El Magazín Cultural

“Las novelas nos entrenan para entender mejor el mundo”: Vásquez

“Viajes con un mapa en blanco” es el libro más reciente de Juan Gabriel Vásquez, una colección de ensayos destinados a los buenos lectores de literatura.

Santiago Díaz Benavides @santiescritor
08 de diciembre de 2017 - 02:00 a. m.
 Juan Gabriel Vásquez en 2011 fue ganador del Premio Alfaguara de Novela por “El ruido de las cosas al caer”.  / Juan Felipe Vásquez
Juan Gabriel Vásquez en 2011 fue ganador del Premio Alfaguara de Novela por “El ruido de las cosas al caer”. / Juan Felipe Vásquez

A los ocho años, Vásquez había conocido las ventajas de saberse fanático del fútbol y pasaba sus días sometido a la emoción de ver rodar una pelota cada fin de semana; a los doce ya era un hincha comprometido y su padre, ante el inminente desencanto de su hijo por muchas otras actividades que no estuvieran relacionadas con dicho deporte, le encomendó la traducción del inglés al español de una biografía de Pelé, y con ello iniciaría su gusto por la lengua y la literatura. A los diecisiete, a pesar de estar iniciando sus estudios de derecho en la Universidad del Rosario, en Bogotá, ya era un lector fervoroso de los clásicos europeos y coqueteaba con la posibilidad de dedicarse a la literatura. A los treinta y dos, después de haber vivido en Francia y Bélgica, empezaría a convertirse en uno de los escritores colombianos más destacados de la década de 2000; a los cuarenta y cuatro, es uno de los novelistas latinoamericanos más importantes de finales del siglo XX e inicios del XXI.

Nacido en 1973, Juan Gabriel Vásquez es, quizás, el escritor colombiano más conocido en el mundo, después de Gabriel García Márquez. Su trabajo y continuo contacto con el entorno cultural europeo y norteamericano le han permitido situarse como uno de los nombres de referencia al hablar de la literatura escrita en lengua castellana durante los últimos años. Es autor de siete novelas (las dos primeras en el olvido), un libro de relatos, dos libros de ensayos y una biografía breve de Joseph Conrad (eso sin contar sus textos académicos en revistas culturales y publicaciones universitarias). Entre otros reconocimientos, hacia el año 2011 fue ganador del Premio Alfaguara de Novela por El ruido de las cosas al caer, y en el 2016 fue finalista del 2º Premio Bienal de Novela Mario Vargas Llosa por La forma de las ruinas; en 2007 hizo parte de la primera generación de escritores enlistados en la popular selección de Bogotá39, y en 2012 fue reconocido con el Premio Roger Caillois, en Francia. Viajes con un mapa en blanco es su libro más reciente, una colección de ensayos destinados a los buenos lectores de literatura. Al respecto de esta publicación y otros detalles de su obra, conversé con el autor y confirmé por qué es uno de mis novelistas preferidos. Esto fue lo que surgió de aquel encuentro.

¿Cuál es la importancia del pasado en la literatura? ¿Es la novela un mecanismo para lidiar con los fantasmas de ese pasado?

