El Magazín Cultural

"Las aventuras de Tera y Tor": niños lectores, adultos críticos

Adriana Prieto escribió el libro Las aventuras de Tera y Tor como una manera de motivar a los niños en sus primeras etapas a descubrir el mundo y hacerse preguntas que los llevarán a encontrar respuestas sin prejuicios.

Laura Camila Arévalo Domínguez
27 de mayo de 2018 - 02:00 a. m.
Adriana Prieto con su libro “Las aventuras de Tera y Tor”. / Cortesía
Adriana Prieto con su libro “Las aventuras de Tera y Tor”. / Cortesía

Adriana Prieto se formó como publicista y periodista, pero hace aproximadamente 14 años fungió como “médico”. Los padres, sobre todo los inexpertos, se acercaban a confiarle sus angustias y ella les recetaba libros. Como cualquier médico profesional, escuchaba los síntomas, se reservaba el diagnóstico y aconsejaba la medicina. Una buena dosis de literatura infantil era suficiente para que el niño, por ejemplo, disminuyera los episodios de berrinche crónico. Se convirtió en el salvavidas para los padres primerizos que apenas lograban flotar en aguas desconocidas. Las historias represadas en los libros los salvaban, pero sobre todo comenzaron a darles armas a los niños para la vida.

Aunque la oficina de Prieto se dedica a editar revistas para grandes, sus pasiones siempre terminan llevándola a los pequeños. Hace catorce años emprendió una investigación editorial en la que indagó cómo estaban leyendo los niños y si lo hacían con sus familias. Se concluyó que la época que los reunía alrededor de un libro era la Navidad y, claro, la novena se llevó el trofeo del libro más leído. También descubrió que los niños no entendían muy bien la historia del nacimiento del niño Jesús. Había palabras muy difíciles y los adultos explicaban sin muchos detalles. Los ojos revoloteaban entre las maracas, la pólvora y los buñuelos. En ese momento decidió que no se podían omitir los detalles a un niño; al contrario, al pequeño alguien tenía que estimularlo y Prieto aún no había desarrollado el poder de la omnipresencia. Sólo podía garantizar la atención a las preguntas de todos los niños por un universo que conocía bien: la literatura.

Comenzó a hablar con los padres en las conferencias “Leer con su hij@” y “¿Cómo acercar a su hijo a la lectura?”. Estos espacios se enfocaban en que los papás entendieran cómo podían convertir todo en un aliado para acercar a sus hijos a la lectura. Los líderes de las familias tienen una gran responsabilidad haciendo de este hábito un placer o un deber indeseable. Una de las ideas que desarrolló fue la forma en que se les respondían a los niños sus preguntas:

Opción 1:

Julieta (6 años): ¿Qué es esto, mamá?

Mamá de Julieta: Un espejo. Déjalo ahí. Lo puedes romper.

Opción 2:

Julieta: ¿Qué es esto, mamá?

Propuesta de Prieto: Un espejo. ¿Quieres saber cómo se hace un espejo?

Explicaba que, si a la pregunta que propone un niño se responde con una posibilidad de exploración de lo inexplorado, el resultado es el brillo de los ojos emocionados de un buscador joven. Va a decir que sí. Cada niño es un timonel al mando de una embarcación de dudas ansiosas.

Propuso que las soluciones a cada duda los invitaran a encontrar el origen, sus variables, posibilidades y procesos. El niño, además de entender, va a comenzar a hacer sus propios intentos. Interesarlo por un tema lo conducirá a investigar y querer saber más. Llegará a los libros y muy seguramente se convertirá en un ser humano con criterio y en un inventor de sus propios productos. Un creador.

Prieto visita los colegios de todo el país. Conversa con los padres y los maestros, pero su intención real es estar en contacto con los pequeños alumnos. Les lleva libros, les cuenta historias, les lee y les enseña cómo podrían hacer ellos mismos sus propias obras.

Las aventuras de Tera y Tor, su más reciente trabajo, es el resultado de seguir un camino. Sus pulsiones, intensas y muy nobles, la condujeron a su inevitable destino. Lo primero que hizo fue hacer una novena que entendieran los más jóvenes de la casa. Les preguntaba a los niños que conocía en sus viajes cómo se imaginaban a Jesús, María, el pesebre, y les hizo una novena con sus palabras y dibujos.

Después se cuestionó sobre las demás historias que les estaba leyendo. Todas eran de ficción, pero se desarrollaban en lugares lejanos y con personajes que habían nacido en otros países. Aunque alucinaba contándoles historias de lugares desconocidos, sentía que también tenían que escuchar aventuras en lugares que los identificaran, con protagonistas que tuvieran en su cotidianidad. El libro se llamó Mis bichos favoritos, un compendio de palabras que construían sucesos increíbles ocurridos en sitios que los niños colombianos tenían cerca, con bichos compatriotas.

