El Magazín Cultural

Memoria, historia y ficciones en la pintura de Guillermo Londoño

En su exposición “Lo que el ojo no ve”, Londoño salda cuentas con la tierra de Colombia y con la historia de uno de sus abuelos, Martín Restrepo, quien era propietario, entre otros lugares, del Nevado del Tolima.

María Elvira Ardila
09 de agosto de 2019 - 02:00 a. m.
La exposición de Guillermo Londoño gira en torno a dos ejes principales: la pintura como medio y la historia./ Cortesía
La exposición de Guillermo Londoño gira en torno a dos ejes principales: la pintura como medio y la historia./ Cortesía

Cuando el sol aparece y la lluvia ha limpiado el smog, se alcanza a divisar el Nevado del Tolima y se observa en el trayecto de La Calera a Bogotá. Cuando las nubes se diluyen, el Dulima, como lo llamaba la comunidad indígena de la zona del Tolima, con su río de nieve se impone majestuosamente en el horizonte. Hoy es un área protegida por el Parque Nacional Los Nevados, situado en la región central, enclavados en la región productora de café de los Andes colombianos centrales. En el Nevado del Tolima habitan colibríes, águilas, loros y cóndores, y entre su flora se destacan las altas palmeras de cera y los frailejones. Hoy es reconocido por los montañistas de todo el mundo como uno de los nevados más bellos, un volcán que posee actividad y al que el calentamiento global también le ha traído consecuencias negativas, al derretir su blanco ropaje.

Me he adentrado en la pintura, en la imagen del volcán y en la historia de este nevado con la exposición “Lo que el ojo no ve”, del artista Guillermo Londoño, y la he disfrutado como cuando observo el volcán en el horizonte. En una pared de la sala de exposición de FUGA, situada en el centro histórico de la ciudad, se encuentra un montaje de 120 pinturas en pequeño formato y en los muros laterales se hallan otras de gran formato realizadas a partir de acercamientos que imagina el artista del Nevado del Tolima. Estas últimas devienen visiones interiores, imágenes que afloran desde su inconsciente. Realizó cientos de variaciones de un territorio existente, pero al mismo tiempo, desde un lugar incierto, lo reinventa y desdibuja a través de las historias que allí se condensan. Su obra no incluye detalles, ni vida silvestre, ni humana, ni abstracciones del lugar específico, lo que le interesa a Londoño es crear atmósferas que produzcan sensaciones que remitan al paisaje y que cada quien vaya construyendo en su mente. El artista resignifica el espacio, dejando la impronta de aquello que le aconteció allí y le causó una opresión en el pecho.

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La exposición gira en torno a dos ejes principales: la pintura como medio y la historia desconocida de “Lo que el ojo no ve”. Por un lado, la exposición da cuenta de la resistencia ante las prácticas artísticas actuales que el artista establece a través de la pintura. Su postura lo ha acompañado a lo largo de su formación y ha sido marcada por eventos como la beca que obtuvo para estudiar Artes en la Universidad de California, Berkeley, y el haber conocido y estudiado en México con José Luis Cuevas. Londoño ama la pintura y tiene la destreza de reinventarla por medio del paisaje.

Por otro lado, casi todos los que visitamos la muestra percibimos lo que el artista lleva a cuestas: una parte de la historia de Colombia, la obsesión por la tierra. Esta fijación fue la que lo llevó a pintar obsesivamente la montaña, creó un territorio imaginado y surrealista, pero inherente a nuestra geografía. Al hurgar en la historia agraria del país, Londoño se encontró con las historias del inconsciente que se esconden, que resuenan como un eco en lo más profundo del ser humano y que de manera involuntaria aparecen a pesar de las lealtades escondidas a nivel familiar. Como parte de su memoria familiar, Londoño examina la historia de su bisabuelo, don Martín Restrepo, un latifundista que hizo su fortuna por medio de las extracciones de oro de la zona del departamento del Tolima, al igual que con la explotación de los recursos naturales y de los trabajadores.

Restrepo compró la Hacienda del Tolima, cuya extensión superaba las 15.000 hectáreas a comienzos del siglo XX. Aunque parezca increíble, el Nevado del Tolima estaba dentro de su propiedad. El bisabuelo de Londoño cometió abusos contra los trabajadores, deforestó parte de la hacienda para vender la madera al naciente ferrocarril. Hubo revueltas de los campesinos por el arduo trabajo, la explotación y la falta de garantías y las formas de explotación del terrateniente. También el hacendado prohibía el paso de los campesinos que llevaban sus cosechas a venderlas, y el trayecto del ganado, el carbón y la madera que obligatoriamente pasaban por ahí, acrecentando la guerra interna que se vivía en la hacienda.

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Algunos campesinos ocuparon algunas tierras de la Hacienda Tolima con el apoyo de los liberales radicales, con ayuda de la Policía y políticos. Don Martín se encaminó a recuperarlas. Como era de esperarse, durante esos años el bipartidismo se mezcló en la contienda por la tierra y sumó más odio entre liberales y conservadores. En los años 30 se produjeron matanzas por las tierras de la hacienda y los cadáveres de los campesinos bajaban por el río Combeima. El 1934, el líder liberal Jorge Eliécer Gaitán realizó las denuncias por los atropellos contra los campesinos que ocurrían en la hacienda y puso sobre la mesa de discusión uno de los males de nuestra patria: la acumulación de tierras. Muchos labriegos se fueron y otros se quedaron y apelaron a la Ley 200 de 1936, con la que podían exigir las titulaciones de sus parcelas. Finalmente, la hacienda se dividió en predios que fueron adquiridos por otros gamonales.

Al observar la muestra pienso en la serie de montañas de Santa Victoria realizadas por Paul Cézanne entre 1882 y 1906. Por medio de la multiplicidad de versiones del paisaje, Cézanne se valió de diferentes puntos de vista para observar los cambios de luz y varias veces se desplazó para aunarse con la montaña. Londoño también realiza un ejercicio pictórico al adentrarse en el nevado, no se interesa en el Nevado del Tolima de manera fenomenológica, sino de manera pictórica y ficcionaliza la montaña con sus recuerdos. Al comienzo podríamos pensar que son fotografías del paisaje que se capta en la montaña. Sin embargo, algunas pinturas se relacionan más con las atmósferas de planetas conocidos por la ficción, pues en ellos el Nevado del Tolima aparece con desiertos rojos, desolados, y donde ningún montañista ha llegado. Igualmente, Anselm Adams, el gran fotógrafo del territorio americano, se encuentra presente en esta exposición, pues algunas pinturas nos evocan las fotos de montañas del maestro del blanco y negro en el paisaje.

Al contar la historia de su bisabuelo es como si Londoño se liberara de esa carga familiar, la hace consciente y la exorciza. Al reflexionar sobre su aproximación hacia las interacciones entre los seres humanos y la naturaleza dice: “Soy un amante de la naturaleza. Tengo en la actualidad una reserva forestal en la Sabana de Bogotá donde sembramos árboles nativos y siento que si tengo la posibilidad de dejar algo en este mundo, es eso, un regalo al planeta.” Ese regalo se convierte en una invitación inscrita en cada obra que compone “Lo que el ojo no ve”.

Por María Elvira Ardila

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