El Magazín Cultural

A las madres sin instinto

El libro “La vida láctea: correspondencia entre dos madres trasnochadas” cuestiona el instinto maternal con el que se cree que todas las mujeres nacen. Un texto en el que dos mujeres desmantelan el imaginario de la maternidad automática.

JULIANA MUÑOZ TORO
07 de diciembre de 2018 - 01:00 a. m.
La escritora Tatiana Andrade y la artista María Camila Sanjinés son las autoras del libro.  / Pablo Andrade
La escritora Tatiana Andrade y la artista María Camila Sanjinés son las autoras del libro. / Pablo Andrade

A las mujeres nos fue otorgado un castigo disfrazado de regalo: el instinto maternal. Ese que, según pareciera, nos da una sabiduría ancestral para criar a nuestros hijos y protegerlos. Es esa supuesta pulsión que nos hace a todas querer ser mamás. ¿Qué pasa entonces cuando una madre no tiene idea de qué hacer con su bebé? ¿Y si admite que quisiera que el pequeño tuviera un switch de apagado, que el sexo en pareja no es el mismo y que sufre de incontinencia? Esos “agujeros negros” de la maternidad a veces son omitidos, callados, borrados.

Al contrario, la maternidad se idealiza como un instante de realización suprema.

La vida láctea: correspondencia entre dos madres trasnochadas (Planeta) es una valiente apuesta por decir que “la falacia del instinto materno (es que) no existe”. Una de las madres trasnochadas es la escritora Tatiana Andrade, que puso en palabras sus dramas y alegrías, su intimidad expuesta no como un registro diario, sino como una conversación, un viaje interior para descubrir de qué se trata eso de tener un hijo a los cuarenta años.

La otra madre es la artista María Camila Sanjinés, que por medio de la ilustración cuenta su también enredada experiencia con su segunda crianza jugando con el humor y la verdad, pues a veces la mejor manera de hacerle frente al drama es viéndolo como una caricatura de la vida. Mejor que el instinto, por ejemplo, es su instructivo dibujado de cómo descubre que puede improvisar un pañal con una bolsa de mercado y el saco de su esposo.

A lectoras como yo, que no soy madre (¿aún?), les puede parecer interesante esa curiosidad con la que las autoras nos incitan a mirar la maternidad: “Habitar el mundo. Adaptarse. Volver a nacer una y otra vez. Entender la vida desde quien lo habita por primera vez. Calzar zapatos de bebé. Vestir su piel”. Instinto podría ser mirar de forma más compasiva al otro: como mamás o niñeras somos “una cadena interminable de madres que dejan a sus hijos con otros, cerrando los ojos, apretando el vientre, desprendiendo la vida de su origen”. Admiré esa capacidad de decir lo que no todos quieren escuchar: no, no es fácil ser madre. ¡Sorpresa!

En La vida láctea, además de esa agridulce honestidad, hay humor y esos momentos sublimes cuando al fin la madre sabe qué hacer… o acepta lo que no. Hay esperanza: “Te prometo que va a pasar. Y pasó. Y ahora veo la luz y lo veo a él y escucho mi instinto”. No el instinto innato, en el que no hay espacio al equívoco, sino el que se forma con la experiencia y, en este caso, con el ejercicio de escritura como salvación… o al menos entendimiento.

Por JULIANA MUÑOZ TORO

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