Adriana Prieto entendió que la realidad en la que habían nacido tenía que estar cargada de magia, pero también de verdad. Colombia es un país que ha vivido por muchos años en guerra, y aislarlos solo los convertía en seres vulnerables y ajenos a su historia.

“Estoy comprometida con la ficción de los niños y sus esperanzas. Esa realidad que debían comenzar a conocer y que es dura no se la podía contar con páginas llenas de significados. No iban a entender qué era paz o perdón si me dedicaba a que se aprendieran de memoria los conceptos. Decidí hacerlo con aventuras y personajes que yo había conocido desde mi infancia por todas las carreteras de Colombia. Este libro tiene que ver con desplazamiento, solidaridad, guerra. Alguien me llegó a decir: ‘Ah, la culebra (Susana, uno de los personajes del cuento) es la guerrilla’”, dice Prieto, a quien sus papás llevaban a viajar continuamente por trabajo. Tenían una fábrica de velas y la familia iba de pueblo en pueblo vendiéndolas.

A medida que el cuento avanza hay altos que confrontan al niño respecto a lo que está sucediendo en la historia. Les pregunta su opinión y los invita a cuestionar a los mayores para pedir explicaciones de lo que les cuenta el libro. Las aventuras de Tera y Tor es parte de un plan lector escolar. Prieto no está de acuerdo con estos separadores que parten la historia. “Estas preguntas deberían estar en las guías de los profesores, no en los libros de los niños. Cada vez que les exigimos que hagan un resumen de lo que están leyendo les ponemos trampas que los alejan de la lectura”, dice, aclarando su postura. Su libro, por reducir costos, las incluyó. La condición para aceptar estas pausas fue que las preguntas los coaccionaran a pensar. En la historia hay actos lejanos de la amabilidad y el azúcar común en el universo creado para ellos. Sobre estas situaciones, Prieto les pregunta qué opinan: “¿Sabes que es un prejuicio? Pregúntale a alguien qué significa o búscalo en un diccionario. ¿Qué opinas de los prejuicios?”.

Los niños tienen la posibilidad de formar su criterio. Son fuertes y capaces de asimilar la vida, pero nadie les pregunta sobre eso. Abundan manuales: ¿cuál fue el nombre del autor? Y ¿en qué fecha ocurrieron los hechos? No nos alimentamos de datos, lo que nos nutre son los sentimientos ajenos y lo que nosotros experimentamos al respecto. Hay muchos padres que tienen confundidas las prioridades. El norte debe ser claro, amoroso y abierto.

Graznidos, abrevadero, bufando, humeando, briosos, fauces, engullir, empellones y más palabras que se salen de los límites de: “Por favor, recoge eso”, “pide el favor”, “no te subas ahí”, “te vas a caer”, permiten que el niño pase las fronteras del vocabulario que maneja día a día y lo amplíe. La diferencia es notable cuando se comparan los rendimientos de los niños de cero a tres años que escucharon cuentos desde la cuna, con los que conocen los libros en el colegio.

Al leerles desde que son unos bebés, la capacidad de hacer conexiones y su coeficiente crecerán exponencialmente. El ejercicio es sencillo. Imagínese a un niño que desde su nacimiento ha estado en contacto con historias de vida. Así se las cuenten en clave infantil, con esas historias se les abre un panorama que les permite entender cómo pueden reaccionar los humanos, qué alternativas tienen en el mundo y qué sensaciones hacen daño o contribuyen a su evolución.

Si se les relata la verdad sin morbo, la comenzarán a juzgar así. Es preferible que lean el conflicto en un libro que les da herramientas para entender que son hechos que causan dolor. Se convierten en historias útiles cuando entienden cómo solucionarlo y perciben la reacción positiva que sacó provecho del evento desafortunado.

En Las aventuras de Tera y Tor, los padres y los niños podrán encontrar el mundo. De una forma sutil y divertida, Prieto empodera a las niñas con el diálogo, convierte en héroe a un perro chandoso que no hace parte de ninguna familia y que no distingue de razas o apellidos. Les explica a los niños que las fronteras y el rechazo a la diferencia sólo funcionan como flotador de frustraciones de las que no se saca ningún provecho.

Con libros como estos, los niños podrán comenzar a armarse. Contarán con herramientas para volar más alto y soñar más fuerte. Comenzarán a construir un criterio sólido y tendrán la capacidad de defender sus derechos y los de los demás. Van a comenzar a entender qué hace daño y qué aporta, además de divertirse e iniciar un viaje lector que los convertirá en creadores. Luchadores con ideas que peleen contra la violencia, los abusos y el tedio.

Por Laura Camila Arévalo Domínguez

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