El Magazín Cultural

Una arquitectura de interés público

Con tres décadas de trabajo y casi 200 proyectos realizados, el arquitecto Felipe Uribe de Bedout innova en el espacio público. La antología de su obra será presentada el 26 de noviembre en la Feria del Libro de Guadalajara y el 2 de diciembre en la Casa Barragán en Ciudad de México.

JORGE CARDONA ALZATE
11 de noviembre de 2018 - 08:00 p. m.
Felipe Uribe de Bedout, arquitecto, en su casa en El Retiro (Antioquia). / Alejandro Arango
Felipe Uribe de Bedout, arquitecto, en su casa en El Retiro (Antioquia). / Alejandro Arango

Su primer recuerdo es como anfitrión, porque la casa de sus padres en Medellín era la de todos. Siempre bienvenidos, en especial sus amigos. Luego está el parque arbolado, con kiosco y familias compartiendo la tarde mientras él jugaba fútbol y en su memoria guardaba un horizonte de ciudad con jardines. Pero su alma fue campestre por la visita a las fincas, donde el olor de la tierra y el verde fueron también su hogar. Entre ganado de lechería y los caballos, en una cabaña o una vivienda, con una chimenea para encender el fuego y conversar.

Así creció el arquitecto antioqueño Felipe Uribe de Bedout, que el pasado 23 de octubre tuvo auditorio lleno para escucharlo en el Museo de Arte Moderno de Medellín, en la presentación del libro que recoge tres décadas de su obra. El título no podía ser otro: Anfitrión, que ahora ejerce en su casa, en El Retiro, también taller, oficina, hogar o santuario para sus amigos y clientes, como lo refiere su colega Miguel Mesa. Por esa espesura caminaba con su papá cuando fue finca y luego reforestadora. A los 24 años, con sus ahorros, construyó allí su primera cabaña.

Ahora, en sus palabras, “es una casa sin terminar, que al tiempo es su ejercicio permanente para la mente y el alma”. En ella idea y estructura los proyectos que hoy lo ratifican como uno de los referentes de la arquitectura nacional. Para la muestra, el edificio de la biblioteca de las Empresas Públicas de Medellín o, en la misma ciudad, el parque de los Deseos o el parque de los Pies Descalzos, este último realizado junto con sus colegas Ana Elvira Vélez y Giovanna Spera. Obras en espacio público pensadas para convocar, en una ciudad que se había encerrado por el asedio de la guerra.

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Siempre supo que iba a ser arquitecto. Desde niño, cuando pasaba horas fabricando casas en Estralandia, o en las visitas a la editorial Bedout de su bisabuelo Félix, que parecían un viaje por Disneylandia, con muchas libretas, cuadernos y colores para rayar y dibujar. Estudió en la Pontificia Universidad Bolivariana, pero más que la academia, lo suyo fueron largas tertulias de arquitectura en el bar Cinco Puertas; el oficio a diario reformando oficinas, baños, cocinas o salones, y, con mochila al hombro, los viajes de estudio para perfeccionar el arte de la atención.

Primero a Filadelfia (Estados Unidos), donde las casas de los viejos cuáqueros hablaban de historia. Después a los asentamientos aztecas y mayas en México y Guatemala, para tratar de entender los procesos de construcción de sus terrazas, templos o pirámides. Cuando concluyó su formación universitaria partió a Europa, a dimensionar la fuerza de la arquitectura como patrimonio cultural. Pero entre tanto arte por ver quedó prendado del aire del Medioevo, “misterioso y mágico”, con monasterios, castillos o abadías para entrar en un ejercicio de soledad.

Cuando volvió a Colombia abrió su estudio Uribe de Bedout Arquitectos, y poco a poco empezaron a llegar los encargos. Inicialmente reformas a almacenes, edificios o boutiques. Miguel Mesa lo recuerda como un hábil dibujante con rapidógrafos y reglas, y que sus expresivos dibujos, con resaltadores fluorescentes, dejaban siempre originales proyectos. Con la misma dinámica que ahora promueve en su casa de El Retiro, invitando a su oficina a los estudiantes talentosos para que desarrollen con libertad, pero mucha exigencia, sus prácticas profesionales.

