El Magazín Cultural

“No aspiro al Nobel, aspiro a la gente”: Mario Mendoza

El escritor bogotano explica por qué su reciente novela puede entenderse como una alarma que intenta advertir sobre el inminente declive al que nos dirigimos como sociedad.

Laura Camila Arévalo Domínguez
04 de mayo de 2018 - 02:00 a. m.
Mario Mendoza es licenciado en letras y se graduó en literatura hispanoamericana en la Fundación José Ortega y Gasset Toledo. / Archivo Editorial Planeta
Mario Mendoza es licenciado en letras y se graduó en literatura hispanoamericana en la Fundación José Ortega y Gasset Toledo. / Archivo Editorial Planeta

La maldita y nociva idea del éxito. ¿Qué es el éxito? Todos lo anhelamos, pero no tenemos ni idea de lo que significa, y mucho menos de lo que implica. Por lo menos el imaginario colectivo de lo que simboliza ser exitoso resulta siendo retorcido y perverso. ¿Lo ha pensado? El éxito nos aniquila y es una pretensión que nos ha conducido a los peores escenarios del mundo. Mario Mendoza lo explica e intenta hacerlo visible en sus libros.

Según cuenta el escritor y la historia, a comienzos del siglo XIX existió el movimiento romántico. Un grupo de personas que llamó la atención sobre algo que actualmente se conoce como el inconsciente. Se inició un ruido estridente para intentar sopesar los avances tecnológicos e industriales que estaban surgiendo y sus consecuencias. Llegaron la máquina de vapor y las gigantescas urbes como Nueva York o París, pero, lo que se acercaron a revisar fue el precio real de todo ese progreso. Era sumamente alto y lo pagaban las espaldas de la clase trabajadora que se comenzó a explotar sin reparo. Queríamos ser sociedades exitosas por encima de lo que sea, o de quien sea.

Karl Marx y más adelante Nietzsche hicieron un trabajo extraordinario prendiendo las alarmas que pudiesen detenernos ante nuestra transformación. Una sociedad inclemente y voraz que se alejaba cada vez más de ideales como la solidaridad, la humanidad o la compasión. Posteriormente, los artistas también hicieron un esfuerzo por captar ojos y oídos que quisieran cuestionarse sobre el proyecto moderno que venía desde los hombres del renacimiento. Los conflictos que se desataron los conocemos bien, pero, ¿por qué? Si hubo gente que se cuestionó y hablo fuerte, ¿qué nos llevó a tener dos guerras mundiales tan sangrientas? ¿Cuándo el éxito o el progreso se convirtieron en conceptos tan dañinos que nos llevaron a comenzar a bombardear? ¿No era Alemania uno de los países más educados del mundo?

“No hubo y no hay proyecto en Occidente”, responde Mendoza, escritor colombiano que estuvo presente en la Feria Internacional del Libro de Bogotá. “Hay un extravío que no hemos querido reconocer, y la pregunta mía como narrador es siempre: ¿cómo lo cuento desde un país tercermundista como el mío?”.

¿Y por qué en Colombia resultamos igual de violentos que los alemanes?

La historia colombiana no es distinta de la alemana. Nosotros también nos hemos negado a hacer esa revisión. Colombia ha matado de todas las formas posibles. No hemos parado y no hemos dejado claro nada entre nosotros.

Las historias de sus libros, que casi siempre son oscuras y ácidas, ¿tienen que ver con esa falencia de los colombianos? ¿Es su forma de hacernos reaccionar?

La literatura, el cine y el arte cumplen esa función. Por eso mis libros son duros y contienen historias difíciles. No puedes hacer eso a medias. Mis novelas son ese cincel que entra a la mitad de una sociedad testaruda y la obliga, así sea a las malas, a que se contemple en el espejo, aunque esa contemplación sea muy macabra. Es necesaria.

¿Por qué Colombia no ha hecho esa revisión que menciona?

