El Magazín Cultural

"Porgy and Bess": La ópera que el jazz reconoció

Una historia que cuenta cómo era la cultura del jazz en Nueva York a comienzos del siglo XX.

Juan Carlos Garay
19 de enero de 2020 - 01:00 a. m.
Imagen de “Porgy and Bess", cuyas piezas, grabadas en un disco del sello Verve, fueron interpretadas por Louis Armstrong y Ella Fitzgerald.  / Cortesía
Imagen de “Porgy and Bess", cuyas piezas, grabadas en un disco del sello Verve, fueron interpretadas por Louis Armstrong y Ella Fitzgerald. / Cortesía

A comienzos del siglo XX, la ciudad de Nueva York ya era un hervidero de música. Una historia cuenta que el compositor George Gershwin, entonces con 16 años, salió de su trabajo en Tin Pan Alley (el mercado de canciones populares), cruzó una calle, pasó por detrás de una sala de conciertos y escuchó a un violinista clásico practicando una sonata. De inmediato se sintió fascinado. Y decidió hacer algo al respecto. A partir de ahí fluctuó todo el tiempo entre el jazz y la música clásica.

Más allá de los acercamientos al jazz que se pueden oír en algunas obras de grandes compositores europeos, como Ravel o Shostakovich, la música de George Gershwin siempre estuvo en contacto directo con la fuente. Como escribió un crítico: “Gershwin tenía inquietud por la música clásica y gusto por la comercial”. A pesar de que eran dos corrientes paralelas, es decir, que no se tocaban, el músico neoyorquino quiso entremezclarlas. Un primer experimento fue Rhapsody in Blue: 15 minutos exquisitos de piano con acompañamiento de orquesta, que de alguna manera prefiguran la cima alcanzada 11 años más tarde con la ópera Porgy and Bess.

Es interesante observar cómo, en la creación de Gershwin, lo clásico y lo jazzístico se van pareciendo entre sí. En 1926, por ejemplo, escribió una obra de teatro musical llamada Oh, Kay!, pero también un ciclo de preludios para piano. Y luego, en 1932, hizo una obra orquestal exuberante, con toques de sinfonía y de mambo, a la que bautizó Obertura cubana. Pero si Gershwin quería llegar a ser, como sugirieron algunos comentaristas de la época, “el Verdi americano”, tenía que escribir una ópera. Una ópera negra. Y es ahí cuando aparece la obra maestra que revivirá el Metropolitan esta temporada.

Porgy and Bess está basada en una novela, en boga por aquella época, sobre el amor de una pareja de afroamericanos en medio de unas condiciones de vida extremas. Ahí estaban los elementos que Gershwin podía trabajar mejor que nadie: el dramatismo propio del género operístico y el color local, el folclor, entendido desde lo sonoro como una evocación constante de los blues y los spirituals. La ópera tuvo inicialmente 125 funciones y, aunque la recepción no fue del todo entusiasta, se fue quedando en el inconsciente colectivo de músicos y amantes de la música en Norteamérica.

Quizá los primeros en evocarla con aprecio, y darle el lugar que se merecía, fueron los intérpretes de jazz. Muchas de las arias de esta ópera se convirtieron con sorprendente facilidad en standards. De ahí que a veces la gente se refiera a Porgy and Bess como una “ópera-jazz”. Muchos conocieron estas piezas gracias a un disco del sello Verve, publicado en 1958, en el que los roles de Porgy y Bess los cantaron Louis Armstrong y Ella Fitzgerald, ignorando alegremente la partitura orquestal original y agregando solos e improvisaciones. Por momentos parecía que, de veras, Gershwin hubiera escrito estos papeles pensando más en cantantes de jazz que en voces líricas.

Ahí está, por ejemplo, Summertime, una canción de cuna dentro de la ópera y un blues perfecto fuera de ella. Como una expresión de los deseos más profundos, habla de ríos repletos de peces y de enormes cosechas de algodón, mientras que en escena vemos todo lo contrario, la inopia. Y, sin embargo, Summertime se las arregla para embelesarnos, manteniendo una larga historia de versiones en el mundo discográfico, desde Billie

Holiday hasta Janis Joplin

En contraste, el compositor demuestra que puede manejar el sentido del humor en It ain’t necessarily so, una especie de himno blasfemo:

Matusalén vivió 900 años

¿Pero quién dice que eso es vida?

¡Si ninguna muchacha se lo da

a un hombre de 900 años!

Toda esta historia sucede en un barrio negro, y nuevamente Gershwin exhibe su poderío creativo. Más allá de plasmar lo pintoresco, termina haciendo un comentario social que aún hoy sigue siendo fuerte. Y es también un homenaje a la raza negra, a hombres y mujeres que saben cantar y bailar a pesar de las adversidades. No deja de ser llamativo que los únicos personajes que no cantan en esta ópera son los blancos. Que, aunque sobre decirlo, en el universo de Porgy and Bess son una irrisoria minoría.

Por Juan Carlos Garay

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