El Magazín Cultural

“Licuadoras luminosas”

A las palabras jamás se las volverá a llevar el viento. Hay alguien que graba, que trina, que escribe. Esta es la era del registro. Cada palabra, y más si es de una figura pública, deja de pertenecer exclusivamente a quien la dice y empieza a ser parte de la gente. Y la gente no tiene piedad.

JULIANA MUÑOZ TORO
30 de agosto de 2019 - 02:00 a. m.
El libro "Licuadoras luminosas" fue producido por La Jaula Publicaciones e ilustrado por Fernando Votero. / Cortesía
El libro "Licuadoras luminosas" fue producido por La Jaula Publicaciones e ilustrado por Fernando Votero. / Cortesía

 La gente hace memes, stickers, gifs... La gente critica, etiqueta y hace ruido. Y la gente también olvida. 

Hace un año el alcalde de Bogotá, Enrique Peñalosa, escribió el siguiente trino: “A diferencia de otros antes y ahora, jamás desobedezco un semáforo con motos, jamás motos o carros con licuadoras luminosas, discreción, casi sin escoltas frecuentemente sin ellos”. Para algunos se trató de una frase incomprensible y un blanco de burlas. Para un grupo de editores fue poesía que pasó inadvertida: “El estilo de Peñalosa acusa cierta influencia del dadaísmo, que actualiza con gracia, riesgo e ironía”. Así lo asegura, tan en serio o tan en broma, la presentación de Licuadoras luminosas, un pequeño libro producido por La Jaula Publicaciones e ilustrado por Fernando Votero para que a las palabras del burgomaestre no se las lleven los ventarrones de Twitter.

Los responsables del libro titularon y dispusieron en forma de verso, pero al pie de la letra, varias frases dichas por el alcalde. No hay análisis, ni críticas adicionales. Las ideas son suficientemente elocuentes: “Un ladrón / no es alguien / que nació ladrón, / no. / Nadie nace ladrón / el ladrón es el que roba / entonces / el que roba es un ladrón. / (…)”.

No faltan temas de coyuntura, eterna coyuntura, bogotana, como la construcción del metro: “Un metro / elevado / será / como volar bajito / en helicóptero”; la contaminación: “En ocho años / se podrá nadar / en el río Bogotá”, y la polémica por la tala de árboles: “En ciudades frías / como Bogotá / demasiados árboles / en los parques / los vuelven oscuros, / fríos / y espantan / a la gente”.

Esta publicación, disponible en librerías independientes o directamente con la editorial, llama la atención por su grado de humor, o de cinismo, o de compromiso con la memoria. O todo lo anterior. Más allá de creer si es o no un ejercicio de poesía contemporánea, trasciende la posibilidad de que sea un reflejo del tiempo que viven las ciudades colombianas. Aquí la expresión artística es la ironía. Un “verso” como “también / hemos sembrado / miles de buganvilias: / embellecerán y traerán alegría, / y paz / y mariposas / y aves”, fuera de contexto, podría apreciarse por su inocencia, pero cuando tenemos que afrontar que realmente fue dicho y que quien lo dijo fue el alcalde, entonces se produce una ruptura. ¿Qué es lo que sentimos? ¿Vergüenza, rabia, risa, empatía? Oh, la belleza poética de la incomodidad.

Por JULIANA MUÑOZ TORO

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