Por el ego. El sistema te propone el éxito y el triunfo. Te dicen desde que eres un niño: “Tienes que lograrlo, no eres cualquiera”. Poco a poco comienzas a sobreexcitarte y hacer muchas cosas al tiempo. Uno corre vertiginosamente y empieza a tomar tinto, Coca Cola, hasta llegar a los estimulantes. Hasta que un día no puedes caminar. Te van aniquilando, fomentándote el ego. ¿Cuándo vas a parar y cuándo te vas a revisar? Nunca. No hay tiempo.

¿Y qué es el éxito?

Algo ridículo que te hace querer ansiosamente ser superior, y cuando por fin crees que estás arriba sigues siendo lo mismo que el resto, sólo que más pretensioso y cruel.

Las historias de Mendoza son crudas, como la de su reciente libro Diario del fin del mundo, una historia que nació a partir de una crónica que escribió el escritor sobre un nazi que salió del búnker de Hitler en los últimos días de abril de 1945 y llegó a Colombia. Mendoza logró entrevistar a la viuda del alemán. La mujer vivía en Barranquilla y 24 horas después de hablar con el escritor, murió. A partir de ese momento el tema persiguió a Mendoza sin descanso.

¿Y cómo se inició el proceso de escritura? ¿Investigó otros casos?

Leí los libros del argentino Abel Basti. Hablaba de nazis en América Latina, y eso me parecía increíble. Además, en alguna parte citó el informe que Trump sacó el año pasado, cuando desclasificó los archivos de la CIA. Ese documento hablaba de Hitler en Colombia. Dialogando con el escritor y desempolvando mi investigación fui armando la novela.

¿El Mario Mendoza del libro es lejano al real?

Sí y no. Las historias de las bibliotecas son ciertas. Fui muy pobre. No tenía para comprar zapatos. Me gradué en esas condiciones. Le presté cosas mías a ese Mario. Las cejas, por ejemplo, pero terminé construyendo un rostro distinto.

¿Y el amor por Carmen Andreu?

Me enamoré cuando fui joven de manera pasional y me atravesaron el alma, pero Carmen y Daniel son ante todo personajes de ficción.

Respecto a la situación que vivimos en Colombia y el desarrollo de su libro, hay varias convergencias. ¿Cuáles fueron intencionales?

Creo que hay mil situaciones de la novela que pertenecen al inconsciente y que muy seguramente dan en el blanco sin que lo tenga muy claro. Después de terminar el libro y de releerlo me di cuenta de eso. Creo que apunta inconscientemente a un país que se deshace frente a nuestros ojos.

Está claro que las historias de sus libros no están interesadas en ser delicadas y armoniosas para el lector. Tal parece que eso a los jóvenes nos atrae. El mayor porcentaje de las personas que lo siguen son menores de 23 años, ¿por qué?

Los muchachos están cansados de tantas mentiras. Les hablamos de la esperanza, cuando en realidad el sistema está esperándolos para machacarlos. No les miento.

Además de sentir cercana la narrativa de Mendoza, el escritor se ha preocupado por ponerles caras a sus letras. Acude a colegios y bibliotecas constantemente para tener contacto con los que lo siguen y con los que aún no lo conocen. Sus conversaciones son variadas, pero siempre se interesa porque, por ejemplo, quede claro lo irrelevante que resultan las adquisiciones materiales. Se encarga de que entiendan que ahora lo que los convierte en seres valiosos es lo que tienen en la cabeza. Lo que leen, qué relaciones hacen, cuáles son sus conexiones mentales, sus sinapsis.

¿Y al resto del país? ¿Cómo hacer que una sociedad completa entienda que lo esencial no está en convertirse en el fantoche que tiene la camioneta último modelo o en demostrar que escalaste en la pirámide social?

Nosotros nos educamos en las apariencias. Lo que nos mostró el narcotráfico es el placer de aparentar. Frases como: “¿Usted no sabe quién soy yo?”. No hay una educación de usted no es nadie. En un sistema que opera de esa manera, educar para la educación y la cultura es muy difícil, pero es posible. Por eso trabajo. No aspiro al Nobel, aspiro a la gente.

Por Laura Camila Arévalo Domínguez

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