El Magazín Cultural

Teresita Gómez y Blanca Uribe

Desde el principio de su salto al profesionalismo, ambas se interesaron por unos compositores y épocas en particular, cuyo punto de partida fue la música centroeuropea. Sin embargo, también han dejado claro su amor por la interpretación de autores colombianos.

Jaime Andrés Monsalve B.*
11 de enero de 2018 - 02:00 a. m.
  / Tico Angulo
/ Tico Angulo

Sí, claro, Argentina tiene a Martha Argerich, pero también a Daniel Barenboim. España tuvo a Alicia de Larrocha, pero también a Joaquín Achúcarro. Y dejemos hasta ahí los ejemplos de equidad: que el referente pianístico colombiano se escriba en femenino no tendría nada de raro si no fuera porque no existe un par masculino que alcance siquiera a establecer un mediano contrapeso a los nombres de María Teresa Gómez Arteaga y Blanca Uribe Espitia. Teresita y Blanquita, en ese diminutivo que nos resulta tan afecto a los colombianos.

Esa soledad en la escena local es quizás lo más hermoso de cuanto rodea a estas dos mujeres, sin duda alguna las (los, empleando el masculino genérico) más importantes figuras en la ejecución del piano de orden académico en Colombia. Historia toda ella que se hace aún más proverbial cuando nos percatamos de ciertas similitudes en sus orígenes artísticos: un ambiente de infancia que rebosa música, el apoyo de unos mecenas que acertaron al depositar su confianza en ellas, unas certidumbres mayores o menores a las que llegaron en la diáspora y un interés particular por el fomento del repertorio pianístico local.

Separadas apenas por tres años de edad, Blanca Uribe y Teresita Gómez nacieron para la música en una Medellín en la que el humo de los restos del avión de Gardel aún surcaba el aire. Y ambas eligieron la vocación clásica en el ambiente permeado de tango y bolero que todavía hoy caracteriza a la capital de la montaña. La una, como hija de Gabriel Uribe, célebre clarinetista cuyas carcajadas inspiraron a Oriol Rangel para escribir su pasillo Ríete, Gabriel, y quien de noche dejaba las filas de la sinfónica local para irse a tocar música popular. La otra, como habitante (literalmente) del Instituto de Bellas Artes, edificio que compartía sede con la emisora La Voz de Medellín, lo que le permitió ser privilegiada testigo de recitales radiales en vivo de María Luisa Landín, Lola Flórez y Matilde Díaz.

Ambas se decantaron por las posibilidades eruditas de un instrumento del que se enamoraron desde pequeñas, en condiciones muy diferentes. Teresita, hija de madre quibdoseña, fue adoptada a días de su nacimiento por los porteros del Palacio de Bellas Artes. “Yo todas las noches, cuando cerraba Bellas Artes, acompañaba a mi papá a hacer la ronda —le contó Gómez a Juan Carlos Garay en entrevista para la revista El Malpensante en 2015—. Entonces tocaba los pianos y trataba de repetir lo que yo escuchaba de las niñas”. El padre permitía que la pequeña se luciera en horas en que nadie más pudiera verla, advirtiéndole que podrían llegar a despedirlo si la sorprendían. No es de extrañar que cuando eso pasó, una noche en la que la profesora Martha Agudelo se quedó hasta tarde en el edificio, la reacción de la niña no hubiera sido otra sino la del llanto desaforado. Una vez pasado el asombro de ambas, la docente se comprometió a darle clases. A escondidas.

Mientras, en la misma ciudad, en una sola casa se mezclaba el clarinete erudito y popular del padre, don Gabriel Uribe, con los recuerdos de Mamá Luisita, la bisabuela compositora; del abuelo Luis, violinista que viajó en 1910 a Nueva York a acompañar al célebre compositor y pianista bogotano Emilio Murillo en sus correrías, y de los 10 tíos sobrevivientes de una familia de 14 hermanos que llegaron a ser todos músicos. El ambiente de eclecticismo era tal, recuerda Blanca, que mientras estudiaba el Concierto para piano en re mayor de Haydn, con el que debutaría con la Orquesta Sinfónica de Colombia a sus 11 años, su hermano Andrés, que hacía jazz, iba repitiendo aquellas mismas notas pero al compás del mambo de Pérez Prado. Nada raro que en ese mismo hogar haya retoñado el talento de la pianista junto al de su hermano Jaime Uribe, ni más ni menos que el músico y arreglista que prácticamente reformó el canon tropical al estilo paisa como director musical de las dos agrupaciones más importantes y recordadas del género: Los Hispanos y Los Graduados.

Para ambas pianistas, el mecenazgo apareció en el camino como una importante alternativa de desarrollo y perfeccionamiento. Del debut de Blanca Uribe fue testigo el filántropo Diego Echavarría Misas, quien de inmediato se aprestó a comprarle un piano y a buscarle una oportunidad académica en el exterior. Gracias al magnate pudo estudiar 10 años en Kansas, en lo que sería el arranque de una vida entera por fuera del país hasta hace poco más de una década. En el caso de la joven Teresita, la intercesión de la maestra Agudelo ante los padres de las estudiantes no sólo le permitió impartirle lecciones por cinco años sin necesidad de esconderse, sino que además determinó la adjudicación de una beca para estudiar en Nápoles, tristemente malograda por cuenta de la Segunda Guerra Mundial. No fue obstáculo para seguir especializándose con profesores como Harold Martina, Hilde Adler y Tatiana Goncharova.

