Ya antes había hecho También la lluvia (2010), en la que adapta un guion de Paul Laverty, su compañero, para mezclar ficción y realidad, y al revés, cual Al Pacino en En busca de Ricardo III. En También la lluvia (expresión precedida por “El agua es nuestra”) logra la amalgama entre reconstruir la llegada de Colón a América y la historia paralela de fray Bartolomé de las Casas y Montesinos (el bueno, je, je).
A la vez, muestra la lucha de campesinos e indígenas de Cochabamba para recuperar el agua que les pertenece por derecho propio, pero que por designio de los políticos ha pasado a las transnacionales que la explotan con un alza abusiva en las tarifas y que presentan el producto como si fuera nacional: “Aguas de Bolivia”. Entre las muchas virtudes del filme (problemas del país anfitrión, dificultad de rodar, mostrar la corrupción a varios niveles, etc.), se destaca la presentación de los personajes, a medio camino entre el arte y la vida, la dignidad y la indignidad: en esta, por buscar sobrevivir. Muy bien Costa (Luis Tosar), y Daniel/Hetuey, el boliviano Juan C. Aduviri: el primero con su aparente dureza, luego real, la que se disuelve con la lección que recibe al tener que salvar una vida; el segundo, valiente luchador por su país, el bienestar de su gente, la causa del agua (“El agua es vida”, dice); también un ser urgido de dinero ante las condiciones adversas y quizás por eso víctima consciente del chantaje a cambio de renunciar a las manifestaciones: a las que, a la postre…
Hubiera sido muy fácil, casi obvio, presentarlo como alguien incorruptible, pero eso sería negar su frágil condición humana y renunciar a la ambigüedad artística que en nada se parece a lo real. En efecto, casi todos pretenden cambiar el mundo; otros aspiran a revolucionar su país; pero pocos se transforman a sí mismos: los imprescindibles, de los que hablaba Brecht.