El Magazín Cultural

Roberto Burgos Cantor y sus (personajes) estrellas

Hoy se cumple un año de la muerte del gran escritor cartagenero. Un experto y amigo revisa su obra, más vigente que nunca.

Julio Olaciregui * / Especial para El Espectador
16 de octubre de 2019 - 12:00 p. m.
Roberto Burgos Cantor y su amigo Gabriel García Márquez, en Cartagena a través de la lente de otro amigo, Alberto Abello Vives. / Cortesía
Roberto Burgos Cantor y su amigo Gabriel García Márquez, en Cartagena a través de la lente de otro amigo, Alberto Abello Vives. / Cortesía

Roberto Burgos Cantor publicó en 2013 su quinto libro de cuentos, El secreto de Alicia, cuya portada es la foto de una mano que sostiene el guion de Queimada, la película filmada en Cartagena por el director italiano Gillo Pontecorvo, estrenada a fines de 1969. “Starring Marlon Brando” (con la actuación estelar de Marlon Brando) puede leerse en la tapa de ese libreto, debajo de la mención “written by Gillo Pontecorvo”, también escritor del argumento… No figura allí el nombre de Evaristo Márquez, el palenquero que se hizo célebre gracias a su trabajo en el filme.

Lo que hizo Burgos Cantor en el cuento “La estrella” fue darle el protagonismo que se merece a este descendiente de cimarrones, los africanos esclavizados en los años 1600 que escaparon de Cartagena hacia los montes en busca de su libertad. “Fugados, levantiscos, sublevados, fundaron sus empalizadas, su territorio extraño pero apropiado por querencias, por el deseo de una vida sin sometimientos”, dice el narrador omnisciente de “La estrella”, que luego cederá la palabra al propio Evaristo Márquez. (Más: ¿Roberto Burgos cómo sobrevivió a García Márquez?).

Este relato es una muestra del trabajo de reconstrucción ética realizado por Burgos Cantor en toda su obra -- seis libros de cuentos y seis novelas escritas a lo largo de casi cuatro décadas, desde el percutante y musical Lo Amador (1981) hasta Orillas, publicado en abril de este año, seis meses después de su desaparición, el 16 de octubre de 2018.

Su gran novela La ceiba de la memoria, publicada en 2007, gracias a ese esfuerzo de restauración ética y a su prosa poética, ha tenido un eco internacional, pues fue traducida al francés, está en proceso de traducción al inglés, fue premiada en Cuba y finalista en el Premio Rómulo Gallegos, de Venezuela. Ha sido objeto de estudios en universidades colombianas y del exterior, sobre todo en Ghana, en el corazón de África, adonde el autor fue invitado en abril de 2016. (Más: ¿Por qué La ceiba de la memoria es la máxima novela de Burgos Cantor?).

En este libro de su madurez, Burgos Cantor aparece como un pensador. Desde su humanismo de hombre del siglo XX, establecerá lazos entre la trata negrera, la esclavitud de los africanos y sus descendientes en América y el holocausto del pueblo judío por los nazis. Todo impregnado de sus conocimientos de la filosofía europea.

La ceiba... es una suerte de enciclopedia de la Cartagena antigua. Expone a través de los monólogos de los jesuitas Alonso de Sandoval y Pedro Claver el pensamiento de la filosofía eclesial, dogmática y medieval que imperaba entonces. A través del personaje de Dominica de Orellana, la inteligente belleza, nos dejaremos envolver por el amor al saber, por el pensar renacentista inspirado en la astronomía y la ciencia. San Agustín y Giordano Bruno de Nola son dos de las figuras tutelares del flujo de pensamiento que atraviesa la novela.

Recepción de su obra

Los cartageneros, tanto el “personal champetúo” como el letrado, institucional, han comenzado a reconocerse en la obra de Burgos Cantor y sienten en ella una profunda respiración, una navegación de alta mar. En Barranquilla y Medellín, reconocidos académicos como Ariel Castillo y Pablo Montoya han escrito sobre La ceiba de la memoria.