A las ya consabidas dificultades que han existido en ciertas épocas y lugares para la profesionalización de la mujer en el quehacer artístico, hay que sumar, en el caso de Teresita Gómez, el ser afrodescendiente. “Para la mujer, ciertamente es mucho más difícil poder desarrollar su trabajo, y en mí se confunden dos cosas: ser mujer y además negra”, le dijo la pianista a María Teresa del Castillo en entrevista para El Espectador en 1983. Una anécdota que le narró al periodista caleño Fabio Martínez la pinta de cuerpo entero: movilizándose en un taxi por Medellín, el conductor del vehículo soltó la pregunta de rigor. “Disculpe… ¿Es usted Blanquita Uribe?”. “No: ¡yo soy Negrita Gómez!”, fue su respuesta, mediada por la risa.

Vidas paralelas

El reconocerse colombianas en el exterior en ciertos momentos de sus vidas fue fundamental en la carrera de ambas pianistas. Blanca Uribe prácticamente vivió fuera del país entre sus 13 y sus 65 años, como alumna y como docente. “Tuve suerte de que no me pasearan por todo el mundo como a esos niños que de tanto traer de aquí para allá pierden el amor por el instrumento —me dijo la pianista en entrevista publicada en la revista Tempo en 2017—. Me fui de niña a estudiar a los Estados Unidos, cosa que sí era rara”. Algunos años después, hacia 1983, Teresita Gómez hacía lo propio fogueándose en escenarios de Zúrich, Budapest, París, Varsovia y otras capitales europeas, en calidad de pianista y de agregada cultural colombiana en Alemania Oriental. “Yo soy una cosa antes y otra cosa después de que el presidente Betancur me abriera el mundo —le dijo la pianista a El Malpensante—. En mi situación no hubiera podido ir a ninguna parte”.

Desde el principio de su salto al profesionalismo, Teresita Gómez y Blanca Uribe se interesaron por unos compositores y épocas en particular, cuyo punto de partida, como se estilaba en la academia, fue la música centroeuropea. Pronto cada una de ellas se iba a emancipar, investigando por territorios que hicieron propios. Chopin, Bach y el pirotécnico Rachmaninov han sido algunos de los amores de Gómez, mientras que para Uribe se hicieron determinantes en cierto momento de su vida, como ejecutante y docente, los repertorios contemporáneos (es bien conocida su asociación creativa con el compositor norteamericano Richard Wilson) y nacionalistas españoles, más concretamente creaciones de Albéniz, De Falla y Granados. Probablemente ambas se han sentido cómodas bajo el amparo de Beethoven. Teresita es una abanderada de los conciertos para piano del alemán, mientras que las sonatas han sido caballo de batalla para Blanca, que las ha llevado a la escena, completas, al menos en tres oportunidades.

Pero probablemente su amor mejor compartido sea el de los repertorios colombianos, y ambas lo han dejado claro en las grabaciones. Si bien Gómez fue abanderada del asunto con su disco A Colombia, del año 1983, que incluye obras de Calvo, Escobar, Mejía y Uribe Holguín, años después sería emulada por Uribe, que en 2008 registró un excelso compendio para el Banco de la República con piezas de Quevedo Zornoza, Murillo, Acevedo Bernal y Morales Pino.

Para ambas, la interpretación de obras de salón de autores colombianos se dio con absoluta naturalidad. Respecto de la aparente escisión entre lo erudito y lo popular, Blanca Uribe recuerda sus orígenes para explicar que nunca le representó problema alguno. “Mi papá salía de tocar con la Banda Sinfónica y se iba de noche a trabajar en la orquesta de Lucho Bermúdez —me contó—. En casa nunca riñó lo uno con lo otro”. Preguntada por Juan Carlos Garay, Teresita Gómez recuerda cómo en determinado momento asumir esa obra “era como bajar de nivel”. “Eso no estaba bien visto —asegura—. Me alegro mucho de haber insistido, porque después en Europa pude tocar ese repertorio, que son los compositores más grandes que hemos tenido”.

Justamente, la obra local será protagónica en el evento único que nos propone el Cartagena XII Festival Internacional de Música en su concierto de este jueves 11 de enero, en el que tendremos la oportunidad, exclusiva y pocas veces vista, de escuchar en un mismo escenario a las dos pianistas clásicas colombianas por antonomasia. Ese mismo día, a las 9:40 a.m., en el aula máxima de la Universidad de Cartagena, de la mano de quien escribe estas líneas, las dos maestras se sentarán a dialogar en torno de esos repertorios y de la influencia del estilo clásico en ellos, tal como lo sugiere la temática general del Festival. Poder verlas y escuchar al alimón, mucho más que un gusto, es básicamente un privilegio imposible de pasar por alto.

 

* Jefe musical de Radio Nacional de Colombia.

Por Jaime Andrés Monsalve B.*

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