El hecho de recordar es la única ventana que tenemos hacia el pasado, éste se encuentra construido como si fuera un relato. Todo pasado es un relato en la medida en que lo recordamos. La literatura y más exactamente la novela, es tal vez la forma más compleja que hemos descubierto los seres humanos para investigar ese pasado nuestro. Si uno acepta que lo que llamamos “Historia” es un relato, entonces se acepta también que ese relato tiene un narrador; este narrador tiene prejuicios, tiene una agenda política y va a suprimir ciertas cosas, a subrayar otras. Con todo esto se va creando la versión del pasado que nos llega a través de los libros. Creo que uno de los papeles fundamentales de la ficción es contradecir esa versión oficial, es levantar la mano y decir: “Las cosas no sucedieron así” o “las cosas pudieron haber sucedido de otro modo”. Eso es una cosa muy bonita que hace la literatura, nos permite pensar no sólo en el pasado como sucedió, sino también como hubiera podido suceder. En este sentido, la ficción novelística es definitiva porque le disputa al poder el monopolio sobre el relato de nuestro pasado y eso es muy importante. Es el mecanismo por excelencia para lidiar con los fantasmas del pasado, porque es la única manera que hemos inventado para explorar el lado invisible de eso que nos precede. Los relatos que nos contamos sobre los hechos comprobables y visibles son lo que llamamos Historia, pero hay una zona de nuestro pasado colectivo que es inaccesible para los historiadores e incluso para los periodistas; estoy hablando de esa zona en donde los hechos históricos moldean nuestras vidas internas, morales y emocionales. De eso, entonces, se ocupa la novela. Conrad decía que el novelista es un historiador de las emociones. Creo firmemente en ello, el novelista es el que recopila hechos y verdades que son muy importantes, pero que no ocurren a la vista de todos, y con eso permite que no sean olvidados.

¿Qué es aquello que nos permite la escritura y la lectura de ficción?

Es la única manera que tenemos de conocer cómo viven los demás sus vidas. Esto es algo que, con otras palabras, dijo Ford Madox Ford, un novelista que a mí me gusta mucho. La novela es imprescindible porque es la única forma en que nos internamos en esas vidas que no vemos, ese lado de los otros que está cubierto por capas y se nos oculta. Entonces, la novela nos posibilita llegar hasta allá y por eso podemos decir que los lectores somos capaces de vivir otras vidas. De repente, conocemos mejor a Raskólnikov o a Madame Bovary que a nuestros mejores amigos. Los hemos conocido por dentro y por fuera gracias a las novelas. En mi opinión, el siglo XIX fue el momento en que las novelas comenzaron a ocupar un lugar en nuestras sociedades que antes no tenían; un lugar desde el cual explorar nuestras vidas internas, pero también nuestras vidas políticas. Es un punto de choque entre lo que se vive internamente y lo que está en el mundo de afuera. La dinámica de los personajes de estas novelas que están metidos en un conflicto que es privado pero a la vez es público, pues es lo que intento rescatar en lo que escribo. Desde Los informantes (2004), hasta La forma de las ruinas (2015) hay una exploración de nuestras vidas secretas en relación con lo que está afuera.

¿Cuál es el interés temático que atraviesa los ensayos de este nuevo libro? ¿De qué manera concibió el proceso de recopilación de datos?

Las novelas nos entrenan para entender mejor el mundo. Lo que escribo aquí es un tributo a la escritura y la lectura de novelas. El origen oral de estos ensayos, concebidos como conferencias, me puso en la tarea de buscar otras oportunidades en las que hubiese hecho esto mismo. Los momentos en que hubiese hablado sobre las novelas, lo que hacen y las razones que tenemos para leerlas o escribirlas. Los textos del libro son, entonces, conferencias que en algún momento dicté y están hechos a manera de cartas que mando a los lectores para compartir pasiones, para sugerirles la exploración de un libro, de un aspecto de la condición humana que podemos conocer estando en compañía de una novela. Son reflexiones, también, que han surgido en ese momento maravilloso de la soledad de la lectura, que es tan íntimo e intenso.

¿Cómo debería ser el lector modelo de estos textos?

Este es un libro para lectores de literatura, para personas en cuyas vidas las letras ocupan un lugar importante, pero pienso que puede ser también un libro que quiere crear lectores, que quiere convencer a la gente de que la vida en medio de la literatura vale mucho la pena. Una vida de lector es una gran vida. Con este libro me interesa tener una conversación con los lectores, básicamente, sobre esto que nos importa tanto.

¿Qué piensa sobre el presente de la literatura colombiana?

