El Magazín Cultural

Trapos por lavar (crónica)

En las fechas decembrinas se estrena. Después del júbilo de las cenas y los bailes solo quedan los trapos, que se convertirán en más prendas que llenarán los clósets desgastados.

Linda Esperana Aragón
06 de enero de 2020 - 02:54 a. m.
Una postal de la cultura rural costeña. La ropa recién lavada, colgada para que el viento la seque. /  Linda Esperanza Aragón.
Una postal de la cultura rural costeña. La ropa recién lavada, colgada para que el viento la seque. / Linda Esperanza Aragón.

Estrenar ropa en diciembre es como una ley. Algunos de los habitantes de los pueblos del Caribe colombiano viajan a la ciudad a comprarla. Aquellos que no pueden, se la encargan a los que están en la urbe.

Los 24, 25 y 31 de diciembre son las fechas claves para armar la parranda. Los que no se veían hace años se saludan con toda la confianza de esta vida y la otra; los que nunca habían bailado, bailan, y los que tenía el esqueleto adormecido desde el año pasado, lo avivan.

Por las ventanas de las casas nunca faltan los que se asoman para ver al que llegó mientras se preguntan: “¿Quién será ese, ve?”.

Los pueblos se atiestan de mujeres que se hacen la vuelta —serie de ganchos que estiran el cabello— y que se colocan un gorro negro para que la melena se mantenga protegida e intacta. Y es que desde que llegaron los secadores y las planchas para el cabello, son pocas las que se bañan en la ciénaga o en el río en esa temporada por el temor a que se les moje. Ahora hay más cabellos arropados y menos chapuzones. Los pelaos siguen nadando como buenos anfibios que son.

Todos esperan la noche para bailar y cantar aquellos discos que se escuchan en cada diciembre. Hay quienes se adelantan y comienzan a tomar desde la mañana, sin embargo, en la noche siguen con la juerga, pues nunca faltan las sopas que los rehabilitan.

Cuando al fin llega la hora, la gente se emperifolla y se va a los sitios en donde la rumba cautiva los pies hasta más no poder. En un mismo punto coexisten viejos y jóvenes. Hay gritos de alegría, aplausos, sudor, polvo levantado, calor y ganas de seguir bailando. A las 12 p.m. se dan el felijaño, y la fiesta no se congela: va pa largo.

En enero los que viven en la ciudad se regresan: el trabajo, los compromisos y las deudas los llaman a gritos. La rutina se toma las calles. En el suelo quedan las improntas de los pies rumberos.

Lo que se estrenó, se estrenó; lo que se disfrutó, se disfrutó, y el que no danzó debe tener presente que el cuerpo se resiente.

Solo queda lo que se bailó, un tremendo guayabo y la esperanza de que habrá vida y salud para gozar en el próximo diciembre. Quedan los trapos por lavar y las cercas de los patios con un montón de ropa tendida. En el caso de las familias numerosas, es necesario poner a orearla hasta en los techos. Les toca improvisar.

Después de lavarlos el sudor se quita de los trapos, pero lo que se gozó no se olvida.

Por Linda Esperana Aragón

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