El Magazín Cultural

La ofrenda de Doris Salcedo por los emigrantes

Con “Palimpsesto”, una instalación que ocupa todo el Palacio de Cristal del Museo Reina Sofía, la artista colombiana causará tanto impacto como cuando partió en dos la Tate Modern en Londres.

NELSON FREDY PADILLA
05 de octubre de 2017 - 03:00 a. m.
El piso del Palacio de Cristal fue cubierto con tabletas por las que circula agua entre arena para dibujar los nombres de víctimas. / Foto cortesía - Juan Fernando Castro
El piso del Palacio de Cristal fue cubierto con tabletas por las que circula agua entre arena para dibujar los nombres de víctimas. / Foto cortesía - Juan Fernando Castro

Desde esta semana se puede caminar sobre 20 toneladas de tabletas transparentes bajo las que se construyeron diez kilómetros de tuberías para hacer circular agua hacia arena contenida que evoca nombres de personas ahogadas en su fallida travesía marítima entre África y Europa durante los últimos 20 años. 

Es la obra que la artista colombiana Doris Salcedo presenta en la capital española. Su homenaje a las víctimas olvidadas entre las crecientes cifras de las emigraciones masivas. Cerca de 30 mil muertos en los últimos 15 años, según cifras de la Oficina de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur).

La exposición Palimpsesto fue un encargo surgido a raíz del Premio Velázquez de las Artes, el más importante de habla hispana, que le otorgaron a la artista bogotana en España en 2010 por el conjunto y significado de su obra.

Ella aceptó el reto, lo meditó con su equipo de trabajo un par de años y dedicaron otros cinco a construir lo que parecía imposible, el memorial para un fenómeno social que en pleno siglo XXI evidencia las distancias materiales y espirituales entre continentes y culturas.

Como se sabe, Doris Salcedo no dedica mucho tiempo a dar entrevistas, pero atendió a El Espectador en medio de ese ajetreo y nos envió la información sobre la magnitud de lo que desde hoy y hasta abril de 2018 se puede ver en el Palacio de Cristal del Museo Reina Sofía.

Una experiencia sobrecogedora: caminar sobre las placas con una caligrafía difusa que les da vida interior para recordar un destino, una vida con nombre propio y, a la vez, los sueños truncados y el dolor de muchos africanos que navegaban hacia Europa, huyendo de las guerras y carencias, en busca de una opción de vida con dignidad.

Ya en Madrid los expertos del mundo del arte comentan que la colombiana logra un impacto similar al que generó con Shibboleth, la grieta que partió en dos la Sala de Turbinas de la Tate Modern (Londres, 2007) para simbolizar la distancia entre Europa y América más allá de lo geográfico. Ella no califica, apenas cuenta que está agotada por lo que significó el montaje de la estructura y la verificación de su funcionamiento permanente: “Llevamos casi un mes trabajando sin parar, ni domingos ni nada”.

Habla en plural porque sus creaciones son fruto del esfuerzo colectivo. Viajó con nueve de las 30 personas con las que trabajó para este proyecto, incluidos ingenieros de sistemas e hidráulicos, arquitectos, químicos, documentalistas. Juntos diseñaron todo en el taller de Doris Salcedo en el norte de Bogotá, decidieron cada material y cada mecanismo para garantizar al mismo tiempo precisión de nanotecnología y significación poética.

Ella propone desde su mirada crítica del mundo y del hombre de hoy, desde sus lecturas de filosofía (Benjamin, Lévinas, Ranciére, por citar algunas influencias), de investigación social, de literatura como la poesía de Celan. Después lo describe en imágenes sobre papel que sus coequiperos enriquecen con nuevos trazos e ideas. El resultado en este caso es, además de una ofrenda, la revisión del arte y el conocimiento que se transforma desde las definiciones de palimpsesto: papiro, manuscrito, documento. Ella lo resume en “una oración fúnebre” para que la estética llame la atención sobre la muerte, salga del anonimato con una identidad y haya duelo.

