El Magazín Cultural

“Lobos”: teatro y el despertar adolescente

Mark Maughan es un director británico quien ha venido a Colombia para llevar a cabo diversos montajes teatrales. En este caso, habló de “Lobos”, una obra que dirigió junto con la Compañía Nacional de las Artes.

Manuela Cano Pulido
27 de junio de 2018 - 03:00 a. m.
 Imagen de la obra de teatro “Lobos”.  / Nicolás Williamson
Imagen de la obra de teatro “Lobos”. / Nicolás Williamson

Una hora y más duró aquella obra que había tenido en vilo a los espectadores la noche anterior. Aquella obra, que se había presentado en la Casa del Silencio, exploraba la tumultuosa y conflictiva etapa de la juventud, e ilustraba, también, el descubrir del adolescente. El descubrir de una violencia que se oculta y una sexualidad ignorada, el descubrimiento de aquellos “lobos”, tal como se titula la obra, de aquellos machos alfa, solitarios, que buscan hacerse resaltar dentro de la manada.

Mark Maughan con su rizos característicos, su sonrisa permanente y su acento, no tan marcado, de una persona que aunque extranjera podía dar cuenta de una verdadera interiorización del español, hablaba de Lobos y el paralelo implícito que encontraba sobre su propia vida. Recordaba que era el teatro aquel elemento que lo había puesto a prueba, porque no había mejor manera de aprender un idioma que interpretando al frente de un escenario. “Me tenían mucha paciencia”, decía, refiriéndose al equipo del Teatro la Candelaria, con quien había improvisado, creado e ido de gira, y todo en español.

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Fue el teatro, también, el que lo hizo conocer más la cultura colombiana, aun cuando esta ya había llegado a su vida desde muy pequeño, con el encuentro de un grupo de cartageneras quienes estaban de visita en Londres, y con quienes formó una gran amistad. De dicho encuentro había surgido, en primera medida, a la que Mark Maughan, se refería como una “pasión o interés muy particular por Colombia”. Así fue, como muchos años después, cuando estaba acabando su pregrado en Lenguas Modernas, decidió conocer con sus propios ojos, y mediante el arte, aquella cultura que solo conocía a través de la palabra.

De manera que, luego de hacer unas investigaciones, y pasar por varias entrevistas, el joven director llegó a Colombia y comenzó a trabajar, por casi un año y medio, con el Teatro de la Candelaria. Allí debutó en un proceso de creación colectiva. Comprendió, por primera vez, qué significaba “la entrega total a un proceso de teatro”, pues, llevaban a cabo un proceso de indagación profunda que luego se expresaba en el escenario. “Lo amaba, lo amaba mucho”, decía el que en ese entonces se apropiaba del papel de actor.

Pero, Mark Maughan comprendió que un solo trabajo en un país como Colombia no era suficiente. “Aprendí cuando estuve acá, hace nueve años, que toca hacer mil cosas a la vez. Por ejemplo, yo hacía parte de dos compañías y también trabajaba con una ONG, para ganarme la vida.” La cotidianidad del director se repartía, entonces, en estas diversas actividades en donde el arte y la realidad social colombiana parecían entremezclarse. Con la ONG, Mark Maughan pudo acercarse a otro extremo de la sociedad colombiana: la sabiduría indígena. Acompañó a la Guardia Indígena, comprendió, desde el desconocimiento de unas lenguas, una mentalidad y una forma de vida absolutamente diferentes. Recorrió los extremos del país, y se adentró desde la humedad de la Costa Pacífica hasta el caluroso extremo de la Costa Atlántica, encontró que en estos lugares “no” turísticos las cosas se manejaban muy diferente a como se hacía en el centro del país.

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Por lo tanto, se podría decir que Mark Maughan es un inglés que se ha adentrado más que la mayoría de los colombianos, en la difícil y a la vez apasionante tarea de conocer la realidad del país. “Me sorprende a veces, y no lo digo como crítica, la falta de conocimiento, por parte de muchos bogotanos, acerca de la diversidad de este país”, decía algo indignado el director, que a pesar de haber conocido tanto el país, está convencido que no puede llegar a dar respuestas de este, sino más bien crear interrogantes.

