraus.  / Afp
Guillermo del Toro, cuya película La forma del agua surgió del libo del mismo nombre, escrito por él y por Daniel Kraus. / Afp

Richard Strickland lee el informe resumido enviado por el general Hoyt. Se encuentra a tres mil trescientos metros de altura. Las turbulencias sacuden al bimotor como los puños de un boxeador. Es la última etapa del vuelo de Orlando a Caracas, Bogotá y Pijuayal, el agujero en la encrucijada formada por Perú, Colombia y Brasil. El informe resumido es breve, valga la redundancia, y está salpicado de tachaduras en negro. Con prosa entrecortada y militar, explica la leyenda de un dios de la selva. Los brasileños le dan el nombre de Deus Brânquia. Hoyt quiere que Strickland escolte a unos cazadores que ha contratado. Que les ayude a capturar esa cosa, sea lo que sea, y que la transporte a Estados Unidos.

Strickland tiene ganas de llevar a cabo la misión. Será la última que realizará para el general Hoyt, y de eso está seguro. Las cosas que hizo en Corea bajo el mando de Hoyt le han mantenido encadenado al general a lo largo de doce años. Su relación es una forma de chantaje y Strickland quiere ponerle definitivo punto final. Si cumplimenta este encargo —el mayor de todos hasta la fecha—, tendrá el capital necesario para no seguir estando al servicio de Hoyt. Y entonces podrá volver a su casa en Orlando, junto a Lainie, con los niños, Timmy y Tammy. Podrá ser el marido y el padre que los trabajos sucios para Hoyt nunca le han permitido ser. Podrá ser un nuevo hombre, nuevo de pies a cabeza. Podrá ser libre.

Vuelve a concentrarse en el informe. Su manera de ver las cosas refleja la dureza de los militares. Esos patéticos capullos de ahí abajo, esos sudamericanos… La culpa de su pobreza no la tiene su atraso en las técnicas de cultivo. No, claro que no. La responsable es una deidad dotada de branquias y contrariada por su forma de extraer provecho de la selva. Hay un borrón en el resumen, porque en el bimotor hay una gotera. Lo seca en sus pantalones. El ejército de Estados Unidos, lee, cree que el Deus Brânquia tiene ciertas propiedades de significativa aplicación militar. Su trabajo es el de velar por «los intereses de Estados Unidos» y el de mantener a la tripulación, según dice Hoyt, «motivada». Strickland conoce de primera mano las teorías hoytianas sobre la motivación.

Es cuestión de pensar en Lainie. Mejor dicho, en vista de lo que posiblemente tendrá que hacer, mejor será no pensar en ella.

Las blasfemias que el piloto suelta en portugués están justificadas. El aterrizaje pone los pelos de punta. La pista se encuentra encajonada en plena selva. Strickland sale del avión trastabillando y descubre que el calor resulta visible, amoratado y flotante. Un colombiano vestido con una camiseta del equipo de los Brooklyn Dodgers y unas bermudas con estampado de flores, hace un gesto con la mano invitándolo a venir a su camioneta con caja descubierta. En la caja del vehículo, una niña pequeña tira un plátano a la cabeza de Strickland, quien se siente demasiado mareado por el vuelo como para reaccionar. El colombiano le lleva al pueblo: tres cuadras con niños panzudos y carros con frutas que claquetean por efecto de las ruedas de madera. Strickland se aventura por las tiendas y compra por instinto: un encendedor, líquido repelente para los insectos, bolsas de plástico con cierre hermético, polvos de talco para los pies. Los mostradores en los que paga con pesos lagrimean por causa de la humedad.

En el avión estuvo estudiando una gramática rudimentaria del idioma. «Você viu Deus Brânquia?»

Los vendedores ríen entre dientes y mariposean con las manos a la altura del cuello. Strickland no tiene ni puta idea de lo que están diciendo. Estas gentes desprenden un olor fuerte y acerado, como el de las reses recién sacrificadas. Se aleja por una carretera asfaltada que está fundiéndose bajo sus zapatos y ve que una rata muy hirsuta se debate en el engrudo negruzco. Está muriéndose, y lentamente. Sus huesos terminarán por blanquearse y hundirse en el asfalto. Es la carretera en mejor estado que Strickland va a ver en año y medio.

Por Guillermo del Toro y Daniel Kraus

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