El Magazín Cultural

La historia de los hermanos Gallagher y el posible regreso de Oasis

Noel y Liam Gallagher, la historia de dos hermanos de clase obrera, hijos de un padre que solía maltratarlos y de una madre, Peggie, que hizo cuanto pudo por ayudarlos. Este texto hace parte de ‘Like a Rolling Stone: Historias y perfiles de estrellas del rock’ (2017).

Jaír Villano
07 de agosto de 2018 - 02:00 a. m.
Oasis, la banda de los hermanos Gallagher, se formó en Manchester en 1991.
Oasis, la banda de los hermanos Gallagher, se formó en Manchester en 1991.
Foto: AP - DANIEL LUNA

—¡No te lo puedo creer! —le dijo Noel esa tarde de domingo desde Múnich—. ¿En una banda?

—¿Quién lo iba a pensar? Bueno, ahí está pintado —respondió Peggie sin todavía entender la decisión de su hijo—. Ahora mismo está en ensayo.

Es un capricho como tantos otros, es posible que haya pensado el menor de los Gallagher.

—Pero, espera, no… ¿Es en serio?

—Sí… Es el vocalista.

Ver para creer, dudó Noel desde la línea telefónica. A decir verdad, no le dio mucha importancia. Volvió al escenario, que más tarde sería engalanado por los Inspiral Carpets, a ensayar los instrumentos. Sabiendo que sus días como roadie estaban contados…

Y es que a nadie le podía caber la idea del menor de los hermanos Gallagher. El inquieto, caprichoso, maldadoso, hincha del Manchester City, admirador de John Lennon: Liam, l’enfant terrible, quien solía expresar su aversión por las personas que se dedicaban a la música, de un día para otro —o bueno, no, ya explicaremos— decide pertenecer a una banda de rock.

Y si la determinación generaba sorpresa. La razón por la cual lo hizo resultaba inverosímil. Una mañana un chico le asestó un golpe en la cabeza. Además de una protuberante tumefacción, del porrazo emergió algo que hizo que Liam determinara hacer parte de un grupo musical.

Noel, que desde una edad temprana se entregó a la guitarra, llegó de una gira. Con estupor por la noticia, pero sin mayor expectativa. (Obvio: no se puede esperar buena música de alguien que se la pasaba fumando yerba, oliendo pegamento y robando).

Pero quién puede entender los designios del destino. Ahí estaba su hermanito, montado en una tarima, cantando con su actitud de chico malo, una canción de su grupo, The Rain.

—¡Joder, el gilipolla no lo hace mal!

Liam recuerda las constantes agresiones de su padre y, con estas, lo ensimismado que se volvió Noel. Sabe que su hermano es un enfermo musical. Sabe que ha compuesto canciones. Sabe que es lo que le hace falta a su grupo. Se lo propone.

Noel lo piensa un buen tiempo. Se hace esperar un poco. Se hace rogar. Acepta, siempre y cuando él maneje la dirección del grupo, “Y otra cosa. Le cambiamos el puto nombre. The Rain es horrible”.

Es así, espontánea y virtuosamente, como nace la agrupación que cambió para siempre la historia de los 90 en Manchester. En una ciudad en crisis económica: invadida por el grunge americano (Nirvana, Pearl Jam, Soundgarden, etc.), que recordaba los vestigios de las épocas doradas del rock británico (La New Wave no emocionaba a nadie, el punk de los Pistols no cuajaba como antes, atrás quedaron Cream, The Who, los Rolling Stones, etc.) y que soportaba la expresión más afanosa del thatcherismo (la dama de hierro y Reagan implementaban un modelo que agobiaría al mundo: neoliberalismo); es así que nace Oasis.

Dos hermanos de clase obrera. Dos outcasts, hijos de un padre que solía maltratarlos y de una madre, Peggie Gallagher, que hizo cuanto pudo por ayudarlos. Dos insoportables individuos —uno más que otro, es cierto— llegaron a los escenarios de Londres, Tokio, Buenos Aires, París, Brasilia, Dublín, Ottawa... el mundo.

Junto a Paul Arthurs (guitarrista), Paul McGuigan (bajista) y Tony McCarroll (baterista), se encaminan a la travesía rockera. Con la convicción de que la música es un estilo de vida, pasaron tocando dos años en antros a los que la gente iba a pasarla bueno un rato. Desde tribunas oscuras y sucias, templos ajenos a la fiesta donde las pepas y los sintetizadores iluminaban la noche, se escuchaba rugir:

“You’re the outcast you’re the underclass

But you don’t care because you’re living fast”.

Pero la banda pasaba desapercibida. Ni elogios, ni insultos, ni reproches: nada.

Los muchachos no tambalean y una tarde en una casa de ensayo, Debbie Turner, integrante de las Sister Lovers, los invita a tocar en Glasgow. Oasis acepta. No hay dinero de por medio, pero lo hacen por amor al arte. En el bar, tocan cinco canciones que convencen a Alan McGee, jefe del sello Creation Records y exnovio de Turner. Ni Debbie ni nadie sabía que el productor estaba ahí.

