El Magazín Cultural

Origen y porvenir de La Masía

“Todo lo que sé de moral se lo debo al fútbol”, afirmó Albert Camus. Y si alguien entendió que un sistema de juego es, también, un modo de vida, fue Johan Cruyff, aquel holandés que revolucionó el fútbol con su presión alta, con su idea de juego rápido, preciso y aplicado.

Andrés Osorio Guillott
01 de mayo de 2019 - 01:00 a. m.
Andrés Iniesta y Lionel Messi en la temporada 2017-2018. / Getty Images
Andrés Iniesta y Lionel Messi en la temporada 2017-2018. / Getty Images

De su juego surgió paralelamente un aire de democracia en Cataluña en la década de 1970 y de su cabeza surgiría también el famoso “Dream Team” del Barcelona en la década de 1990, época en la que Guardiola ofició como capitán y en el que años después actuaría como técnico y discípulo de esa moral que dejó el holandés en el fútbol como un reflejo del ser humano, de aquel que respeta a su prójimo y de aquel que es leal a sus principios sin que eso implique destruir al otro.

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“Director de orquesta y músico de fila. Cruyff trabajaba más que ninguno”, dijo Eduardo Galeano en El fútbol a sol y sombra. Cruyff le imprimía armonía al juego. Se la impuso a la cancha como jugador y como técnico. Jamás negoció su filosofía y, mucho menos, su actitud en el campo de juego. Posesión, conducción, primer toque, presión alta, recuperación, combinación y la potencia de los laterales son pilares de un sistema que le legó el holandés al Barcelona actual.

El holandés, estandarte del Ajax y de la famosa “Naranja Mecánica”, llegaba al Barcelona en 1973 para devolverle la gloria y, también, como un efecto paralelo a la algarabía y al júbilo del momento, a recuperar la identidad del club catalán. Pasaron 14 años y con la agilidad y precisión de Cruyff, el equipo azulgrana lograría levantar un nuevo título. El franquismo amenazaba con la desaparición de la identidad catalana. La lengua del territorio era escuchada a través de susurros que se colaban en ráfagas de viento. La vulnerabilidad de la cultura catalana se estaba visibilizando cada vez más. Dentro del Camp Nou, recinto y templo del Fútbol Club Barcelona, se escuchó en el 72 un anuncio por parte de Manel Vich en los parlantes del estadio en el que se decía en catalán que un niño se había perdido. El anuncio era falso. Era un gesto de resistencia en el que se quiso demostrar que la lengua del pueblo no debía ser censurada. Todo se trató de un acontecimiento contestatario hacia el gobierno del general Franco, una rebelión desde el deporte en el que se demostró por qué el FC Barcelona es “más que un club”.

Durante esos años, especialmente desde 1975, el FC Barcelona aumentaría su papel como un eje cultural capaz de rescatar los colores y la idiosincrasia en Cataluña. La permanencia de un jugador como Cruyff y la celebración de los 75 años de la institución, que se había celebrado en el 74, causaron un efecto particular en el que los directivos y seguidores aprovecharían esa exaltación de las pasiones y esa efervescencia característica promovida por el fútbol y el espectáculo para adherirse a causas políticas y sociales que buscaban el reconocimiento de la comunidad catalana en España. Incluso, en aquella conmemoración de los 75 años, la presencia y manifestación de referentes artísticos y culturales como Salvador Dalí o Joan Miró fue determinante para reafirmar la importancia del Barcelona en el territorio, pues pocos meses después el club haría parte del Congreso de Cultura Catalana y aceptaría el catalán como la lengua oficial.

Trece años después, el holandés haría parte del plantel como director técnico. Ahora su mirada periférica funcionaría desde el banquillo con el que levantó cuatro títulos de liga seguidos entre 1990 y 1994, y una Copa de Campeones en 1992, entre otros trofeos que sustentaban aquel adjetivo del “Dream Team” conformado por jugadores como Romario, Guardiola, Goikoetxea y Zubizarreta, entre otros.

