Me gusta pensar en las palabras como hilos. Hilos que unen, por ejemplo, las tradiciones con las revoluciones del presente. Con ese ir y venir de la aguja (o de las páginas que llevan las palabras) trascendemos el conflicto entre un antes y un ahora, encontramos un sentido: por lo que fuimos es que somos. Y somos diferentes.
Seguro hemos escuchado la ronda infantil “Arroz con leche: alguien se quiere casar con una señorita de la capital que sepa coser y sepa planchar”. La canción tiene un ritmo divertido, pero no todos están de acuerdo con su letra. En 2015, a raíz del movimiento #NiUnaMenos, se hizo viral un cartel que proponía Otro arroz con leche: “yo quiero encontrar a una compañera que sepa soñar, que crea en sí misma y salga a luchar por conquistar su sueños de más libertad”.
La escritora argentina Natalí Tentori llevó aún más lejos esa idea de hacer un canto a la libertad y a la fuerza femenina, y escribió el poemario Arroz con leche (Editorial Kalandraka) que resignifica los oficios cotidianos de las mujeres de antes: bordar los pájaros azules del mantel de la abuela y así nunca olvidarla, abrir la puerta de la fantasía para escapar cuando sea necesario, barrer lo que se acumula y pesa en el hogar, hilar con la voz un cuento que pasará de generación en generación.
Tentori, con sus hilospalabras, reconecta a esas bisabuelas, abuelas y madres con las mujeres de ahora, pues ahora son ellas las que por decisión adoran tejer, bordar y, sobre todo, abrir la puerta para ir a jugar… incluso si van solas.
Arroz con leche, como ronda infantil con niñas tomadas de la mano saltando en círculos, me hace pensar en el arquetipo de las brujas: mujeres que parecen jugar a la ronda, desnudas, desnudas porque pueden y quieren, alrededor del fuego que son sus historias. Escribe Tentori en el poema Tejer: “Se sientan en círculo/ unas mujeres/ y tejen/ sueños, bufandas,/ mantas, caminos posibles”.
Las bellísimas ilustraciones de Arroz con leche están hechas por la colombiana Elizabeth Builes con gouache (una técnica que viene de la acuarela), lápiz y bordado. Son un homenaje a las manos de esas mujeres que tantas cosas sabían hacer, a la mezcla de técnicas para hilar ese antes y este ahora en una sola composición.
Aplaudo, además, que existan apuestas por publicar poesía para niños y niñas, pues también están contando historias, están jugando con el lenguaje. Ese ritmo y esas imágenes que vienen de lo poético son cosas que un lector de cualquier edad sabe apreciar. Este libro es un canto a los recuerdos de infancia, esa infancia que pareciera ser la de cualquiera: “Esa mujer y su hija han sacado/ ollas, frascos, tazas y tachitos,/ y en el jardín esperan/ tomadas de la mano/ que la lluvia haga espuma”.