El Magazín Cultural

Observar y disparar: el oficio de un “pajarero”

Fernando Galvis pasó de cazar venados y felinos a guiar los recorridos de cientos de turistas que llegan a Caldas para avistar aves.

Joseph Casañas - @joseph_casanas
24 de julio de 2019 - 02:00 a. m.
Fernando Galvis es el guía de la reserva Tinamú, un lugar ideal para el estudio de la ornitología. / Cortesía
Fernando Galvis es el guía de la reserva Tinamú, un lugar ideal para el estudio de la ornitología. / Cortesía

Cinco de la mañana. Llegó la hora de armarse. Fernando Galvis viste unos pantalones color verde militar, un buzo de camuflaje pixelado y unas botas verde oliva. La gorra es del mismo color. Lleva una cuellera que hace juego con el pantalón, el buso y las botas. Cuando se interne en la manigua la cuellera cubrirá su boca y su nariz. Hace quince años usaba el mismo atuendo, pero tenía un objetivo diferente. Con una escopeta en mano se internaba en el bosque para cazar. Venados, osos y felinos de varias especies cayeron por las balas del cazador. Hoy se arrepiente de esos años que caminó por el oriente y occidente de Caldas matando animales y cambiando los cadáveres por cualquier peso. Ahora su objetivo es otro: se interna en el bosque para disparar con su cámara fotográfica. Es guía local de avistamiento de aves.

“La última vez que salí a cazar terminé discutiendo con el amigo con el que estaba. Íbamos a dispararle a un oso de anteojos, pero antes de que halara el gatillo, hice ruido para que el animal huyera. Hace rato venía sintiendo que no estaba bien lo que hacíamos”. Discutió con su compadre, le dijo un par de groserías y se fue. Para siempre.

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Volvió a lo que aprendió a hacer de niño: arriar ganado y coger café. Sin embargo, la crisis cafetera lo obligó a buscar otras opciones para llevar el pan a la mesa. Fue entonces cuando la vida de Galvis se cruzó con el proyecto de Mauricio Londoño, heredero de la finca Corea, en la vereda San Peregrino. El terreno, en época de bonanza cafetera, era sinónimo de riqueza. Pero cuando el precio del café se vino a pique, la familia Londoño optó por sembrar semillas de árboles nativos. Entonces el cafetal de 23 cuadras se convirtió en un bosque al que llegaron unas 242 especies de aves exóticas, 37 de ellas migratorias.

Desde entonces dejó de ser la finca Corea para convertirse en la reserva Tinamú, una especie de parque Walt Disney para los amantes de la ornitología, la rama de la zoología que se dedica al estudio de las aves. Fernando Galvis es el guía de la reserva. No es un trabajo de fácil trámite si se tiene en cuenta que Colombia alberga el 19 % de las aves del mundo y en Caldas, según la Sociedad Caldense de Ornitología, se encuentra el 42 % de las aves que hay en el país.

Fernando Galvis es uno de esos estudiantes que se formaron en la universidad de la vida. Un autodidacta en el sentido más estricto de la palabra. Como una esponja, ha venido impregnándose del conocimiento de los turistas que llegan a este rincón de Caldas. “Me cuelo en las clases de fotografía de aves y por ahí, a trancas y a mochas, he venido aprendiendo a manejar el computador que me compré con unos ahorros”. Fernando Galvis recorre las once hectáreas de la reserva con una cámara fotográfica prestada y un folleto guardado en el bolsillo trasero del pantalón. Allí registra las aves que va observando en el recorrido. “En Tinamú hay 262 especies y las he visto casi todas. Pero eso no es nada. En el mundo hay más de mil especies de aves. Eso quiere decir que estoy en pañales. Sueño con verlas todas”.

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El 82 % de los visitantes que llegan a este corredor natural, ubicado a quince kilómetros de Manizales, son extranjeros. El año pasado, por ejemplo, la mayoría de los visitantes llegaron de Holanda, China y Taiwán. “Uno de esos turistas al que acompañé en un recorrido me regaló una cámara de fotografía. He tenido que aprender de cero. Leer el manual y ensayar todos los días”. Las fotos y los videos que toma los publica en la página web de Tinamú, “que es un ave pequeña y rastrera que se mueve a gran velocidad”, explica.

Observar y fotografiar aves es un premio a la paciencia. No es una actividad efectista e inmediata. Se requiere tiempo y paciencia. El escritor norteamericano Jonathan Franzen dice que alcanza su estado “máximo de felicidad” cuando logra quedarse “observando aves durante doce horas seguidas”. Para Galvis, “observar y fotografiar aves es una terapia que me cambió la vida. Es un lujo trabajar en lo que verdaderamente se ama y en lo que realmente se es feliz. No sé si a lo que hago deba llamarlo trabajo”.

Aunque estudió solo hasta primero de bachillerato, “porque en esa época a duras penas había para la comida”, Fernando Galvis se sabe, casi que de memoria, el nombre de más de doscientas aves en latín. Le basta con mirarlas para identificarlas. “Con el ser humano no pasa eso. La primera impresión no es suficiente para conocer a alguien”, dice.

Por Joseph Casañas - @joseph_casanas

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