El Magazín Cultural

La obra que nunca sale mal

Para su segunda temporada en el Teatro Nacional La Castellana, “La obra que sale mal” promete volver a encantar con su ritmo, precisión y actuaciones.

Moisés Ballesteros
31 de enero de 2020 - 02:00 a. m.
“La obra que sale mal”, una comedia desenfrenada que narra la historia de una compañía de teatro amateur que decide estrenar una obra de suspenso, pero antes y durante la obra todo lo que puede salir mal sale mal y cada vez peor.  / Cortesía Teatro Nacional
“La obra que sale mal”, una comedia desenfrenada que narra la historia de una compañía de teatro amateur que decide estrenar una obra de suspenso, pero antes y durante la obra todo lo que puede salir mal sale mal y cada vez peor. / Cortesía Teatro Nacional

El humor del teatro colombiano, podría decirse casi como una generalidad que no falla, está atravesado por la fatalidad. Una característica que condiciona la escritura, la puesta en escena, la interpretación e incluso nuestro discurso cotidiano. La mezcla entre fatalidad y humor ha creado un movimiento particular en la creación de nuestro país y nos ha hecho foco de muchos circuitos artísticos a nivel internacional. En términos generales este común denominador, con todas sus variantes posibles, ha tenido un efecto positivo: nuestra comedia es negra, mordaz y siempre violenta. No obstante, pareciera que una comedia pura fuera motivo de angustia. Como si reírnos, de repente, se hubiera vuelto banal y prohibido. La comedia pura, la que no se mezcla con episodios tan aterradores como los que no quisiera enumerar y que nos hacen lo que somos como nación, ha sido desplazada por los creadores por parecer innecesaria y trivial.

Sin embargo, por estos días una apuesta muy ambiciosa se ha tomado el Teatro Nacional La Castellana. A fuerza de gags y de un ritmo desenfrenado, la obra nos muestra una clase de comedia necesaria para nuestro oficio y el público. “La obra que sale mal” es una obra que parece nunca poder salir mal.

El espectáculo que es un éxito en varios países, dramaturgia original de Henry Lewis, Jonathan Sayer y Henry Shields, cuya traducción para Colombia fue realizada por el australiano Joe Broderick, se estrenó el año pasado con una gran aceptación y comenzó su segunda temporada llegando a las cien primeras funciones: es una máquina de hacer reír, una experiencia en la que el espectador asiste para ser sorprendido cada minuto.

La obra también cuenta con un elenco excelso y variado. Se destacan muchas caras jóvenes que inyectan vitalidad al proyecto como Juan Esteban Quintero, Viviana Bernal y Jair Aguzad.

“La obra que sale mal” nos recuerda el rigor de la comedia en una interpretación que depende de una sincronía perfecta de todos los elementos que la componen: escenografía, interpretación, música y luces se relacionan y es ahí donde uno entiende que nada sobra ni hace falta. El frenetismo de cada interpretación permite que se produzca un viaje redondo, pese a que la historia de trasfondo, una obra dentro de una obra, es de gran simplicidad. Cada obstáculo, cada tropezón al que se enfrenta la compañía intentando salvar la función comprometen totalmente al espectador desde mucho antes de que se inicie la obra.

Resulta oportuno preguntarse por el valor de una pieza que con tan alta factura logra recordarnos el abandonado lugar de la comedia en la escena nacional, no porque no haya que reconocer que hay grandes comediantes o apuestas significativas como el payaso o la impro, pero la comedia como genero dramático, la comedia sin “aparentes” pretensiones políticas, también tiene mucho que decir, también tiene mucho para dialogar con nuestros modos y medios. Pongo en comillas la palabra “aparentes” entendiendo que la comedia, ante todo, es subversiva y nos invita a soltar una carcajada en medio de la precariedad de nuestra realidad.

“La obra que sale mal” es una muestra clara de cómo una partitura de trabajo puede ser tan poderosa. El texto, que ha sido montado por el Teatro Nacional bajo la dirección del argentino Ricardo Behrens en su primera etapa y con una posterior asistencia a la dirección de Luis Velazco, se está convirtiendo en una obra imprescindible de la escena Bogotana al recordarnos el valor de la precisión y la comedia. Detrás de este gran resultado hay una industria por la que también vale hacerse preguntas sobre la creatividad. Este espectáculo es una réplica de una creación que no nos pertenece.

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Por Moisés Ballesteros

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