Novela consciente, libro escribiéndose, orfebrería momposina con el oro del tiempo, La ceiba... alcanza momentos cumbres al tejer de esa manera nuestra historia, nuestra filosofía. Su poderosa voluntad poética nos ofrece verdades intuidas pero acaso nunca formuladas de manera tan gozosa y reiterada… “El aire del mar le traía mensajes divinos a su alma”.

“La luz: la tarde estaba en el fugaz tránsito de la luz de metal que corta las visiones a la espesura del declive ámbar, indefinible, que devora los contornos del mundo, las definiciones de los rostros, la forma de la costa”.

Hay en el ejercicio narrativo de Burgos Cantor una aspiración a la totalidad, una conexión cósmica con la historia y el espacio... La verdad se transforma en poesía. “Cada ser es un dios y tiene un culto, un sitio diferente”. Se decía que si Dublín fuese destruida se podría reconstruir leyendo el Ulises de James Joyce. Algo semejante se podrá decir ahora de Cartagena y La ceiba de la memoria.

En la calle Quero —apellido de un esclavista en la época de la colonia—, situada en el sector amurallado de Cartagena, podemos leer ahora en una placa esta frase de la novela: “Gritar. Así protejo de la devastación los restos de esta memoria asediada que es la única señal para reconocer que yo soy yo”. En una de sus columnas periodísticas, dedicada a Manuel Zapata Olivella, Burgos Cantor dice algo que se le puede aplicar a él. “Enfrentado Manuel al cambio acelerado del mundo, los ritmos de lectura, las preferencias, dijo con admirable convicción y fe: ‘Yo sé que seré leído en el futuro’”.

El arte de imaginar personajes

La estrella de un escritor es la creación de personajes que trasciendan las épocas. El novelista lo crea y el personaje seduce, sale del libro, como de la lámpara de Aladino, y se mete en la imaginación del lector… Pensaba en Cervantes y don Quijote, Dostoievsky y Raskolnikov, Flaubert y madame Bovary, Tirso de Molina y don Juan, Virginia Woolf y Orlando, Ramón Molinares y Antonio Aruhanca, Joyce y Stephen Dedalus, García Márquez y Remedios la Bella, Toni Morrison y Beloved, Mutis y Maqroll el Gaviero, Marvel Moreno y la tía Oriana, Goethe y Wilhem Meister, Rulfo y Pedro Páramo, Ramón Bacca y Deborah Kruel…

Citaré algunos personajes estelares en los mundos recreados por Burgos Cantor. Unos pertenecen al mito y otros a la historia: Aracely Primera, reina del barrio Lo Amador, el ya nombrado actor palenquero Evaristo Márquez, Emérita Pertuz, Atenor Jugada, José Raquel Mercado, Marlon Brando, Analia Tu-Bari, Thomas Bledsoe, Dominica de Orellana, Pedro Claver, Germania de la Concepción Cochero, Michi Sarmiento, el Beny, Mordecai, el médico del emperador y su hermano…

Mi nombre figura en cinco cuentos suyos y entonces jugaré ante ustedes como un personaje que habla de su demiurgo, aclarando que no tengo carácter protagónico, aparezco como un “extra”, un figurant, en francés. Esas menciones a “Olaciregui” le sirven para hablar del oficio de periodista. Es el caso en uno de mis cuentos preferidos, “Estas frases de amor que se repiten tanto”. El narrador también es periodista y cuando le toca cubrir el asesinato del líder obrero José Raquel Mercado dice:

“Me doy vuelta en la cama y aún está tu calor en la sábana. Abro los ojos y la claridad se ha regado por el cuarto. Siento cansancio y ningunas ganas de ir al periódico. Tal vez tengo todos los hilos para el reportaje del año. La mujer misteriosa que engaña al secuestrado, su vida desde que era cargador de bultos en el muelle. Pero no me importa, que lo  haga Olaciregui, un periodista nuevo que se vino de Barranquilla”.

Otro gran escritor de la costa, Ramón Molinares Sarmiento, escribió la novela “El saxofón del cautivo”, estremecido por el destino de José  Raquel Mercado, el dirigente sindical cartagenero secuestrado por el M-19, juzgado y asesinado en 1976.