Esto mismo es lo que el director quiere plasmar en su arte. “Yo no tengo derecho a llegar acá y dar lecciones” afirmaba el director, “entonces me tocaba elegir una obra que me daba espacio para cuestionar”. Así lo fue Lobos, que además de ser una historia que permite poner en cuestión la política, la sexualidad y la corporalidad, es la adaptación de una obra europea de Robert Musil denominada Las tribulaciones del estudiante Törless. Para el director se trataba entonces de “un conversación muy interesante entre los dos países que generan la obra”, en donde su posición como extranjero, significaba “ver con otra perspectiva muy distinta, y también otra manera de trabajar, que ha sido parte del proceso”.

Además, el diálogo que permitió Lobos no se queda únicamente en explorar una interioridad y una exterioridad en cuanto a nacionalidades, sino que también fue para el director un descubrir y una conversación personal. La obra encarnó la posibilidad de generar un paralelo entre su propia vida y la de los adolescentes que aparecen en la misma. En palabras de Mark Maughan, “creo que lo que más me llama la atención con respecto a la obra (...) es el descubrimiento personal, el despertar personal que nos pasa a todos durante la adolescencia. Reconozco muchos momentos de la obra que también me han pasado a mí, en lo personal, pues siendo una persona gay creo que todos tenemos esta historia de salir del clóset, esta historia del destapar sexual, más que todo”.

Lobos se trata, pues, de un despertar. Un despertar de unos jóvenes que se encuentran enfrentados al mundo de un tradicional internado religioso, pero también a ellos mismos. Un despertar que es transmitido, por el elenco de la Compañía Nacional de las Artes, en forma de recuerdos o memorias del personaje protagónico, Gabriel. Él mismo encuentra su propio despertar sexual, religioso y político, sintiéndose atraído a unos compañeros del instituto, pero intentando esconderlo y actuar como lo que se presupone como “normal”. Este resalta frente al público por su inteligencia, pero a pesar de esta “no se conoce muy bien. Tiene muchos videos en la cabeza, tiene la cabeza llena de pensamientos. Es muy maduro y muy joven a la vez, lo que hace que sea brillante y único, que hace que sea muy notable dentro de la obra”, afirma Mark Maughan refiriéndose a dicho icónico personaje.

Es además, él quien que recrea las memorias, quien siempre busca contar la historia de una manera diferente y es el único personaje que tiene acceso al público, por lo que el director afirma que “nos dimos cuenta que el público es el testigo de todo, es el testigo de que Gabriel vuelve a contar y a contar esta obra. Él necesita al público, necesita testigos que lo salven de la misma historia de siempre. Se trata de una conversación con el público, pero una conversación circular”.

Todo lo anterior se puede sintetizar en una de las más reveladoras afirmaciones de la obra, “la primera pasión de un joven no es amor por alguien, sino odio hacia todos”. Al preguntarle al director sobre cuál era el sentido que él le daba, dijo: “creo que para mí el odio significa enfrentarse al mundo. En esta frase muestra que uno se define al enfrentarse al mundo, y buscar su posición con respecto a este. ¿A qué me opongo? ¿Qué me genera rabia? Para los jóvenes, la rabia y la oposición genera pasión. Creo que sí es muy cierto. Cuando uno vive esa etapa de adolescencia es de mucho conflicto, de mucha tensión. Y también de pasión”.

Así pues, en una coyuntura política y social actual, con tanta incertidumbre y fragmentaciones, en una Colombia donde los jóvenes encuentran su propio despertar, donde existe una “movilización juvenil que abarca la energía de los adolescentes, que también hay en Lobos”, el trabajo de Maughan y su equipo del CNA, en efecto, genera interrogantes que abarcan la juventud, la sexualidad, la violencia y el contexto político. Todo esto desde la mirada de un director extranjero, que busca dialogar y cuestionar con el contexto de su “segundo hogar”, a través del lenguaje universal que únicamente el arte permite transmitir.

Por Manuela Cano Pulido

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