En 1998, en un concurso privado, construyó junto a Héctor Mejía y Mauricio Gaviria el Templo de las Cenizas en Medellín, un parque cementerio con sendero ceremonial, oratorios, área de cremación y capilla. Un año después, con dos colegas, el parque de los Pies Descalzos, ícono de la ciudad que se volvió instrumento de civismo animado por el agua y la vegetación. Su colega Ana Elvira Vélez sostiene que, aunque las decisiones fueron consensuadas, viéndolo trabajar entendió su pasión por el detalle arquitectónico y el diseño milimétrico del espacio.

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En adelante, hablar de su obra es reconocer su talento para la renovación urbana, la construcción escolar, los planes maestros de infraestructura o la vivienda multifamiliar o unifamiliar, con casi 200 proyectos realizados. La mayoría en Medellín o Antioquia, con obras como el parque de los Deseos, que surgió para actualizar los interiores del planetario y terminó en “un parque para acostarse a mirar las estrellas en uno de los sectores más deteriorados de la ciudad”. En su entorno, tan importante como la plaza de la Libertad, que innovó el centro cívico de Rionegro (Antioquia).

“Él hizo parte de una generación de arquitectos que se atrevió a soñar con una ciudad posible, en momentos en que la noción misma de Medellín parecía imposible ante la violencia y el miedo por las guerras de la droga”, sostiene su colega Francisco Sanín. “Su obra es un acto de convicción, casi dogmático, sobre cómo un edificio afecta la forma de actuar de sus ocupantes”, agrega Giancarlo Mazzanti. “Él encontró en la acción pública un relato para hacer arquitectura, para descubrir las dimensiones poderosas del oficio, para crear lugares para la vida”, puntualiza Jorge Pérez.

Estos y otros testimonios, con especificaciones técnicas, están incluidos en el libro, concebido como un inventario de pedagogía arquitectónica con la antología de sus obras. Es su voz explicando los proyectos centrales, con los planos, dibujos y libretas que fueron utilizados, los agregados de sus colegas y las fotografías de Alejandro Arango. Así lo concibió y buscó una casa editorial adecuada a su exigente criterio estético, porque cree que la arquitectura debe hacerse construyendo y escribiendo. Incluso afirma que a los grandes medios se les ha pasado.

Si bien en Medellín su obra testifica como visionario de la convivencia con los espacios públicos, en Bogotá ya tiene aportes arquitectónicos al escrutinio de todos. Para la muestra, el edificio Universidad Ciudad en la Universidad Javeriana, trabajado junto a Gerardo Olave y Andrés Castro, y el edificio Ad Portas de la Universidad de la Sabana. El primero ofrece hoy una cara imponente sobre la carrera 7ª, según él, “con vistas vinculantes entre la ciudad el campus y los cerros, como un edificio anfitrión que vitaliza la arteria vial de la ciudad”.

En cuanto al edificio Ad Portas, primero fue convencer a la universidad de reemplazar cuatro inmuebles previstos en su plan maestro y en cambio erigir “un edificio alargado que se bifurca y genera simultáneamente una plaza cívica de acceso, un teatro del agua y un área para eventos culturales a cielo abierto”. En medio de la obra surgió la propuesta del Plan Integral de Bienestar, resultado de un estudio cualitativo de carácter antropológico realizado por su esposa y socia Beatriz Turbay. Las nuevas aulas son hoy recintos pedagógicos que en el futuro tendrán apariencia de jardín botánico.

Aunque ya había realizado reformas en Argentina y Chile, en la última década su nombre se oye mucho en El Salvador. Su plan maestro Condado Santa Rosa, en San Salvador, con senderos peatonales y una ingeniosa solución de paisajismo en un escenario deteriorado, explica que sus disertaciones sobre el espacio cívico y la defensa de la “arquitectura social y política” trascienden fronteras. Ya lleva nueve proyectos en esa nación, con la misma vocación pedagógica que le permitió por muchos años ser catedrático de taller en la Universidad Bolivariana.

O como conferencista, donde también es profuso en argumentos para insistir en las razones por que un edificio público debe reflejar los logros culturales y técnicos de la sociedad que los erige. Sin embargo, aclara él mismo, “si me preguntan qué es lo que más disfruto de la arquitectura, tendría que responder que encender una chimenea, porque el hogar es mi búsqueda”. Un comentario que resume cómo su trabajo de tres décadas tiene la misma fuente: su casa taller de El Retiro, en medio de un frondoso y húmedo bosque, donde repite la enseñanza de sus padres, Álvaro y Clara Inés: ante todo, buen anfitrión.

Por JORGE CARDONA ALZATE

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