El Magazín Cultural

Lo que persiste en la obra de Beatriz González

La obra “Cargueros” de la artista bumanguesa se entrega adjunta a los lectores de El Espectador en este especial.

Ángela Martín Laiton
21 de octubre de 2018 - 02:56 p. m.
Cortesía
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“La vida es sagrada”, rezan en letra negra sobre fondo blanco los últimos columbarios en pie del Cementerio Central. Están como suspendidos en el tiempo en medio de un campo yermo. Los bordean el Centro de Memoria y el parque Renacimiento, ambos nombres tan cercanos a nuestro conflicto armado y la muerte: renacer y memorizar después del río de muertos que ha dejado la guerra.

Los primeros columbarios se construyeron en 1946. La inauguración vino dos años después, en el estallido que fue el Bogotazo. Después de ese 9 de abril, fecha que los libros de texto no paran de repetir, ese lugar quedó lleno de muertos.  Esas construcciones hicieron parte del cementerio durante años y fueron declaradas Monumento Nacional hacia 1984.

Esta fosa común en donde se depositaron los muertos sin nombre y sin dolientes se ha mantenido en pie desde la fecha. La construcción, envejecida y descuidada, que antaño estuvo llena de muertos que ya nadie lloraba, buscaba o reclamaba, pretendía tumbarse. El asunto parece salido de algún cuento macondiano: la Alcaldía Mayor de Bogotá quería convertir el campo funerario en una cancha de fútbol y un patinódromo. Nada más repetido en la historia colombiana que callar la memoria de la guerra con un partido de fútbol.

La artista colombiana Beatriz González pasaba frente al lugar, pensando en la decisión del gobierno de la ciudad. Quería replantear la idea de la demolición para promover desde los procesos artísticos un ejercicio de memoria y resistencia que recordara al país todos los años de guerra que tenemos encima, todos los muertos que lleva el país a cuestas. Un faro que diera dignidad y nombre a un montón de personas que fueron asesinadas y olvidadas. “Llamé a Doris Salcedo para contarle esta noticia. Ella solicitó una cita en la Alcaldía con la directora de Cultura y Turismo, Rocío Londoño, quien nos recibió y dio mucho aliento con relación a que el alcalde entrante, Antanas Mockus, iba a impedir esa orden. Doris Salcedo procedió entonces a escribir un proyecto para salvaguardar los columbarios. El proyecto consistía en hacer una unión entre arte, arquitectura y memoria”, escribió para el diario El Tiempo la artista bumanguesa.

La preocupación de Salcedo y González terminó en la formulación de un proyecto presentado a la Alcaldía. La idea consistió en convocar artistas contemporáneos para que intervinieran el lugar cada dos años. Las primeras intervenciones fueron hechas por Antanas Mockus, quien añadió los letreros: “La vida es sagrada”, y el artista barranquillero Víctor Laignelet, que colgó grabados de rosas. Cuando Antanas Mockus se retiró de la Alcaldía el proyecto quedó abandonado.

Cuenta la artista que una noche, mientras pasaba frente al cementerio, vio ese montón de bóvedas abiertas y no quiso resistirse más a intentar de nuevo un proyecto que dignificara esa escena. Nació entre 2007 y 2009, Auras anónimas, una propuesta de González para retomar la urgencia del duelo en un país que se niega a recordar. “En ese momento se me ocurrió que se debían cerrar los receptáculos para que las auras de las personas enterradas allí no estuvieran al aire. Llamé nuevamente a Doris Salcedo y le comenté mi idea: realizar miles de lápidas que sellaran las cavidades abiertas de los columbarios”.*

Nueve mil lápidas pintadas con imágenes en negro. Por el 2003 la artista quedó impactada con unas fotografías de la prensa en donde se veía cómo se cargan los cadáveres en medio del drama del desplazamiento forzado en el campo colombiano. La silueta de dos personas cargando un bulto sin forma humana, una especie de ícono que rompe la blancura y paz que se le quiere dar a la muerte. Un fondo blanco manchado por la muerte intranquila de la guerra. Los muertos puestos por la gente anónima de siempre, los más vulnerables. Llenar el hueco de la muerte, honrar las auras de las personas. Humanizar la fosa común: esta guerra sí es nuestra y merece nuestra memoria.

La Alcaldía de turno ha retomado un antiguo proyecto de Rogelio Salmona para hacer “funcional” de nuevo el espacio que ocupan los columbarios. “Por ‘refuncionalizar’, la Alcaldía se refiere a quitar el carácter funerario del lugar y reemplazar las construcciones por cafeterías y áreas recreativas, según muestra el rénder que la Alcaldía ha hecho circular”, afirma González. Para ello, agrega la artista, se ha retirado la categoría de conservación como bien de interés cultural. Un proyecto de gobierno que confunde reservas ambientales con potreros y lugares de memoria con cafeterías.

Los columbarios que quedan siguen en pie, a pesar del olvido. Con la obra de Beatriz González persistiendo para que mientras la guerra viva, el dolor venga y nos arranque de la inercia. Para que el dolor mismo sea memoria ardiente en el río de muertos sin rostro que todavía es Colombia.

* Información tomada de un artículo publicado por la artista en El Tiempo.

Por Ángela Martín Laiton

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