El Magazín Cultural

La nostalgia de una errante

“Por ser del Sur” (Pensamientos Imperfectos Editorial) es el nuevo libro de la autora argentina Lucía Vargas. Sus crónicas y relatos de viajes son un homenaje al desapego y a la libertad.

Andrés Osorio Guillott
02 de mayo de 2019 - 02:00 a. m.
Lucía Vargas ha publicado en El Espectador varios de sus textos sobre literatura de viajes. / Cortesía
Lucía Vargas ha publicado en El Espectador varios de sus textos sobre literatura de viajes. / Cortesía

Usted inicia su relato de viajes en Córdoba y nos deja a los lectores preguntándonos por el pasado que no se contó. ¿Por qué decidió emprender ese viaje? ¿Tiene que ver con la idea del desapego?

Sí, tiene que ver con el desapego. De hecho, ese fue el motor inicial y lo sigue siendo, aún en este tiempo de reposo. Porque veo el desapego como generador de movimiento, el movimiento como propulsor de aprendizaje y el aprendizaje como disparador de cambio. Decidí salir de Buenos Aires y comenzar por Córdoba porque quería atravesar mi país antes de salir de él, que el desarraigo no fuera algo tan inmediato. Además, dos de mis grandes amigos vivían ahí en ese entonces y decidí ir a despedirlos porque sabía que me iba sin fecha de retorno. Hay pocas certezas que tenés cuando viajás; una es saber cuándo te vas o cuándo sentís que te tenés que ir. Lo que menos sabés es cuándo vas a regresar o cuándo vas a volver a ver a la gente que amás. Creo que el desapego también está en aprender a despedirse. Decidí emprender este viaje por eso, porque sé que las ciudades son enormes y encantadoras, pero las personas lo son aún más. La gente que conocí hasta ahora me lo demuestra todo el tiempo. No hay mucho pasado que contar: renuncié a todo, vendí mis cosas, salí de mi casa y crucé Latinoamérica básicamente porque siempre soñé con conocer la bondad de los extraños.

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A medida que avanza la lectura uno tiene la impresión de que cada lugar que visitó se convierte en una parte de usted, cada sitio arma un rompecabezas de los misterios de la vida y de la memoria. ¿Usted tal vez lo sintió así? ¿Cada viaje que realiza tiene ese segundo propósito de reconocer nuevos elementos que componen su esencia y su anatomía?

Sí, creo que tu percepción es muy cercana a lo que sentí. Como bien decís, cada lugar que visité y cada persona que conocí es ahora parte de mí, una pieza del rompecabezas. Conocerme no es un segundo propósito, es la razón principal por la que viajo. Recuerdo cuando un amigo, Felipe Núñez, me recitó el poema La ciudad, de Cavafis, que dice: “La ciudad irá en ti siempre”. Creo que, de alguna manera, descubrirme en ese aprendizaje geográfico fue lo que me reveló esa anatomía de la que hablás. El cuerpo como la ciudad y la ciudad como el cuerpo. Y no hablo de esa sensación que tenés cuando ocurre un déjà vu, sino más bien esa sensación que te genera eso de volver sobre tus pasos cuando te acordaste de algo. Descubrir que sos todas las ciudades es como tratar de entender lo que queda después de irte o lo que queda mientras te estás yendo. Volver sobre tus pasos no es desandar camino, es más bien volver a transitarte, es recordarte, es hacerte memoria. En el poema, Cavafis confiesa que las calles siempre fueron y son las mismas. Voy y vengo desde hace tres años y puedo decirte que lo entiendo cada vez que me descubro parada en alguna esquina de Bogotá conmoviéndome de la misma manera que podría hacerlo en una esquina de Buenos Aires o de Lima. “La ciudad es siempre la misma”, dice Cavafis, y es cierto. Y pienso que, en el fondo, el problema no es hallar la ciudad en algún lugar del mundo; el problema es nunca llegar a entender que vos sos y siempre fuiste la ciudad, que el paso que sigue, ese destino al que supuestamente querés llegar, siempre es ese lugar que desconocés de vos mismo.

En la lectura se percibe un contraste de alegría encauzada por el asombro de conocer, de explorar, pero también un aire de nostalgia. ¿Cómo hablar de esos contrastes?

No sé si verlo como un contraste, porque la idea de contraste me remite a la oposición. Creo que podríamos pensarlo como un complemento. El asombro de conocer es descubrir, y ese descubrimiento de lo nuevo genera alegría por lo que es y nostalgia por lo que no es o por lo que esperábamos que fuera, las dos cosas al tiempo. Es como cuando entendés que no podrías valorar lo bueno que hay en vos si no asumieras lo malo también. Una vez, Diana Bellessi contó que llegar al pueblo de su infancia, después de un viaje de más de seis años, fue llorar y reír al mismo tiempo. “Es como el encuentro con la madre”, dijo. Creo que ella lo define perfectamente. Es entender que el asombro por la vida no es contraste, es complemento, y que esas cosas que parecen opuestas en realidad son dos partes de una misma esencia que es más compleja de lo que pensamos, al tener múltiples dimensiones.

Podría uno pensar que terminar el libro con su relato de regreso a su casa es una forma de demostrar que siempre volveremos al lugar donde todo emergió, y ahí es donde se halla esa imposibilidad de experimentar un total desapego de lo que somos. ¿Podría leerse así? ¿No es la nostalgia necesaria para la preservación de nuestras memorias?

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Efectivamente, la crónica Por ser del Sur habla de ese retorno al hogar primero, a esa casa en la Patagonia donde crecí. Y es la que le da nombre al libro, justamente por esto que decís sobre volver al lugar que dio origen. Y se puede leer desde las raíces, desde la geografía, desde la propia casa que voy descubriendo en mí, o desde todos eso al mismo tiempo. Creo que tenemos tantas dimensiones como posibilidades de ser y que hay cierta complejidad en esas dimensiones que ni siquiera podemos terminar de entender si las aislamos. Para mí, el ejercicio de la escritura es reconocer esas múltiples dimensiones y acercarme un poquito más a lo que quiero entender desde lo que me permite conocer, del mundo y de mí. Hace poco escuché decir a Salcedo Ramos que, para él, dejar testimonio es hacer memoria. Escribir es dejar testimonio, escribir crónica es darle espacio no solo a tu voz sino también a los testimonios de otros, a las voces de otros… ¿Qué sería de nuestra identidad sin esa memoria colectiva? ¿Y qué sería de nuestra propia memoria sin esa nostalgia?

Por Andrés Osorio Guillott

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