El Magazín Cultural

Una filosofía viva para tiempos de crisis

La sociedad ya no se ocupa de la filosofía. Es preciso que la filosofía vuelva a ocuparse de la sociedad y de su componente concreto, el hombre.

Damián Pachón Soto
12 de julio de 2018 - 03:00 a. m.
 Friedrich Wilhelm Nietzsche fue considerado uno de los pensadores contemporáneos más influyentes del siglo XIX. / Dominio Público
Friedrich Wilhelm Nietzsche fue considerado uno de los pensadores contemporáneos más influyentes del siglo XIX. / Dominio Público

 

En una carta de Nietzsche a su descubridor George Brandes, fechada el 2 de diciembre de 1887, el Solitario de Sils Maria decía: “Una filosofía como la mía se parece a un sepulcro. Ella arranca a un hombre de la sociedad de los vivos”. La inversión que le permite la metáfora a Nietzsche es interesante: el sepulcro no es la muerte, sino el retorno a la vida de aquellos que están dormidos en la realidad, es decir, de aquellos que son sonámbulos en este mundo, ‘en la sociedad de los vivos’, ya sea porque están embriagados de viejos valores cristianos, ya sea por la interiorización permanente de su mala conciencia que les impide vivir; que les atrofia la libertad de espíritu y les convierte la vida en una pesadez.

El ‘sepulcro’ es la vuelta a la vida auténtica, permite el paso de la vida enajenada, alienada, por decirlo así, a la vida autoconsciente; o para decirlo con el filósofo japonés Nishida Kitaro: “la filosofía es la transformación de una conciencia ordinaria en una conciencia despierta”; es un autodespertar que se da, por paradójico que suene, en el sepulcro al que es lanzado el hombre por la filosofía. Es desde allí que se da el nuevo comienzo, la inocencia de la vida y la santificación del devenir.

Ese despertar es para Nietzsche un estremecimiento, es el derrumbe de los cimientos de la cultura occidental cristiana, de la cultura moderna. Es la acción que sigue a la destrucción del edificio de los valores caducos del mundo.

Pero justamente, esa “destrucción” debe hacerse con dinamita, con la dinamita de la filología, la crítica o la filosofía o, en pocas palabras, con la genealogía que martilla subterráneamente y pone el mundo en crisis. Filosofar para poner el mundo en crisis, no es lo mismo que filosofar porque el mundo está en crisis. La primera es una acción, es actividad, es empuje, dinamismo; lo segundo es una especie de reacción ante lo inevitable, ante lo que se nos impone con cierta necesidad, pero, al fin y al cabo, ante una realidad que debemos superar creativamente.

Por eso, filosofar nos hace revolucionarios y revolucionario es, como diría Heidegger: “el que en una época de transformación ilumina, aclara, piensa y especta lo decisivo que se anuncia en la transformación”, es decir, quien capta las señales, tiene buen olfato y buen oído para percibir las tendencias de su tiempo… esas mismas que palpitan en las entrañas de la realidad, del momento histórico. Ahora, una vez captadas las señales del tiempo, hay que poner manos a la obra, hacerlo con pasión, pues nada se logra con la desidia y la modorra del hombre. Ya decía el propio Nietzsche, que las grandes cosas están para los grandes espíritus.

Las crisis son el debilitamiento de las formas de vida, los signos de su descomposición, la disolución de las creencias y las seguridades. La filósofa española María Zambrano define las crisis como aquellas que muestran: “las entrañas de la vida humana, el desamparo del hombre que se ha quedado sin asidero, sin punto de referencia; de una vida que no fluye hacia meta alguna y que no encuentra justificación… cada crisis histórica nos pone de manifiesto un conflicto esencial de la vida”.

Hoy, nosotros hemos puesto el mundo en crisis: crisis ambiental, demográfica, alimentaria, energética y crisis axiológica. La crisis axiológica es la absoluta “perversión de los valores”, su destrucción. Este es el diagnóstico, de tal manera que, partiendo de allí, el hombre puede avizorar la posibilidad del regreso al cosmos silente, esto es, de su autodestrucción o autoantropofagia, pues con nuestros actos nos canibalizamos todos los días… Sólo el hombre es un ser suicida. El hombre de hoy está dormido, dormido gracias a los narcóticos de la sociedad pomposamente trivial en la que vivimos, gracias a sus medios, su manipulación, su banalidad, su ausencia de criterio y valoración. Por eso estamos inundados de violencia, hambre, manipulación de los gobiernos, dictadura de la economía sobre la vida; secuestro de la democracia por los poderes y los intereses corporativos; deshumanización constante, muerte sistemática de niños, adultos y desterrados; renacer del fascismo social, racismo, insolidaridad, indiferencia… resignación.

Nos hemos quedado sin polo a tierra, flotando en el marasmo de la sociedad velocífera, del mundo donde nuestros ritmos vitales se han mecanizado. Esta mecanización es una automatización, cuyo “ideal -como decía el maestro Abel Naranjo Villegas- se ha desplazado también al espíritu, en el empeño de ahorrar todo esfuerzo. El aparato de la actual civilización parece orientarse a hacer superflua toda actividad mental”. Por eso, a las crisis mencionadas debemos agregarle la crisis de pensamiento y de reflexión que vive el mundo actual. De ahí que hoy necesitemos cierta mesura, prudencia, un go slow para hacer un alto y fijar un horizonte de sentido común para la humanidad y así evitar la catástrofe, la debacle que se avecina.

Frente a la crisis, frente a la deshumanización radical que vive la humanidad, solo queda la creación, la imaginación, la utopía, la búsqueda, la vocación de futuro. Es necesario trascender el mundo que tenemos, constituir la esperanza en un vacío activo para cruzar el dintel del conformismo; vitalizar la utopía para crear racionalidades alternativas a las hegemónicas; inventar nuevas formas de sentir, ser y vivir; luchar por lo que clama por realizarse en cada uno de nosotros; buscar la manera de materializar la pluridimensionalidad humana rica en deseos, anhelos, sueños e ilusiones… en fin, renacer como el ave fénix de los signos de nuestra aniquilación, y despertar de nuestras miopías, nuestros egoísmos, nuestros torbellinos, nuestras tribulaciones y nuestras ignorancias. Y, como todo despertar, regresar a la claridad… búsqueda de la claridad que es vocación de toda auténtica filosofía.

En esta tarea, la filosofía debe volverse acción viva, forma de vida, como decían Nietzsche y Pierre Hadot. Y como filósofos, es nuestro deber contribuir a esta labor, pues si la sociedad ya no se ocupa de la filosofía, es preciso que la filosofía vuelva a ocuparse de la sociedad y de su componente concreto, el hombre.

Por Damián Pachón Soto

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