El Magazín Cultural

Páginas perdidas de la casa del pueblo

La vida de Luis Enrique Fajardo se mezcla con los libros. Sus ancestros, fundadores de Inzá (Cauca), cargaron decenas de ellos huyendo de la violencia. Hoy, él gestiona la biblioteca de este municipio, “La casa del pueblo”.

Yoe Suárez
20 de octubre de 2017 - 02:00 a. m.
Luis Enrique Fajardo dirige la biblioteca “La casa del pueblo”, en Inzá, Cauca.  / Óscar Pérez - El Espectador
Luis Enrique Fajardo dirige la biblioteca “La casa del pueblo”, en Inzá, Cauca. / Óscar Pérez - El Espectador

Debe ser raro que un día, de pronto, gente de todos lados se interese en lo que ha sido su rutina por años. Que una fila de periodistas quiera preguntarte algo, llevarse una declaración para imprimirla por miles. Ha de ser extraño, todo eso, para Luis Enrique Fajardo.

Sonríe tímidamente ante cada obturación, mientras un fotógrafo y luego otro lo pasean por los bajos de la Biblioteca Nacional de Colombia. Dentro del traje, su mínima figura obedece órdenes diversas: ladea el rostro aindiado, mueve un brazo, se sienta a una mesa con libros de tecnología al fondo.

Fajardo, guardián de La casa del pueblo, una remota biblioteca en Inzá, Cauca, vive con pasión proselitista su oficio. Su lema se resume en autogestión y bienestar comunitario. Quiere que Colombia “tenga unos niños, jóvenes y adultos con algo en la mente que va a servir para el futuro, y así entregar buenos ciudadanos”.

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El territorio en el que nace esta historia es marginado, olvidado por el Gobierno. Los recursos casi no llegan allá, de modo que la autogestión de la comunidad fue la única variante para construir la biblioteca.

“El apoyo de los habitantes es fundamental para que La casa del pueblo salga adelante”, asegura Fajardo, refiriéndose a las 50 familias que están en el lugar.

La biblioteca, hecha en guadua, invita a fantasear. La mesa ovoide al centro, a reunirse. Ese juego de curvas amarillas identifican a Guanacas, vereda que lleva letras en las raíces.

En los años cuarenta sufrieron desplazamiento por la violencia. Como hoja que toca el suelo, el peregrinar acabó en las verdes lomas de Guanacas. Y en sus maletas, tanto el apuro y el susto, solo cargaron libros. Mientras levantaban la comunidad, los colonos mataban el tiempo leyendo.

De esta historia, con tintes macondianos, dice Luis Enrique Fajardo, llega el hábito por la lectura a Inzá. Aquellos patricios colonos enseñaron a sus hijos y sus nietos. Ahora, a los biznietos los enseña él y su equipo de la biblioteca. Lo que era antes una tarde de sillones, ahora son programas con finas metodologías para inculcar el amor hacia los libros.

Los abuelos de Fajardo llevaron en las maletas libros policiales y un ejemplar de Tom Sawyer. “A veces, entre vecinos nos prestábamos los libros, buscábamos a un familiar para ver cuál tenía”. Tal vez de ahí surge la obsesión por crear un lugar como este. Para no buscar más en muchos sitios dispersos, para tener una bóveda abierta con los tesoros de Inzá y los que estén por llegar.

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Guanacas es, de lo rural y pequeño, una especie de villa ilustrada. Aparte de su historia genesiaca, ahí se fundó el primer colegio rural del municipio, que desde entonces ha formado líderes comunitarios. Ahí estudió Fajardo.

Graduado, él y unos amigo se dieron cuenta de que algo faltaba en su espacio: el sitio donde conectarse con el pensamiento y la cultura global. Una biblioteca.

En 1998, cuando Fajardo y otros soñadores se unieron, el mundo miraba a Andrés Pastrana y al Eln hablar de paz, la televisión se deslumbraba con la coronación de Marianella Maal como Miss Colombia, el 26 de febrero hubo un eclipse solar, y ellos, los de Inzá, seguían pensando en su biblioteca.

