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Gustavo Tatis Guerra: “Un libro es siempre una criatura viva”

Tatis Guerra lanza hoy, en el salón Pierre Daguet, de la Institución Universitaria Bellas Artes, (Unibac), en Cartagena de Indias, su nueva novela: “El soñador de tesoros”, inspirada en el guitarrista cartagenero Miroslav Swoboda.

Karina Medina
17 de octubre de 2019 - 02:00 a. m.
Portada de la más reciente novela de Gustavo Tatis Guerra. / Cortesía
Portada de la más reciente novela de Gustavo Tatis Guerra. / Cortesía

La nueva novela del poeta y cronista Gustavo Tatis Guerra es una puerta para entrar a los incontables misterios que guarda la historia de Cartagena de Indias y los secretos escondidos de sus casas. Se puede leer con la mirada de un niño o con la de un adulto que cree en la magia y los dones de los niños. Lo cierto es que con cualquier manera de abordarla o leerla se descubre un asombroso despliegue de fantasía, surgida de la auténtica realidad de la niñez del músico y cantautor cartagenero Miroslav Swoboda. De hecho, la historia está dedicada al guitarrista, uno de los mejores amigos del autor, quien vivió esta historia en su propia casa de la ciudad amurallada, la misma que perteneció al más famoso corsario inglés Francis Drake, donde el pirata guardaba en baúles de oro el preciado botín que saqueaba a cañonazos durante los temibles ataques que ejecutaba en la ciudad Heroica.

Miro, el protagonista, es un jovencito guitarrista, que junto con su hermana Alexa y sus amigos: Tony, Temis y Carito (todos compañeritos de colegio desde que estaban en el kínder) se enteran de que hay un tesoro enterrado bajo el monumento de Simón Bolívar. Al conocer esta información, ellos se interesan por hacer su propia “cápsula del tiempo”, así que deciden guardar sus juguetes más preciados en un cofrecito y enterrarlo debajo de un palo de coco, con la esperanza de que alguien pueda encontrarlo cuando haya pasado mucho tiempo. Miro también tiene un sueño repetitivo, en el que escucha el llanto de una niña detrás de uno de los muros altos de su casa, pero sus padres no le prestan atención. Sus amigos le sugieren que los invite a dormir a su casa para que ellos, que sí le creen, también puedan escuchar a la niña llorar y así comprueban cómo logra calmarla Miro cuando toca su guitarra. El momento sublime del relato es cuando los niños convencen al padre de derribar la pared por donde se oye el llanto. Así que el señor Swoboda accede a abrir un boquete para que se les quite la idea de que no hay nada raro.

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¿Cómo decidió llevar la historia de la niñez del guitarrista cartagenero Miroslav Swoboda a la literatura?

La ficción compite siempre con la realidad, aunque a veces la realidad la rebasa. Ese fue el caso de mi breve novela El soñador de tesoros, publicada por Norma, cuyos personajes son niños y niñas de Cartagena de Indias, entre los nueve y diez años. Hace muchos años, conversando con mi amigo el guitarrista cartagenero Miroslaw Swoboda (Miro Pablo), de padre croata y madre cereteana, me contó una historia de su infancia que me dejó boquiabierto. Me decía que en la vieja casa donde él nació, en la calle Santos de Piedra, en el corazón de la ciudad amurallada, frente a la Catedral, a dos pasos del Parque de Bolívar, oía llorar a una niña todas las noches, detrás de las altas paredes de la casa colonial. Y él les preguntaba a sus papás quién era esa niña que lloraba, y sus padres creían que él se lo había imaginado, hasta que un día el padre inició la remodelación interna de la casa. Derribó una parte del muro para hacer unos cuartos: detrás del muro derribado encontraron un cuarto de muñecas del siglo XVII, destruidas por el paso del tiempo, algunas con la cabeza suelta y la ropa deshecha. Le dije a Miro Pablo que ese era el comienzo de la trama de mi novela. La sola historia de la casa era ya una novela. En esa casa había vivido el pirata inglés Francis Drake, quien asaltó la ciudad tres veces, tras el botín del oro. Así que la novela surgió no de manera racional, sino de ese impacto emocional.