Creo que el momento actual de la literatura colombiana es extraordinario. Lo he dicho muchas veces, y me repito: No recuerdo como lector un momento de nuestras letras, posterior a García Márquez, en el que hubiesen tantas generaciones trabajando al mismo tiempo con la capacidad para ser profesionales y con talentos tan diversos. Hay una amalgama de nombres y generaciones que vienen haciendo las cosas muy bien, dedicados de lleno a la literatura y haciendo de este universo fantástico algo muy bonito de apreciar. Entre estos escritores hay una nueva conciencia de la forma y eso, en últimas, es lo que hace que sus libros queden en la memoria de los lectores.

¿Cómo era el Carlos Fuentes que usted conoció?

Ningún escritor es la misma persona para todos aquellos que lo conocieron. Entonces, puedo hablar de mi Carlos Fuentes, y no de otro. Era no sólo un maestro, sino un amigo. Nos conocimos en Santillana del Mar (España), yo le entregué Historia secreta de Costaguana (2007) como quien hace ofrenda a alguien, y al día siguiente él ya podía comentar conmigo las primeras cien páginas de la novela. Esto da muestra de un rasgo de generosidad que no es común en el mundo literario. Los escritores que tienen el tiempo, la dedicación y la atención para leer a los demás son raros y los escritores que lo hacen con aquellos narradores que vienen detrás de ellos, pues son más raros todavía. Carlos era un hombre muy generoso con los que veníamos después y eso es un valor muy raro.

¿Qué le evocan los nombres de Jorge Carrión y Javier Cercas?

Son amigos a quienes aprecio mucho. Jorge es mi estricto contemporáneo, en el sentido de que nos conocimos haciendo una revista en Barcelona cuando los dos éramos aprendices del oficio de la literatura, y hemos ido publicando y creciendo al mismo tiempo, compartiendo muchas lecturas y luego apartándonos en otras, pero leyéndonos uno al otro con aprecio. En cuanto a Javier, él es, probablemente en toda la literatura de mi lengua, el escritor con el que más ideas comparto acerca de lo que es la literatura y lo que hace la novela como género, cuál es su propósito y para qué acudimos a la escritura. Una vez me contaba que cuando oyó hablar de mí, en un primer momento, fue cuando leyó una entrevista que me hicieron en Barcelona, en la que yo decía que me sorprendía que a ningún escritor español se le hubiese ocurrido escribir una novela sobre el 23 de febrero que, para mí, era un momento perfecto para que un novelista lo explorara; en ese momento, él estaba escribiendo Anatomía de un instante (2009) y se sorprendió muchísimo de que yo dijera eso, tuvo miedo, incluso, de que pudiera escribir la novela antes que él. Javier es parte de lo que uno llama su “familia literaria”, los escritores que admiro profundamente y que, además se han ganado mi cariño.

¿Qué se siente sentarse a hablar con Jonathan Franzen?

Con Franzen, aparte de la amistad estrictamente literaria que se ha formado, me une una especie de fundamentalismo literario, en el sentido de creer que la literatura es la mejor cosa que se ha inventado en el mundo, y que a pesar de estar en un entorno hostil, se mantiene altiva. Es un gran lector y es un gusto sentarse a compartir libros y lecturas con él.

¿Qué hay de los autores norteamericanos? ¿Alguno lo ha influenciado?

Philip Roth, Don DeLillo, Henry James, Fitzgerald, Hemingway y Faulkner, son algunos de los autores que me han permitido lidiar con esta preocupación que tenía, la manera en que las fuerzas externas moldean nuestras vidas internas. La historia de los escritores norteamericanos que me importa a mí es mucho más larga, pero básicamente estos nombres son los que me muestran el camino que quiero seguir como escritor.

¿Cómo definiría el aporte de Joseph Conrad a la literatura?