En cualquier caso, a McGee le gusta la actitud del grupo en el escenario, virtud de Liam, y el contenido de sus letras, genialidad de Noel. Terminado el show se acerca a ellos. Noel tarda en reconocerlo. Alan les propone grabar. Intuye que serán los nuevos templos de adoración.

No se equivoca. Sus primeros sencillos, “Supersonic” y “Shakermaker”, los ponen en boca del público. De ahí la consolidación de su primer álbum, Definitely Maybe (1994), que los erige como las nuevas estrellas británicas.

El álbum cuenta con 11 composiciones de Noel. El chico que tuvo que soportar la brutalidad paterna y que, a diferencia de otros, no siente autocompasión. No. Nada. Es más: aunque parezca irónico, la venia por el sonido se la debe, de alguna manera, a su señor padre, pues este fue un DJ que llegaba con discos que el crío disfrutaba escuchando.

Noel tenía un robusto número de canciones que había compuesto en su inmersión musical. Ellas son la progenie de sus favoritos: algo del pop de Los Beatles, algo de oscuro de los Sex Pistols, algo de melancolía de The Smiths. (Y mucha yerba).

Ya está: Definitely Maybe es un conjunto de piezas musicales dotadas de una simbiosis temática, pero revestidas con el mismo ímpetu e insolencia. Somos estrellas de rock, como dice su primera canción “Rock ‘n’ Roll Star”; y a la vez hacemos parte de la sociedad marginada, como grita “Bring it on Down”; pero la fiesta continúa, dame cigarrillos, licor y cocaína, “Cigarettes & Alcohol”; porque quiero volar, quiero vivir, no quiero morir, como rezuma “Live Forever”.

Ocho millones de copias vendidas. Álbum debut vendido más rápido en Reino Unido (como todo hay que decirlo, hace diez años los Arctic Monkeys superaron ese récord). Edición inmediata en Japón, que después los llevaría a una inigualable gira, homenajeada en el video “Acquiesce”.

Entraron por lo alto. Se constituyeron como nuevas estrellas. Pero tuvo que pasar un año para que su fama se hiciera global y definitiva. Año en que el público del mundo escuchaba esa melodía sencilla y que advierte que la canción que sigue habla de un amor…

“I dont’ believe that anybody / Feels the way I do, about you now”.

Sí, “Wonderwall” confirmó que Oasis sería la gran banda. Los catapultó como el gran grupo. La segunda invasión británica, dicen algunos. Pasaba que alguien los escuchaba y listo, suenan bien, ¿Los hermanos Gallagher? Vale, interesante. El siempre ambicioso Noel quería más: Un momento, apenas empezamos. Compuso esa canción, que Liam se resistía a cantar, “No cantaré esa mierda, es reggae”. “Oye, dedícate a pulir tu puta voz y a tocar tu pandereta”.

Pues bien: esa canción…

“There are many things that I Would like to say to you / but I don’t know how”.

¿Hay necesidad de repetirlo?

“And after all… / You’re my wonderwall”.

¿Quién no la recuerda? Sí: mundiales.

 

El álbum fue un éxito total. Además, de Wonderwall tiene otras rolas que se han establecido como clásicos de la banda, entre ellas “Morning Glory”, “Champagne Supernova”, “Some Might Say” y la siempre recordada “Don’t Look Back in Anger”.

Esta última compite con “Wonderwall” por ser la más apreciada del público. Las presentaciones acústicas que ha hecho Noel en diversos países ha despertado el cariño de todos, la letra contribuye mucho en eso:

“Please don’t put your life in the hands / Of a Rock n Roll band / Who’ll throw it all away. So Sally can wait, she knows it's too late as we're walking on by…”

El éxito fue tan vehemente que hicieron uno de los conciertos más emblemáticos en la historia del rock. El 10 y 11 de agosto de 1996, Oasis atestó el Knebworth Park, siendo por día alrededor de 250.000 asistentes que gritaban a todo pulmón:

“I need to be myself /

I can’t be no-one else /

I’m feeling supersonic /

Give me gin and tonic /

You can have it all but how much do you want it?”

Pero como los aviones también se caen, vino una lenta pero dolorosa, al fin y al cabo, agonía del grupo de Manchester. Después de su segundo álbum y de sus constantes cambios de baterista y bajistas y de las reyertas y estultas declaraciones, aterrizó en el asfalto Be Here Now (1997).

Desde el 10 de Downing Street dicen que tras crear una potente expectativa, Oasis decepcionó. Pero como las declaraciones oficiales suelen esconder sesgos, hay que decir que sí, puede que no supere a sus dos primeros discos y que no haya canciones a la altura de sus himnos, pero escuchándolo en retrospectiva el álbum no es tan malo como para ser el declive; de hecho, hay sencillos que quedaron en la memoria del mundo como “Stand By Me”, “D’you Know What I Mean?” (por irritante que parezca) y, está bien, otras menos agradables, por lo sosas que se escuchan, como “Fade In Out”.