Poeta y ensayista

Siempre quise leer más poemas suyos desde aquel libro que publicó a dueto con Santiago Mutis Durán, La novia enamorada del cielo. Cuando se publiquen sus papeles inéditos y cuadernos tendremos sin dudas muchos poemas y aforismos. Sus libros me depararán siempre gratas sorpresas. Acabo de leer los cuentos de Una siempre es la misma, que data de 2009.

Es la obra de un escritor grave y gozón como nunca y en usufructo de su mejor prosa, canchero inocente, buscando y encontrando su estilo, diferente en cada cuento, una voz antigua y dúctil, precisa, musical, para narrar las historias de esas parejas desgarradas en Bogotá. Me encantó la historia del chico gay, la presencia de esos hombres tiernos que se aman.

La aparición de estos cuentos --de ambiente bogotano-- es un acontecimiento en la literatura colombiana: un costeño que recrea el ambiente de la capital –la otrora “nevera”—con mucha maestría. Burgos Cantor viene de José Félix Fuenmayor, Rojas Herazo y Osorio Lizarazo, Germán Espinosa y Oscar Collazos, Cepeda Samudio y Hernando Téllez, Alvaro Mutis, Eligio y Gabriel García Márquez. También de Luis Fayad.

Sobre el aliento poético de su escritura, que todos sus lectores destacan, algún día me dijo: “el asunto de lo que señalas como poético es que termina uno por encontrarse con que lo único que le devuelve la libertad a la prosa es la poesía. Si no la prosa se vuelve muy doméstica, “muy prosaica”; la poesía le permite libertad y le confiere mucho ritmo”.

Aun cuando vivió los últimos cincuenta años de su vida en Bogotá, jamás dejó de pensar y escribir sobre su ciudad, de la que se alejó al terminar el bachillerato para estudiar Derecho en la Universidad Nacional, institución que le otorgó un doctorado honoris causa en 2015. La obra de este cartagenero está ahí al alcance de nuestra generación y las venideras como un testimonio del humanismo y el “aguaje” de un hombre sabio, honesto y muy discreto, generoso y cariñoso, poeta más que cronista, y a quien, parafraseando a Montaigne cuando hablaba de su gran amigo Etienne de la Boétie, lo queríamos mucho “porque era él, porque éramos”.

Roberto Burgos se concentró en la escritura y en la lectura desde el fin de su adolescencia. “Puede sonar catastrófico lo que voy a decir, pero siempre se escribe para no morirse”, para durar, para no desaparecer, dijo en varias oportunidades. Hasta el último latido mantuvo intacto el sueño de crear y durar, soñando y haciendo esa obra en marcha, pensando en esa nueva novela que tenía ya casi completa en la imaginación, anotando ideas para esos nuevos cuentos que se le ocurrían.

En el balcón del apartamento que él y sus hermanos heredaron en el barrio Manga pasó sus últimos días escribiendo. Gracias al ejemplo y a la biblioteca de su padre, Roberto Burgos Ojeda, desde niño comenzó a leer a los clásicos y los modernos, y a desear en el fondo de su alma, no ser abogado, sino cantar y contar, convertirse en  escritor. Uno de sus libros de cuentos se llama precisamente Quiero es cantar.

“La exigencia de la palabra que revela el consentimiento del sentir. Como si el mundo existiera más y fuera más verdadero si lo nombro”, dice el narrador del cuento “Con las mujeres no te metas o macho abrázame otra vez”, del libro De gozos  y desvelos.

En su novela Ver lo que veo, una obra de aliento balzaciano, con más de 500 páginas, también está, como en toda su obra, la risa, que ayuda a ahuyentar los pensamientos serios. Al final, al borde del suicidio, un personaje se dice: “debía escribir y dejar una carta, un cartel, una escritura pública de reclamo a la vida, de constancia de sufrimientos o de desdeño”.