El proyecto era básico: un salón con cuatro paredes y estantes. La comunidad participó en el crecimiento de esa apuesta inicial, que se convirtió en un ambicioso centro cultural.

En el año 2000 había jóvenes de la vereda estudiando en Bogotá que gestionaron libros y materiales. Un poco temerosos se asomaron a la embajada de Japón y consiguieron fondos; con el dinero llegaron aún más retos. El mayor, levantar un centro cultural.

Niños y adultos hicieron grupos de domingo a domingo para cargar estantes, alcanzar clavos y llevarle tinto a quienes apoyaban el trabajo.

La comunidad no aceptó que el alcalde manejara los recursos de La casa del pueblo. Para alzar el lugar pidieron la colaboración de un joven arquitecto que aún no se graduaba. En su último semestre compartió con un ingeniero, un especialista en guadua y todo Inzá el nacimiento de ese espacio que a diario se erguía entre tupidas arboledas.

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“En 2004 abrimos la biblioteca y trabajé junto a la primera bibliotecaria que tuvimos”. Entonces, Luis Enrique Fajardo presidía la Junta comunal de Inzá y eso lo llevó a conocer los libros que hay en La casa del pueblo. Él mismo los cargó, acomodó y registró a medida que llegaban.

Hace tres años es bibliotecario. Se ha cuestionado las posibilidades de iniciativas culturales como esta para sanar las heridas de una sociedad como la colombiana, o al menos ofrecer un futuro mejor…

Con la biblioteca nacieron también las escuelas de danza, música, deporte y pintura. “¿Para qué lo hacemos? Para evitar que muchos jóvenes y adultos se vean inmersos en vicios, se sumen a grupos armados ilegales, que, cuando se inició el proyecto, estaban en auge cerca de nosotros”.

Jóvenes que empezaron en 2004 en las escuelas de música ahora son vocalistas e instrumentistas. “Es meritorio que los jóvenes puedan salir de acá y llevar la cultura a otros sitios”.

El radio de acción de la biblioteca en el municipio es grande. Las comunidades aledañas se acercan a La casa del pueblo, o el bibliotecario atraviesa el escarpado terreno para llegar con programas como La cámara de los sentidos.

“Fuimos a cuatro veredas lejanas de Inzá haciendo promoción de la lectura con las TIC. Llevamos cámaras, dispositivos móviles y computadores. Le enseñamos a los niños a usar estos equipos, a tomar fotografías y a hacer producciones”. Algunos solían ver a las bibliotecas como un sitio aburrido, como una muralla de libros. La tecnología les abrió la puerta a un nuevo mundo.

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Hay libros que salen y no vuelven. “La gente se enamora de ellos y uno ya no los puede rescatar. Pero es un libro que vive, porque quienes le da la vida son los lectores”.

Para evitar eso crearon el servicio de Libros Libres. Ubicaron un estand a la entrada de la biblioteca, y quien quiera llevarse un ejemplar lo hace o lo intercambia por alguno que tenga en casa. “No tiene que estar registrándolo en la biblioteca: es libre. Lo toma por uno, dos meses, lo lee y lo devuelve”.

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Luego de valorar más de 100 iniciativas similares por toda Colombia, un jurado le otorgó de forma unánime el Premio Nacional de Bibliotecas Públicas a La casa del pueblo, de Inzá, Cauca.

Luego de visitarla, el jurado coincidió en que este es un proyecto de desarrollo integral que facilita la formación y la educación de los habitantes del municipio a través de escuelas de formación artística, servicios de extensión veredal y una emisora radial comunitaria que informa sobre la programación y actividades que desarrollan.

“Es notable de esta biblioteca la capacidad de convocar los esfuerzos de todas las familias de la vereda, también la belleza estética, la concepción y uso del espacio, y sobre todo el amor y la seriedad con los que lideran este proyecto de vida de la comunidad”, destaca el acta final.

La casa del pueblo es una torre de libros que alimenta a una comunidad con historias.

Por Yoe Suárez

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