La vida de este escritor merece contarse como una novela y es lo que intenté hacer en la biografía que escribí hacia 2004. El descubrimiento de Conrad fue muy importante para mí. Con esa vida suya convirtió el viaje en una manera de escribir novelas y para los lectores parece que escribe desde el desconocimiento, desde la ansiedad por lo que no se sabe. La novela es un vehículo para ir a esos lugares oscuros, investigar en ellos y volver con las noticias, para contarnos qué es lo que sucede en esos lugares. Eso es El corazón de las tinieblas (1899) y también lo es Lord Jim (1900). Leí a Conrad en un momento de mi vida en el que sentía que mis mayores preocupaciones literarias tenían que ver con cómo escribir sobre mi país y su historia, cómo narrar aquello que se encuentra en el cruce entre las vidas públicas y las privadas. Estaba muy preocupado porque sentía que no entendía a Colombia y, por lo tanto, no tenía el derecho de escribir algo sobre ella, pero Conrad fue el que me demostró que sentir que uno no entiende algo, que no conoce algo, no sólo no impide escribir, sino que es la mejor razón para escribir sobre lo que sea. Es decir, la novela como género nos permite averiguar sobre lo que no conocemos, nos sirve para ir a lugares misteriosos de la condición humana. La novela se escribe sobre y con lo que no conocemos, no da respuestas, sino que se contenta con hacer las preguntas más complejas posibles.

Su aporte a la literatura, pienso, es haber convertido la novela en una investigación que se enfoca en los otros y en haber hecho del narrador un investigador. Sus obras están construidas de tal manera que el narrador cuenta cómo pasa de la ignorancia absoluta sobre un personaje a un conocimiento casi total. Es un proceso que podría llamarse impresionista, en el cual el narrador va descubriendo poco a poco quién es el otro. Algo muy distinto a lo que pudieron hacer Flaubert o Tolstoi, que concebían al narrador como una entidad que lo sabía todo de antemano. Conrad nos toma de la mano como lectores y nos hace partícipes del descubrimiento de la historia, el misterio y el secreto de los otros. Nos da la sensación de que el narrador se va dando cuenta de las cosas al mismo tiempo que nosotros. Eso refleja muy bien nuestra relación con el mundo, lo conocemos por partes. Sus novelas, en ese sentido, imitan la realidad y se parecen mucho a lo que es nuestra vida.

¿Son los libros una suerte de salvavidas?

El libro es el medio por el cual manifestamos nuestra pasión hacia la literatura. Es un salvavidas, claro que sí, por lo menos para mí. En el epílogo de Viajes con un mapa en blanco, recuerdo una frase que se le atribuye a Napoleón Bonaparte: “Para entender a un hombre hay que entender el mundo de sus 20 años”. El mundo de mis 20 años era el mundo de las bombas del cartel de Medellín, el mundo aterrorizado por Pablo Escobar, el mundo que era mi país, tan convulso y confundido; en esa época, el refugio que encontré en la lectura de novelas fue absolutamente importante, porque se convirtieron en un lugar en el que lograba una manera de estar en el mundo que el mundo mismo no me daba. El mundo de afuera me daba la sensación de que intentaba menoscabar o menospreciar y anular la humanidad de la gente. Las novelas me mostraban lo contrario, eran un ensanchamiento de mi noción de lo que eran los seres humanos, de lo que era yo mismo. Fue una especie de antídoto contra la violencia. La literatura nos permite vivir.

Y la palabra más bella del castellano… ¿Cuál es?

Me gusta mucho la palabra Historia porque en castellano pasa algo que no pasa en otras lenguas. Historia es la palabra que utilizaríamos para contar nuestras vidas privadas, contarle al otro lo que hicimos la semana pasada, contarle a una persona lo que hemos sentido por ella durante un tiempo largo, a todo eso lo podemos llamar “contar una historia”. Pero es, también, la palabra que usamos para explorar nuestro pasado colectivo. En inglés, por ejemplo, no sucede así. History es una cosa y Story es otra distinta. Entonces, que en español la misma palabra sirva para referirse a nuestra exploración del pasado colectivo y a nuestras confesiones más íntimas, pues a mí me parece muy bonito.

Por Santiago Díaz Benavides @santiescritor

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