Y así sigue una línea de trabajos que nadie recuerda, salvo por una o dos canciones chéveres, como “Acquiesce” (del álbum The Masterplan, 1998), “Go Let It Out” (de Standing On The Shoulder Of Giants, 2000), “Lyla” y “Let There Be Love” (de Don’t Believe the Truth, 2005), y del último proyecto ni me acuerdo.

¿Qué sucedió? Tal vez eran menos geniales de lo que se creyó y, claro, si no le haces mantenimiento al Ferrari el motor puede fallar. Lo dijo Noel en entrevista reciente a The Esquire: “No éramos tan buenos como los grandes, pero éramos mejores que el resto”. Y también Liam en el documental Supersonic (2016): “No éramos los mejores músicos, pero teníamos espíritu”.

No se puede dejar de lado un factor que en un principio les generó simpatía, pero luego los fue desgastando. Se trata de su insoportable arrogancia —aunque, si pensamos, esto es cualidad del artista— y de las constantes peleas entre los hermanos.

La prensa lo registró en su momento de esplendor. Y ahora que su fama ha menguado, lo sigue haciendo. Y aunque son menos venenosos que antes, Noel y Liam no se cansan de destilar fuego. Lo hacen con las estrellas del momento: Arctic Monkeys, Justin Bieber, One Direction y hasta con personas que nada tiene que ver con los escenarios, como Zlatan Ibrahimovic.

Liam siempre creyó que una estrella de rock debía ser un anti prototipo. Noel no era muy cercano a esa perspectiva, pero fue igual de irreverente que su hermano. Es por eso que la disyuntiva entre Abel y Caín, entre estilo y forma, entre el feo y el guapo no es acertada, pues si bien el mayor es cauto, en un inesperado caso, puede ser igual de irritable que l’enfant terrible.

Baste con leer sus declaraciones de prensa: “Keith Richards y George Harrison están celosos y seniles y no pueden conseguir suficientes pasteles de carne”, Noel. “No somos arrogantes, tan solo creemos que somos la mejor banda del mundo”, Liam. Y de paso formularse una preguntita sencilla —y retórica, groupies—: ¿por qué si Noel encarnaba el bueno y Liam el malo, los exintegrantes de Oasis (Andy Bell, Gem Archer y Chris Sharrock) decidieron pertenecer a Beady Eye, la banda del menor de los Gallagher?

Sus peleas son famosas por lo cómicas e increíbles. Siendo tantas las controversias, vale la pena evocar tres: la primera en 1996, cuando minutos antes de salir al escenario del unplugged de MTV, Liam decide no cantar alegando un dolor de garganta. Noel sabía que sus gafas oscuras y los movimientos de su cuerpo delataban una noche de excesos. Salió al escenario como pudo; antes de empezar el show advirtió: “Hoy no cantará el niño bonito”. Para aumentar la gula de la audiencia, la cámara nos mostraba en un palco al Gallagher menor, con una gorra, unos lentes, masticando goma de mascar y aplaudiendo mordazmente.

—No le importó que su hermano se estuviera muriendo en el escenario —acusó Noel en el especial Behind de Scenes.

La segunda en un tour en Estados Unidos. Liam se subió al avión, y montado en este se le ocurrió que, en lugar de cantar, era mejor comprar una casa; Noel volvió a sacar la cara por el grupo y, tiempo después, renunció —como tantas veces— a la banda.

Y la tercera y más cercana, cuando sus trabajos venían de más a menos, en 2009, tiempo para el cual seguían llenando plazas, pero por sus primeros discos. Pues bien (o ni tanto): en una gira por Europa, en la que irían a París, Konstanz y Milán (2009), Liam volvió añicos la guitarra de su hermano. Noel renunció, irrevocablemente, a Oasis. (Para evitar la cacofonía mediática, se dejan por fuera las peleas con Blur y otros grupos y artistas que fueron víctimas de su rabia).

El tiempo pasó y ambos decidieron trabajar por separado. Liam con Beady Eye, grupo que no suscitó mayor impresión. Noel con Noel Gallagher’s High Flying Birds, trabajo que le significó respeto, prestigio, portadas de revista, 120.000 copias, puesto número uno en Reino Unido y que lo instaló en nuevos escenarios.

El ya no tan chiquillo Liam se tuvo que tragar sus palabras. En un acto de redomada insensatez, aseveró que Beady Eye superaría a Oasis. A diferencia de su hermano, su presencia en público se limita a bizantinos partidos de fútbol.

Noel constató lo que todos sospechaban: que era y siempre será el sheriff musical. Liam podrá ser el showman, el preferido de las groupies, el cool, y ya.

Y sin embargo —que conste: esto último como capricho de fan—, Noel y Liam son un necesario complemento. Son el uno para el otro, siendo el uno a pesar del otro. Son los hermanos que hicieron de la revolución de una generación algo simple y descarado:

“So I start a revolution from my bed”.

Pero su regreso sería la mejor de las revoluciones.

 

Por Jaír Villano

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