Cuando lo leemos sentimos su palabra envolvente, su complicidad, su placer al narrar, al irse por las ramas y tararear canciones que nos gustan… “Cuidar de las borracheras del papá que después del jolgorio regresa a casa con el cuentecito triste de que a él nadie lo quería que la vida era una letrina de moscas zumbonas y culos gordos sin fondo y se le escurrían las lágrimas inocentes al cantar sus sentimientos destemplados en el paseo sabanero ay… buscando consuelo, buscando paz y tranquilidad el viejo Miguel  del pueblo se fue muy decepcionado”.

Sentimos que, como dice Flaubert al referirse a la tarea investigativa de un escritor antes de sentarse a escribir –“hay que beber océanos y luego mearlos”, Burgos Cantor ha bebido océanos de libros y de películas, ha escuchado mucha música y viajado y observado, y ha sabido luego aliviarse, quizás contra las murallas. El es un contemplador, una suerte de asceta, de monje o santo parrandero, con una mirada penetrante, pícara, tierna, sabia, serena, igual a la que se ve en sus fotografías.

Nuestra generación piensa en Burgos Cantor con gratitud por su ser y la poesía de su narratividad, por su consagración a la reflexión ética, sacando del fondo de su baúl de mago –así se llamaba su columna semanal en El Universal de Cartagena-- palabras balsámicas.

Le pregunté por la hechura de El patio de los vientos perdidos, cómo se había fajado en ese proyecto. Me contestó:

“ ¿Qué será la novela? ¿una carrera de tiro largo?... y en resolver los problemas de la novela paré y me puse a trabajar el libro de cuentos (Lo Amador) –como libro de cuentos aunque tú piensas que es una novela “disimulada”. Tal vez la narrativa de estos tiempos ha hecho más difusos los límites entre los géneros y de pronto la novela es el gran revoltillo de la extinción de todos los géneros... bueno, el asunto es que entonces comencé a darle al libro de cuentos y cuando lo terminé, sucedió a los seis, a los ocho meses, una coincidencia y fue que pude retirarme del trabajo que tenía, hacer unos malos cálculos acerca de cuánto vale el día, cuánto tienes que dar para comprar tu día en la mesa de trabajo. Y logré tener así lo que había pensado serviría para un año... bueno el asunto solo aguantó para ocho, nueve meses. Pero descubres una cosa buena ya en tu trabajo de escritor: una vez que te encarretaste va generando una riqueza propia, un mundo propio, una alegría que pase lo que pase después ya eso sigue solo, ya tú tienes es que seguirlo... entonces de trabajo de verdá verdá dos años así, escribiendo todos los días.. claro del proyecto original, previo al libro de cuentos, no quedó sino el deseo, la intención de una novela, de pronto la idea de un personaje...”

En 1995 publicó Pavana del ángel, novela basada en un suceso de crónica roja ocurrido en Cartagena, el duelo a tiros entre un hombre, un suegro, y el marido de su hija. El  yerno golpeaba a la muchacha. El mito inmemorial que esta novela nos entrega es la advertencia de Burgos Cantor: ojo la violencia ha llegado hasta nuestra casa y no sabemos por qué, después de que todo había comenzado en el Paraíso, en el patio de la familia. En nuestra tierra se ha vuelto más fácil matar que amar y creer en la vida. El cartagenero nos habla de un vacío, de una orfandad, de un dios ocioso que mueve los hilos de sus marionetas “en la plasta de nada del Universo”.

La infancia y los cuentos de amor corren por las páginas de esta novela como una pavana, si, servida, montada sobre una prosa poética de alto vuelo. Se narra una caída, se teje y desteje una maraña de emociones, silencios y travesías, en un paisaje único, la geografía de la Costa Atlántica. El héroe se salva al final en la medida en que se inventa una historia y su destino de “niño encontrado” por una mujer en el patio, su nana, una sirvienta sensual, Yocasta tuberculosa, “verdimorena”, es decir, mezcla de india y africana…

