El Magazín Cultural

“Rebelde sin causa”

Del director Nicholas Ray, con la actuación de James Dean, esta película fue esencial para la juventud de los años 50.

Luisa María Rendón
24 de septiembre de 2017 - 02:00 a. m.
James Dean y Natalie Wood, protagonistas de “Rebelde sin causa”.  / Archivo
James Dean y Natalie Wood, protagonistas de “Rebelde sin causa”. / Archivo

 

 

Las costumbres en Estados Unidos, en gran medida, han sido imitadas por los países occidentales. Después de la Guerra Fría y con la creación del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, el país tuvo una bonanza económica que buscaba reflejar en sus fronteras una nueva forma de vida. Esto se respaldaba por el eslogan “American Way of Life”, que tuvo como resultado un nuevo modelo socioeconómico, disfrazado de costumbres, hábitos y tradiciones que fueron imitados por casi todo Occidente.

Varias de las actitudes de los adolescentes americanos de los años cincuenta buscaban desligarse de las costumbres de sus padres, que impregnaban en ellos la moral y lo éticamente correcto. Para ese entonces el auge económico, que poco les importaba, era reemplazado por la distracción que se encontraba bailando y cantando al ritmo de Elvis Presley, Johnny B. Goode o Chuck Berry, buscando desembarazarse esporádicamente del resabio de destrucción y violencia heredada de sus progenitores, víctimas directas de una o dos guerras mundiales.

Reconociendo que los jóvenes no tenían la misma intención de los adultos en su comportamiento, el director de cine Nicholas Ray llevó esta idea a la pantalla grande con la película Rebelde sin causa. Esta cinta fue el único gran éxito de taquilla de Ray, cuyos filmes fueron realizados de manera independiente y poco comerciales, aunque luego fueran enormemente valorados por la cinefilia y la crítica de los años 50.

El triunfo de Rebelde sin causa radicó en que mostraba a los personajes en su inconformismo, mostrando sus rabias, complejos y dilemas. Los jóvenes norteamericanos no sólo se reflejaban en ellos por la agresión física, sino por las actitudes que demostraban el malestar y la infelicidad por ser parte de una sociedad que pareciera no notar sus descontentos.

Los personajes de la película, Jim Stark (James Dean), Judy (Nataly Wod) y Platón (Sal Minero) eran el reflejo de lo que los medios publicitarios y de comunicación decían que era necesario para alcanzar la felicidad. La situación económica en la que se encontraban los personajes demostraba la falacia que reflejaban los medios al generalizar que quienes padecen de una rebeldía son los más desfavorecidos económicamente, precisamente porque deben estar en contra de todo lo que no los hace felices.

El director refleja que este comportamiento se puede presentar tanto en la clase media como en la más baja, aunque este sea un hecho intrínseco en la cinta.

El amor, la amistad y la muerte son tres ejes sobre los que el director trabaja para mostrar la manera de ser del personaje principal, Jim Stark, a quien sus padres no han podido ubicar en el mundo. Stark buscaba una adhesión social al luchar por ese “honor” de hombre que disputó para no dejarse llamar gallina delante de la mujer que pretende. Y para darle un significado a la muerte, el director hace que el personaje de Platón se muera y pueda convertir a Jim Stark en responsable no sólo por su valor en la amistad, sino por la carga emocional que el amigo deposita en él.

Judy (Nataly Wood), una joven de sonrisa hermosa, fingida y coqueta, lo que busca durante la película es encontrar un amor “verdadero” que no dependa de su padre. Así, el complejo psicológico de Electra (el que una mujer, durante su niñez, manifiesta amor por su padre y rivalidad hacia su madre) es superado, o mejor, ocultado en su enamoramiento repentino de Jim Stark. Por esa misma idea se encuentra Platón (Sal Minero), que en Jim encuentra la determinación y la manera particular de hacer las cosas, un ejemplo paterno y protector que le podría dar más seguridad en el mundo. La cinta ha sido considerada como una película maldita. Esto se debe a las extrañas muertes de los tres actores principales, antes de haber cumplido 45 años. James Dean murió a los 24, al estrellarse en su auto una semana antes del estreno mundial de la película. Sal Minero murió acuchillado en la calle tras un asalto, y en 1981 falleció Natalie Wood, según dicen, al caer al agua desde el yate en el que se encontraba con su marido, Robert Wagner.

Rebelde sin causa se convirtió en un ícono mundial, no sólo porque fue la película que más éxito tuvo del director Nicholas Ray, sino porque James Dean irrumpió en la sociedad dándoles un valor diferente a los jóvenes. Con su muerte se cumplió el dicho de “vive rápido, muere joven y deja un hermoso cadáver”, un ideal romántico de los jóvenes rebeldes que asumían al actor como ídolo y punto de referencia. Dean fue el primer actor en recibir una nominación póstuma al Óscar como mejor actor y aún se mantiene como el único actor que ha tenido dos nominaciones póstumas. En 1999, el American Film Institute lo colocó en el puesto 18º como mejor estrella de cine masculina en su lista AFI’s 100 años... 100 estrellas.

Por Luisa María Rendón

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