Guardiola, con 14 títulos como entrenador entre 2008 y 2012, se mostró como un fiel heredero de la filosofía impartida por Cruyff y llevada a otras ligas y otros espacios en los que se ha logrado consolidar la armonía, la elegancia y lo excelso de un fútbol que le apuesta a verse sencillo en medio de la complejidad, que es capaz de construir triangulaciones como versos y de realizar más de cien toques con tal de no violar aquel principio base de mantener la posesión del balón como eje central del control y la distribución de juego. Aquel capitán del “Dream Team” evoca constantemente aquellas reminiscencias de Cruyff, de él habla como la persona que inculcó un amor por el fútbol, que enseñó que para jugar bien y para comprometerse dentro del campo de juego había que divertirse, había que acariciar la pelota mientras estuviera bajo sus pies. Cada decisión del actual técnico del Manchester City pasa por la inevitable pregunta de: ¿qué haría Cruyff en este caso?, reafirmando así aquella descripción que Galeano hizo del holandés como “el director de orquesta”, como aquel que marcó el diapasón y la directriz de una identidad del fútbol y un principio en la condición del ser humano. De la clarividencia en el juego de Guardiola, de ese legado que pasa de generación en generación, surgió la sabiduría de un medio campo constituido por varios jugadores que crecieron en La Masia, un baluarte del club. Sergio Busquets, Xavi Hernández y Andrés Iniesta son algunos ejemplos. Este último es un caso particular, pues desde que el “Cerebro” del Barcelona estaba en esa patria llamada La Masia, Guardiola sabía que él sería el creador de juego y de lucidez. Incluso, en el libro La jugada de mi vida, Mario, uno de los amigos de la infancia de Iniesta, cuenta que el jugador desde pequeño había calcado dos gestos técnicos: la croqueta de Laudrup y la mirada panorámica antes de recibir el balón, propia de Pep Guardiola.

De La Masia, aquel lugar mítico que tiene sus orígenes en una payesa construida en el siglo XVIII, de aquella generación de la que surgieron Gerard Piqué, Carles Puyol, Sergio Busquets, Xavi Hernández, Andrés Iniesta y Lionel Messi, de esa camada de jugadores que construyó una eternidad desde hace una década, nace también una oda y un homenaje a los valores de Cruyff, que hoy siguen incrustados y penetrados en las raíces de juego del Barcelona. El primer toque, la posesión, la intensidad en la marca y la sorpresa en el ataque son elementos que contiene esa Masia, cuna de oro que educa a los jugadores en la solidaridad, la responsabilidad y la inteligencia como herramienta fundamental para jugar al fútbol, pues como dijo, justamente, Xavi Hernández, capitán del club catalán y de la selección española, “la velocidad de la cabeza es más importante que la de los pies”.

El rocío abraza la mañana y algunos de los jugadores ya mencionados no están en las filas del Barcelona, otros se acercan a la melancolía del adiós. Sin embargo, la identidad de juego se hizo estructural, pues cada jugador que viste la azulgrana entiende que su aporte en el funcionamiento del sistema técnico y táctico es fundamental para relevar al que ya pasó y, también, al que pronto llegará.

En el Barcelona la pelota busca al que entiende lo que le enseñaron en La Masia. Si bien los técnicos cambian y algunos de los jugadores insignias de aquel fútbol poético de hace unos siete u ocho años ya no están, la filosofía estructural del Barcelona se mantiene como una constante irremediable, incapaz de ser modificada o alterada, pues en la institución comprenden que su estilo de juego está implantado en su historia, que sus colores, su palmarés y su reconocimiento se deben, precisamente, a la apuesta por consolidar una visión del deporte de “salid y disfrutad”, de hacer de la camiseta la segunda piel y de cada toque con el balón una posibilidad de narrar una nueva gesta y de hacer de un gol una nueva narrativa épica.

La pelota se realiza en quien se acepta como escudero de una filosofía irrevocable e innegociable. La pelota se acerca al veloz, al que es ágil mentalmente, al que aprendió a ahogarse como lo hizo Cruyff consigo mismo y con sus dirigidos para sobrepasar sus límites y superarse en función de un colectivo, de un equipo, de noventa minutos que son la vida misma y que trascienden en la soledad del hincha y en la esperanza de una existencia que se vea realizada en una victoria, en una mínima muestra de la gloria.

Por Andrés Osorio Guillott

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