El Magazín Cultural

Nosotros, los miopes

Todo empezó en un taller de escritura. La escritura como objeto, la escritura como violín que habita en el tronco de un árbol, la escritura como roca que puede ser tallada, pulida, trabajada. Y ese taller, celebrando el “hacer”, tenía una premisa: mil palabras al día.

Juliana Muñoz Toro @julianadelaurel
09 de marzo de 2018 - 02:00 a. m.
La escritora manizaleña Adriana Villegas Botero, autora de la novela El oído miope (Alfaguara).  / Cortesía
La escritora manizaleña Adriana Villegas Botero, autora de la novela El oído miope (Alfaguara). / Cortesía

Nada de textos perfectos en el primer intento, nada de tener un plan perfecto antes de escribir. Se trataba de escribir y nada más. Escribir todos los días, desmitificar la inspiración, poner a prueba el talento. Así se crió (sí, se crió) El oído miope (Alfaguara), la primera novela de Adriana Villegas Botero, periodista, abogada y actualmente la directora de la Escuela de Comunicación Social y Periodismo de la Universidad de Manizales. ¿Un oído miope? Sí, decía ella, porque cuando no entiendes lo que dicen te toca acercarte, como se acerca el ojo miope al papel. Su ejercicio diario, el de las mil palabras, se basó en recordar su propia experiencia como inmigrante en Nueva York, con esa miopía sin arreglo. Era como un diario en retrospectiva, pero con el desafío de volverlo ficción, de salirse de su propia historia para que un grupo más amplio de lectores dijera: en esto también me identifico, aquí hay una mirada.

En eso se sustenta esta novela: en una mirada particular. Cristina, la protagonista, llega a Nueva York en pleno invierno en busca de algo más, un poco de dinero, un esposo perfecto, una tarde feliz en el Central Park, una vida ideal que jamás encontraría en Colombia. La realidad es otra, claro, siempre es otra. Sin papeles de trabajo, limpia casas para sobrevivir, pasa el limpión por un microondas con restos de comida congelada, recoge revistas con mil planes para hacer en la ciudad que ella no podrá hacer, adivina la vida de las personas a través de sus objetos. Thomas, por ejemplo, es el hombre perfecto que escucha CD de Dizzy Gillespie y tiene una gata que se llama Noche.

Cristina intenta aprender el idioma: “‘Tajada de pizza’ se dice slice. ‘Tajada de plátano maduro’ no se dice slice”. Inventa refranes: “más raro que yuca en nevera gringa”. Así sentimos el peso de una cultura, la que se lleva en la maleta. Los significados cambian: si aquí el cielo azul es sinónimo de un día perfecto, allá reporta un frío intenso. El sueño americano se convierte en nada más que un sueño. No existes, como en un sueño: “Mira para atrás. Nadie la vio. Nadie la ve. Nadie se ha dado cuenta de que está ahí. Es invisible. Se notan más los carros cubiertos por la nieve”.

El oído miope es una historia sobre la identidad y su búsqueda en un mundo borroso, entre lo imaginado y lo verdadero, ese que no sólo es el de arriba sino el de abajo. El mundo de los mundos que es Nueva York, pero revisitado a través del detalle y la experiencia personal, el oído, la boca, el ojo, la mano que se acerca y sólo así descubre.

 

Por Juliana Muñoz Toro @julianadelaurel

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