El Magazín Cultural

Un whisky con William Burroughs

En esta nueva edición de El Magazín, hablamos sobre la llamada "Generación Beat" y el valor de romper con una literatura que escondía la realidad marginal y el relato de personajes que vivían al margen de las buenas costumbres.

Ana Sofía Buriticá V.
05 de noviembre de 2018 - 01:00 a. m.
William Burroughs (1917-1997), novelista estadounidense,  fue uno de los referentes de la Generación Beat pese a nunca estar de acuerdo con dicha etiqueta. / Ilustración: Tania Bernal
William Burroughs (1917-1997), novelista estadounidense, fue uno de los referentes de la Generación Beat pese a nunca estar de acuerdo con dicha etiqueta. / Ilustración: Tania Bernal

A veces nada es coherente de este lado, habitamos un mundo gaseoso, añoramos los tiempos que no vivimos y caminamos detrás de los pasos cansados de los ancianos como esperando ocultar nuestra debilidad humana.

En días como hoy, cuando son las tres de la tarde y las palomas del parque Simón Bolívar migrarán hasta las ventanas de mi oficina, recuerdo esa noche en la que William Burroughs contestó a mis preguntas medianamente existenciales con sus libros, entonces quisiera que ese momento fuera un performance, un juego del “Death Self”, la vida absorbida que termina solo en el desmayo y se levanta diecisiete minutos después para continuar aprendiendo el arte de la desesperanza, la libertad y la experimentación.

Van siendo las tres y media y la generación Beat regresa a mi cabeza, los excesos danzan al interior de mi cuerpo como animalitos borrachos con whisky, El almuerzo desnudo, Yonqui, Gato encerrado, La máquina blanda, Ciudades de la noche roja, Los chicos salvajes, El lugar de los caminos muertos, Cartas de la ayahuasca, Mi educación, Queer…. Y de pronto no solo es William, también es Ginsberg, es Kerouac, y me concentro en ese fragmento de En el camino y pienso que también: “La única gente que me interesa es la que está loca, la gente que está loca por vivir, loca por hablar, loca por salvarse, con ganas de todo al mismo tiempo, la gente que nunca bosteza ni habla de lugares comunes, sino que arde como fabulosos cohetes amarillos explotando igual que arañas entre las estrellas”.

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Sigo perdida, intentando retratar el dolor del mundo, miro a William entre sus líneas temblorosas, delirantes, transgresoras, que nos hacen creer que las necesitamos, y entonces le pregunto:

¿Y la droga?

“He aprendido la ecuación de la droga. La droga no es, como el alcohol o la yerba, un medio para incrementar el disfrute de la vida. La droga no es un estimulante. Es un modo de vivir. (…) Un hombre podría morirse, simplemente, por no ser capaz de soportar la idea de permanecer dentro de su cuerpo”.

Seguimos envejeciendo en barriles de madera, destilándonos como la malta fermentada, rodando como amantes de la poesía que rompen con la narrativa, haciendo cut up, esparciendo el “virus del lenguaje” en las estanterías de las bibliotecas, en el periódico, en las revistas, en todo lo que somos.

¿Qué le dirá a Estados Unidos?

“Gracias por el sueño americano que vulgariza y falsifica hasta que brillan las mentiras ya desnudas, gracias por el ku kus klan (…), gracias por un país donde a nadie se le permite ocuparse de sus propios asuntos. (…) El sueño americano es precisamente un intento de borrar el sueño de existencia. El sueño ocurre espontáneamente y, por tanto, es peligroso para un sistema de control creado por la falta de soñadores”.

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¿Algún recuerdo de la infancia?

“Cuando tenía cuatro años tuve una visión en Forest Park, Sant Louis. Mi hermano iba delante de mí con un fusil de caza. Yo me había quedado rezagado y vi un pequeño ciervo verde más o menos del tamaño de un gato. Con claridad y precisión a la luz del sol de última hora de la tarde como si lo estuviera viendo a través de un telescopio. Más tarde cuando estudié antropología en Harvard, aprendí que se trataba del avistamiento de un tótem animal y supe que nunca podría matar un ciervo”.

¿Cómo fue con la morfina?

"La morfina pega primero en la parte de atrás de las piernas, luego en la nuca, y después se extiende una gran relajación que despega los músculos de los huesos y parece que uno flota sin límites, como si estuviera tendido sobre agua salada caliente. cuando esta relajación se extendió por mis tejidos, experimenté un fuerte sentimiento de miedo. Tenía la sensación de que una imagen horrible estaba allí, más allá de mi campo de visión, moviéndose en cuanto volvía la cabeza de modo que nunca podía verla. Sentí náuseas; me tumbé y cerré los ojos, pasaron una serie de imágenes, como si estuviera viendo una película: un enorme bar con luces de neón que se hacía más y más grande hasta que calles y tráfico quedaron incluidos en él; una camarera traía una calavera en una bandeja; estrellas en el cielo claro. el impacto físico del miedo a la muerte; el corte de la respiración; la detención de la sangre”.

¿Y los beat?

“Nosotros somos los gatos encerrados. Somos los gatos que no pueden caminar solos y para nosotros solo hay un lugar”.

Cinco de la tarde, me tiemblan las piernas, quiero salir a caminar, a fumarme un cigarrillo, a sustituir el horror, la desesperación y las ganas de ser una ola inmóvil en el mar, una mujer irreversible que se abraza a la caída de las páginas rotas.

 

Por Ana Sofía Buriticá V.

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