En Pavana del ángel puede leerse lo que significa novelar para Burgos Cantor: “la locura de nombrar con mi sueño loco que es revelación, porque acabo de llegar y alguien enterró en sal y cenizas la historia de mi padre y de mi abuelo y sus dioses espantados”. Me parece que el ángel al que se refiere el título de su libro es en verdad la posibilidad de la belleza en este mundo historial en el que “somos para la muerte”. Lento y solemne, menos juguetón que antes, el ángel canta y baila sobre ese litoral caribe con su espada solar y sus silencios, baja a los patios y desata el amor entre vecinos, propone y dispone…

En 2016 Burgos Cantor publicó una breve novela, El médico del emperador y su hermano, una hermosa reflexión sobre la gloria, la enfermedad y la muerte a través del perfil del médico de Napoleón, Francois Antommarchi, quien moriría en Cuba a causa de una epidemia de fiebre amarilla.

Ante la muerte del emperador, a quien nadie amaba ni lloraba, el médico se preguntó “si tal vez la amistad, la solidaridad, los signos de reciprocidad que fundan gestos de equilibrada dignidad, de acrecentamiento de la despreciada gratitud, esos, apenas son posibles y nacen y se desarrollan en la vida. Con desconsuelo conjeturó si acaso la muerte borra cuanto se hizo y apenas queda un rescoldo de la infame canallada del inicio: un largo peregrinaje de sufrimiento e incertidumbre para alcanzar la orilla desde donde se empieza la conquista de las estrellas y del sumergido corazón de uno mismo. Tierra baldía. Dolor inútil”.

Encuentro y adiós en Barranquilla

Cuando conocí a Burgos Cantor en Barranquilla, a fines de octubre de 1972, gracias al periodista y escritor Alberto Duque López, lo entrevisté para el diario El Heraldo. "Alejo Duran y Juancho Polo Valencia, los únicos poetas que cantan en este país muerto de solemnidad, de simplonería, de represión", afirmó en ese diálogo.

Tenía él 24 años y toda una vida por delante de escritura y reflexión. Como ya había publicado varios cuentos y había ganado un par de concursos y recibido el espaldarazo de Manuel Zapata Olivella, le pedí que me hablara de su experiencia literaria: "Hay dos instancias en esa experiencia: una profundamente personal que creo casi intrans­misible, o por lo menos inútil su exteriorización ya que es irrepetible, única;  y otra —y no sé si sea la misma, que tiene que ver con tu ser social directa­mente. Yo no sé bien por qué hay hombres que pintan, hombres que escriben, artistas; no sé si es una raza que se extingue o que nace, sé que hay miles de explicaciones fáciles, tontas Tal vez hay una serie de necesidades, de causas que no pueden ser reducidas a la sublimación freudiana. —No sé—. Sé que un día aprendes la alegría de escribir. Aun cuando te cueste, aprendes la mesura y no rompes la tensión de día tras día esperando al animal, si­guiendo las huellas que se pierden; descubres con sorpresa que allí también de alguna secreta ma­nera, existe una comunicación. ¿Qué esperas, cuál es la naturaleza de tu labor? Espero saberlo".

En septiembre de 2018 Roberto fue el escritor homenajeado por la Feria del Libro de Barranquilla. Pasamos toda una mañana, hasta el mediodía y el almuerzo, recordando, riéndonos en silencio y con algunas carcajadas, conversando “sobre la vaina”, como dice el poeta Alvaro Mutis que hacen los amigos cuando se encuentran. Él acababa de cumplir 70 años, había nacido el 4 de mayo de 1948, en medio de los aguaceros cantados por Totó la momposina. Bonito que nos conocimos todos.

* Es autor de los libros Vestido de bestia, Los domingos de Charito, Trapos al sol y Dionea. Su más reciente novela es Pechiche naturae (Collage Editores). 

* Hoy a las 12 del día, la esposa, Dora Bernal; los hijos, Pablo y Alejandro; las nietas, Alicia, Gabriela y Nicolasa, el resto de la familia y los amigos de Roberto Burgos Cantor lo recordarán con una misa oficiada por el padre Vicente Durán en la Capilla de Nuestra Señora de la Soledad (carrera 25 # 39-59, Bogotá)

Por Julio Olaciregui * / Especial para El Espectador

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