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La hoguera de las vanidades

El lunes pasado falleció Tom Wolfe en Nueva York. Tenía 87 años, y era uno de los periodistas más importantes del siglo pasado, reconocido por ser uno de los precursores del nuevo periodismo. En ficción, su obra cumbre fue La hoguera de las vanidades.

El Espectador
16 de mayo de 2018 - 02:00 a. m.
Tom Wolfe nació en Richmond, Virginia el 2 de marzo de 1931. / EFE
Tom Wolfe nació en Richmond, Virginia el 2 de marzo de 1931. / EFE
Foto: EFE - MARTA PEREZ

“La gente acusa a los escritores de no ficción de no atreverse a cruzar la gran meta, que es la de la novela, así que me dije: ‘Muy bien, vamos a probarlo’. Y escribí La hoguera de las vanidades. Tenía 57 años y nunca antes había pensado en una novela, pero tuvo un éxito tan inesperado y gané tanto dinero tan rápidamente, que me dije: ‘¡Dios, tengo que volver a hacer esto!’”. Tom Wolfe escribió esa novela después de consagrarse como uno de los periodistas más importantes de Estados Unidos. Esa novela, que todavía se considera como la radiografía de Nueva York, salió a la venta en el otoño de 1987, el año del lunes negro en Wall Street, la época en que los diarios reportaban muertos en casi todos los estados del país norteamericano. Un año antes de que se cerrara la discoteca Studio 54, el lugar en Nueva York a donde iban de fiesta las estrellas de Hollywood.

La hoguera de las vanidades narra la historia de McCoy, un joven y triunfador vendedor de bonos que una noche se pierde junto a su amante por el South Bronx, atropellan a un negro y huyen. A partir de ahí, empieza su caída libre y, en paralelo a ella, Wolfe retrata todo el submundo de la ciudad. El libro sentó mal, se regodeaba en los tópicos sobre negros y blancos y se burlaba de todo: la tensión racial, el dinero y las miserias políticas. “Tom Wolfe no deja prisioneros en su comedia”, decía la crítica de The New York Times, escrita por Christopher Lehmann-Haupt.

Esa novela, sin embargo, podía parecer un reportaje periodístico sobre Nueva York. Un coro de voces que narran, desde diferentes puntos de vista, esa ciudad tan escrita, de la que tanto se ha hablado, pero tan extraña. “Cuando la gente critica mis novelas por ser demasiado periodísticas, yo les digo que no lo son lo suficiente. Es un cumplido, aunque pocos escritores lo consideren así”, dijo Wolfe en una entrevista con El País, de España.

Su método periodístico era simple: construir el texto escena a escena como en una novela, usar la mayor cantidad de diálogo posible, concentrarse en los detalles para definir a los personajes y adoptar un punto de vista para relatar la historia. Pero evitar, siempre que se pueda, la primera persona en singular que, según él, ha sido uno de los peores efectos del nuevo periodismo: “Un fallo que yo mismo he cometido. En El coqueto, aerodinámico rocanrolcolor caramelo de ron, 1997, sobre la cultura automovilística en California, lo empecé escribiendo: ‘La primera vez que vi coches personalizados…’. A menos que seas una parte de la trama, creo que es un error escribir en primera persona”.

Nuevo periodismo

Eran los comienzos de los 70 y el director de The New York Herald, Clay Felker, sacó una misiva para sus periodistas: “tienen que ir más allá del periodismo objetivo”. Wolfe ya había experimentado una forma diferente de hacer trabajos periodísticos cuando años antes lo había mandado la revista Esquire al sur de California para escribir sobre jóvenes que dedicaban su vida a trucar y conducir coches de carreras. Al cabo de dos semanas de gastos y sin resultados visibles, la revista le pidió a Wolfe que solo mandara los borradores de sus notas, que uno de los periodistas de la redacción les daría forma. Sin embargo, Esquire publicó los artículos tal cual Wolfe los había enviado: diálogos fragmentados, expresiones coloquiales, detalles en el paisaje, en la ropa. “Consistía en ser absolutamente verídico y al mismo tiempo tener la cualidad absorbente de la ficción”, dijo en una entrevista el periodista. Cuando Clay Felker propuso a sus periodistas nuevas formas de contar sus historias, Wolfe ya estaba preparado. “Hasta los 32 años no escribí nada más largo de 1.000 palabras” y “gracias a una larga huelga de periódicos en Nueva York me obligué a mí mismo a escribir por mi cuenta”.

Lynn Nesbit, agente del periodista y escritor estadounidense, dijo a los diarios The Wall Street Journal y The New York Times que Wolfe estaba sufriendo de neumonía y había sido hospitalizado por una infección en un hospital de Manhattan y confirmó que ayer había muerto a los 87 años el autor de La hoguera de las vanidades.

“El escenario estaba estrictamente reservado a los novelistas, gente que escribía novelas y gente que rendía pleitesía a La Novela. No había sitio para el periodista, a menos que asumiese el papel de aspirante a escritor o de simple cortesano de los grandes. No existía el periodista literario que trabajase para revistas populares o diarios. Si un periodista aspiraba al rango literario... mejor que tuviese el sentido común y el valor de abandonar la prensa popular e intentar subir a primera división”.

Por El Espectador

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