Detrás de esta obra, como siempre, la artista se apoya en un riguroso trabajo de investigación “detectivesca” que implicó viajes por Europa y África para obtener información precisa de emigrantes y de víctimas. Consultaron desde archivos de organizaciones de derechos humanos, autoridades migratorias y medios de comunicación hasta lápidas de cementerios de Italia y Grecia, donde reposan restos de víctimas de naufragios de pequeños botes repletos de hombres, mujeres y niños.

El mismo rigor que utilizó en Plegaria muda, obra de cuya construcción El Espectador fue testigo, para rescatar la memoria de las víctimas de la guerra en Colombia, los inocentes fusilados por el Ejército llamados “falsos positivos”, o en Sumando ausencias, esa mortaja blanca tejida por miles de colombianos y extendida por toda la Plaza de Bolívar de Bogotá como manifestación frente al rechazo a la paz en el referendo de hace un año. Es la metodología antes de definir con qué tipo de escultura o instalación conmemorará “escenarios conflictivos donde la violencia y los caídos, la memoria, suelen estar presentes para hacer notar la ausencia de desaparecidos, refugiados, asesinados, olvidados”.

Según la información que la artista nos envió y con la cual el Museo Reina Sofía la presenta como una de las artistas contemporáneas más influyentes, “Palimpsesto hace referencia a todas aquellas personas que han fallecido ahogadas en el Mediterráneo y el Atlántico durante los últimos veinte años tratando de emigrar de sus pueblos de origen con la esperanza de una vida mejor y con mayores libertades”.

La superficie del edificio del Palacio de Cristal quedó “totalmente cubierta con 192 paneles de los que, por medio de una estudiada ingeniería hidráulica, brotará agua componiendo los nombres de algunos de los miles de refugiados que han muerto ahogados intentando llegar a las costas de Europa en su peligrosa travesía a través del Mediterráneo”.

La explicación técnica ratifica cómo fue intervenido el Palacio de Cristal: “El complejo proceso hidráulico de la instalación crea una secuencia entre la visibilidad y la invisibilidad de los nombres de las víctimas, ya que pasado un tiempo, el agua es reabsorbida por la superficie haciendo que se desvanezcan las grafías”. Eso fue lo más difícil en el proceso creativo, acercar la obra a la invisibilidad, a lo etéreo y a la sutileza.

No aspira a la unanimidad frente a su propuesta. Nos dijo en su taller en Bogotá en 2010: “Es maravilloso cuando las cosas se discuten. Hay gente que se relaciona con mi obra y otra no. Hay un espacio de libertad. En el arte no necesitamos imponer nada. Debemos generar espacios donde la gente pueda dudar, pueda pensar, pueda estar en desacuerdo. La obra insinúa”. (Lea: “El arte es el contrapeso de la barbarie”)

Para la inauguración de Palimpsesto, el Museo Reina Sofía organizó un encuentro entre la artista Doris Salcedo y la historiadora del arte Estrella de Diego, catedrática de Arte Contemporáneo de la Universidad Complutense de Madrid. Examinarán “cómo el arte se enfrenta a la penetración de la violencia en cada gesto, objeto y situación de la sociedad contemporánea”.

El arte como contrapeso a los males contemporáneos con pretensiones poéticas más que políticas, así los dos factores se crucen como nos explicó aquella vez: “Lo político y lo poético son un todo, siempre deberían ser unidad. El arte tiene la posibilidad de abrir espacios para ayudarnos a ver más, a comprender más. Y eso no se logra con cualquier lenguaje, lo poético es lo que nos mantiene humanos”.

Esa es su “colaboración”, la de su equipo, porque, como dice Derrida, “cada día del calendario tiene su propio holocausto”. Y mostrarlo es el deber del arte.

Por NELSON FREDY PADILLA

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