¿De qué manera definiría esta obra y qué quisiera despertar en sus lectores?

No es una novela fantástica, pero sí contiene elementos de la fantasmalidad con la que los cartageneros han vivido a lo largo de más de cuatro siglos, en esas casas antiguas donde han vivido piratas, traficantes de africanos esclavizados, mercaderes, frailes y monjas, viajeros y nativos. Es una historia contada por una niña. Creo que uno tampoco racionaliza si la historia puede despertar la curiosidad que suscitó en uno al escribirla o al conocer los episodios vividos por Miro Pablo. Pero pienso que la sola trama de la novela es una puerta para entrar a los incontables misterios que guarda la historia de Cartagena de Indias y los secretos guardados de sus casas.

¿Está escrita para un público en especial?

Es una novela para todos los públicos: niños, jóvenes y adultos. La literatura no tiene edad. Pero por el hecho de que el narrador principal sea una niña, el lenguaje mantiene un ritmo verbal que corresponde también al estudio de las voces, vidas y pensamientos de los niños. No se pueden escribir novelas con personajes infantiles si no conocemos o tenemos una experiencia humana con esos niños. Aquí no estoy evocando al niño que yo era, sino dejando hablar naturalmente a los niños, que son los protagonistas de esta historia. Los adultos aquí son los padres de Miro Pablo y el ajedrecista Restom Bitar, quien aparece allí como amigo cercano del padre de Miro. Y en la vida real, el ajedrecista vivió en una de las habitaciones de la casa donde transcurre la novela.

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¿Le atrae la narrativa para niños?

Es un camino que me seduce pero sé que no es nada fácil, porque los niños del siglo XVII o los nacidos en el siglo XXI no son los mismos. Los niños de hoy son intergalácticos y navegan desde antes de nacer en las nuevas tecnologías. Y los mundos que sedujeron a los niños de la época de Rafael Pombo no son los mismos que vivimos hoy. Para mí, lo que define una literatura para niños y jóvenes no es la edad solamente, sino la voz del narrador. El que cuenta la historia en la novela debe ser un niño o una niña. Eso es clave. El adulto es un intruso de esa mirada infantil, que puede ser inocente o cruel. Quiero decir que el adulto en verdad adultera ese mundo que en el niño es siempre hijo de las preguntas. y de la insaciable curiosidad por saber cómo se hizo el mundo y cómo surgió la vida.

¿Existe una literatura infantil?

Existe una literatura, y eso escapa a la manía de rotular o estereotiparlo todo o clasificarlo dentro de un género específico. Comprendo que esto forma parte también del proceso de formación del niño o del joven. Hay libros que pueden impactar en ciertos momentos de nuestra vida. A mí El Principito me impactó muchísimo. Y siempre he pensado que ese clásico de la literatura francesa se clasifica de infantil siendo una novela filosófica, y es porque los protagonistas son un piloto y un niño. Y su autor lo ilustró con la gracia imaginativa de un niño. Eso fue un valor agregado al libro. Creo que el futuro del libro tendrá entre sus senderos visibles el de que la imaginación sea un campo de interactuación de la memoria y la creatividad sin límites, que aproveche doblemente el encanto del libro impreso e interpele al libro digital, o viceversa: que el digital también interpele al impreso. O los dos dialoguen en senderos donde el lector, seducido por las narraciones, a su vez puede dialogar con el libro. Es que un libro es siempre una criatura viva, orgánica, al que se le sienten incluso los latidos de su corazón.

¿Cuál es su sueño como escritor?

Seguir siendo cronista y narrador de cuentos, novelas y poemas. Mi experiencia como cronista ha sido básica para redescubrir, en la vida cotidiana, historias que nutren todo lo que escribo. La realidad contiene a la ficción. Y no es la ficción la que contiene a la realidad. Cuando hablamos de realidad, eso nunca puede ser en singular: hay muchos universos dentro de eso que llamamos subjetivamente realidad. Pero muchas veces, la ficción es uno de los caminos o herramientas para descifrar las realidades.

Por Karina Medina

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